Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Esta mañana llevaba a mis hijas a la escuela, como siempre lo hago, y, como siempre también, para eludir el denso tráfico de las siete y media me desvío por una iglesia bautista cercana. Las iglesias norteamericanas tienen afuera de los edificios una especie de cartelera donde además de poner las horas y el nombre del sermoneador cuelgan mensajes diversos, desde su apoyo a las tropas -pobrecitas- norteamericanas que se refocilan en sangre en el Oriente Medio, hasta juegos de palabras con intentos de inteligencia, amén de gigantescos letreros pintados que rezan "bienvenidos los pecadores", lo que da lugar a la suposición de que más que de lugar bendito esos centros espirituales tienen ansia de pecado.
Retomo el relato. Hasta ayer no había problema en pasar por allí; los mensajes no me iban ni me venían; finalmente, el tiempo que dispongan los pastores o sus ayudantes para estos ejercicios seudoliterarios al aire libre son de su exclusivo arbitrio, no del mío. Sin embargo, hoy, las letras llevaban un sentido más concreto, que aquel suelo que hollaba mi automóvil se había convertido en tierra de Dios. Decía, textual: "usted ha entrado en propiedad del Señor", lo cual me pareció ofensivo y altanero, con incluso un dejo de amenaza. De pronto esas líneas de parqueo de carros, un par de flechas direccionales y etcéteras, perdían su ocupación práctica para convertirse en un campo minado donde el menor susurro contrario a la opinión de los dueños podría causar explosión.
Si algún respeto he tenido por Jesús, el Cristo, ha sido por su pobreza, mas de pronto en la opulenta América, hacen comprar al lóbrego e indigente nazareno bienes raíces y lo convierten en burgués, que pregona encima de ello la cantidad y la extensión de lo que posee.
Me pregunté, no me lo dijeron, si siendo yo como era sería permitido para mí el pase por aquel espacio ahora sacralizado, como santos serán los Cadillacs que se paran allí, y las viejas con bibliecitas negritas y los viejos con recuerdos de los buenos años en que con libertad se podía ahorcar unos negros.
Este siglo veintiuno aparenta dureza; nos quieren colocar entre espada y pared, demarcando tierras los protestantes y los católicos erigiendo un papa de la Luftwaffe. Hacemos el quite a la línea de demarcación, como sano que evita el contagio, y seguimos camino por en medio de un grupo de apartamentos.
La niña mayor escucha Achtung Baby, de U2; la otra Pink Floyd, y el chofer que conduce y escribe al mismo tiempo, al lloronostalgioso eterno Favio.
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Publicado en OPINIÓN (Cochabamba), 26/04/2005
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