Resumen
Dos novelas tan
distantes en el tiempo y en el estilo como Juan de la Rosa. Memorias
del último soldado de la independencia de Nataniel Aguirre (1885) y Muerta
ciudad viva de Claudio Ferrufino Coqueugniot (2013) tendrían a primera
vista muy poco en común como para compartir líneas de análisis. Pero una
lectura un poco más atenta a los detalles revela el diálogo que se establece
entre ambas obras. Más allá de los lugares comunes y de las referencias
directas e indirectas que la obra de Ferrufino Coqueugniot hace a la de
Aguirre, ambas novelas se construyen como narraciones en torno a conflictos de
identidad de sus jóvenes protagonistas como formas de pensar lo nacional. El
análisis que proponemos se centra en las formas de representación discursiva de
lo joven y la estructura temporal a ellas relacionada para poner en diálogo
algunos rasgos del sentido de nación propuesto en ambas novelas.
Palabras
clave: Juventud //
Nación // Literatura // Mestizaje.
Abstract
Disruptions and continuities. The building of the Nation
through the voices of the young patriot and the marginal young man. Two novels
so distant in time and style as Juan de la Rosa. Memorias del último
soldado de la independencia by Nataniel Aguirre (1885) and Muerta
ciudad viva by Claudio Ferrufino Coqueugniot (2013) would have not too
much in common at first glance, but a close reading reveals how both novels are
built around the same problems as a way to think the nation. The analysis
proposed in this article focuses on youth and temporal representation as a form
to discuss the meanings on which both novels think the Nation.
Key words: Youth // Nation // Literature // Miscegenation.
Introducción
El estudio de la
representación de lo joven en la literatura permite estudiar una de las formas
por las que la sociedad tiende a visibilizar sus ansiedades y contradicciones
especialmente en momentos de crisis y transformación social. La representación
discursiva de lo joven, en tanto construcción social, tiene mucho que ver con
la forma en que una sociedad reflexiona y discute los problemas y
trasformaciones que atraviesa. La misma emergencia de lo joven como categoría
social y académica está relacionada justamente con la angustia frente a los
cambios que la sociedad experimenta. Se puede decir entonces que lo joven es
una manera de mirar los conflictos relacionados con lo generacional, lo
económico, el género, lo étnico, la sexualidad, las relaciones interétnicas,
etc. En la literatura la figura del joven ha servido para abordar muchos de
estos problemas, no hablamos aquí de literatura hecha por jóvenes, sino de la
literatura que construye una representación de la juventud y de los jóvenes, y
que en algunos casos está explícitamente dirigida a un público joven. Analizar
las formas en que se construye esta representación y desde dónde se la
construye permite entender las urgencias del momento en que tiene lugar esta
inscripción.
Para este trabajo
proponemos abordar dos momentos en la historia nacional de Bolivia que más allá
de parecer no tener ninguna relación entre sí comparten la angustia y la
urgencia de repensar la identidad nacional desde dos períodos marcados por una
crisis de identidad de lo nacional. Por un lado, la novela Juan de la
Rosa. Memorias de un soldado de la independencia (1885), aborda
justamente desde los ojos de un niño/adolescente la mirada retrospectiva de un
viejo soldado de la independencia. El autor de la novela escribe en un momento
en que ve como la pérdida de los valores patrióticos son la causa de que la
nación terminará sufriendo su más traumática derrota militar en la Guerra del
Pacífico en la segunda mitad del siglo XIX. La novela dirigida explícitamente
a los jóvenes de la patria denuncia así la pérdida de los valores y del
patriotismo como la responsable de la vergonzosa derrota y de los males
presentes de la nación. La novela de Aguirre, construida como una narración de
búsqueda de identidad del niño protagonista, propone un proyecto de nación
basado en los valores patrióticos de los héroes cochabambinos. Por otro lado,
en Muerta ciudad viva (2013) estamos también frente a un
relato retrospectivo que nos sitúa en los ojos de su joven narrador protagonista.
Al igual que la novela de Aguirre la obra de Ferrufino Coqueugniot es una
narración de búsqueda de identidad, pero a diferencia de Juan de la
Rosa, que busca reafirmar un sentido de nación a través de las
memorias de su protagonista, lo que hace el narrador de Muerta ciudad
viva es impugnar los sentidos y certidumbres de estos imaginaros
nacionales. Es también una mirada que desde los márgenes sociales se sitúa en
un momento en el que el nuevo discurso nacionalista que debía repensar la
identidad nacional empieza a mostrar sus propias contradicciones y
limitaciones.
De esta manera,
ambas novelas se sitúan en dos momentos definidos por el leitmotiv de
pensar lo nacional. Momentos distintos que se traducen en la novela de Aguirre
en términos de la urgencia de construir un sentido de lo nacional que permita
articular un discurso nacionalista orientado hacia el futuro, y en la novela de
Ferrufino Coqueugniot como la experiencia que desde los márgenes subvierten el
discurso articulador de lo nacional y la estructura temporal de la narración.
Del joven como
modelo ciudadano al Bildungsroman del joven marginal
Nataniel Aguirre
y Claudio Ferrufino Coqueugniot optan por abordar sus historias desde la
perspectiva de un niño/adolescente y de un joven respectivamente2.
Tomando en cuenta lo anterior proponemos que en estas dos novelas las
diferencias al nivel de la representación discursiva de lo joven y al nivel de
estructura temporal son expresiones de sus diferentes maneras de vincularse con
el imaginario nacional y a su vez de sus posibles lecturas. Por un lado, la
novela de Aguirre, escrita a manera de bildungsroman, nos
permite estudiar como la representación de lo joven en la literatura ha servido
como un espacio construido para abordar el problema de lo nacional desde una
voz que recuerda y por ende que se sitúa por fuera de los hechos narrados. Para
ello Aguirre sitúa al viejo soldado en otro espacio desde el cual el narrador
mira los hechos, los juzga y los relata. La distancia que separa al niño Juan y
al viejo coronel de la Rosa nunca desaparece, ambos operan en dos espacios
distintos, en dos diégesis diferentes: la historia de la guerra de la
independencia por un lado, y la historia de la nación en otro.
Por otro lado, en
la novela de Ferrufino Coqueugniot, si bien pueden rastrearse similitudes con
las novelas de formación no propone un modelo de juventud ni de ciudadanía a
seguir, su propuesta se articula desde la voz que recuerda pero que no es una
voz que se sitúa por fuera de los hechos ni desde el espacio de autoridad de la
adultez. A diferencia de la novela de Aguirre, la disociación entre el sujeto
que recuerda y el que narra se resuelve en el momento en que el narrador
empieza a relatar los hechos en tiempo presente. De esta forma la novela
termina construyéndose enteramente desde la perspectiva del joven que recuerda
y que narra un presente diegético. Por este motivo se puede afirmar que la
novela de Ferrufino Coqueugniot construye una subjetividad que da a lo joven la
posibilidad de hablar y de mirar por cuenta propia.
De esta manera,
planteamos que las narrativas de búsqueda y crecimiento, así como la formas de
representar lo joven condensan no sólo las formas en que se imagina la nación,
como es el caso de la novela decimonónica; sino que al mismo tiempo pueden
hacer evidentes las tensiones, contradicciones y límites del proyecto nacional
desde una mirada articulada desde la subjetividad del joven marginal como es el
caso de la novela de Ferrufino Coqueugniot.
De la juventud
como estadio del proyecto modernizador a la juventud como marginación temporal
Como ya se dijo,
ambas novelas se construyen desde una mirada retrospectiva. En el caso de Juan
de la Rosa, la novela es la representación de lo que el anciano héroe de la
independencia recuerda, el niño protagonista es un vehículo de la mirada y de
la voz del viejo coronel de la Rosa. En Muerta ciudad viva hay
igualmente una construcción narrativa retrospectiva pero esta distancia con el
pasado se rompe cuando presente y pasado se encuentran y el narrador deja de
situarse por fuera de los hechos narrados y empieza a hablar desde un presente
narrativo. Así tenemos que la voz que habla es la voz del joven. En relación
con la inscripción de la voz del adulto y del joven, y de su relación con la
voz narradora se pueden analizar otros aspectos del discurso en ambas novelas.
Se puede estudiar por ejemplo, la relación que hay entre la voz narradora
adulta - nacionalista y la figura discursiva del niño patriota como una forma
de entender cómo el viejo soldado de la independencia inscribe su relato dentro
del discurso moral y pedagógico, construyendo así un locus desde donde se
dirige directamente a los jóvenes: "... puedo ya pedir a la juventud de mi
querido país que recoja alguna enseñanza provechosa de la historia de mi
vida" (Aguirre: 65).
Se ve entonces
como la función moralizadora y pedagógica se define en torno a una noción de lo
joven en cuanto futuro. La novela de Aguirre, de esta forma, se puede decir que
se construye en torno a una temporalidad lineal3 que determina
no sólo la estructura misma de la novela sino el devenir de las acciones
del protagonista. Así, se puede leer el desarrollo de la vida de Juan como una
alegoría del desarrollo nacional. La vida de la nación esta simbolizada en el
desarrollo del niño Juan, de esta manera, la resolución propuesta por la novela
en torno a la identidad del niño es la propuesta ideológica que el autor
defiende como símbolo para la solución del problema de lo nacional. Como dice
Lesko, la adolescencia fue definida en términos psicológicos y sociológicos
como la promesa de la regeneración individual o colectiva (Lesko: 110). Dentro
de los marcos temporales del liberalismo dominante de la época en que Nataniel
Aguirre escribe su novela es difícil hablar de un uso científico de lo joven
pero si de una visión del progreso asociada a esta imagen. Así, mientras Lesko
plantea que el moderno y científico concepto de la adolescencia se vuelve un
lugar multifacético para hablar del uso productivo del tiempo, del futuro y en
algunas ocasiones del pasado menos glorioso (Lesko: 111). En este sentido,
planteamos que si bien la novela no puede leerse desde una construcción
discursiva de la adolescencia en los términos planteados por Lesko, sí, lo es,
en los parámetros temporales asociados a ella. Si bien la novela es una mirada
al pasado a partir de la figura de un niño/adolescente lo hace como una
necesaria proyección hacia el futuro.
Nataniel Aguirre
hace una doble referencia a la infancia, por un lado, escribe la novela desde
la mirada del niño Juan y al mismo tiempo se sitúa en el pasado, desde un punto
desde donde es posible reconstruir el espejo roto de la identidad nacional. Así
la novela de Aguirre se remonta a la guerra de la independencia, ese estadio
anterior a la República, esa otra infancia. Como dice Paz Soldán "la lucha
por la independencia se constituye [así] en el mito básico de la entidad
nacional" (:14). Recapitulando, podemos decir que la infancia en tanto
figura discursiva le es útil a Aguirre en un doble sentido, por un lado, le sirve
como figura discursiva para referirse alegóricamente al momento previo al
nacimiento de la República (la guerra de independencia) como momento que
conserva la esencia de lo nacional y al que hay que volver si se quiere
proyectar la nación hacia el futuro; y al mismo tiempo usa la figura del
protagonista, el niño Juan, para dirigirse a los jóvenes de la República y así
desplegar un discurso moral y pedagógico en torno a la constitución del
ciudadano.
La referencia a
la infancia en Juan de la Rosa hay que entenderla desde los
parámetros de la época. La juventud no es todavía un actor social, ni despliega
una identidad social diferenciada de lo adulto. En la novela, la figura de Juan
en tanto niño-adolescente no representa ninguna ruptura cultural ni generacional.
Lo joven y la infancia no conviven en la novela con el mundo adulto, no son
mundos culturalmente separados en términos generacionales. Así que no hay una
lectura de lo nacional por parte de lo joven que dialogue con la mirada adulta.
Lo que define a Juan niño en la novela son sus convicciones ideológicas, su
origen de clase, su origen étnico y el grupo etario al que pertenece en
términos biológicos. En cuanto a lo ideológico, Juan desde el comienzo, es
parte, y comparte las discusiones y los conflictos de los mayores. Su
patriotismo es inoculado por sus mentores mayores. Además, desde el punto de
vista de clase y de raza su representación en la novela no está enriquecida o
mediada por su condición de niño-adolescente. El único criterio que se tiene para
definir a Juan como niño en este caso es la edad pero, como dice Margulis, es
justamente el criterio más ambiguo para definir hoy en día a la juventud o a la
infancia en tanto categorías sociales (Margulis: 13). Si bien hoy en día, según
Margulis, se reconoce que la juventud es una condición constituida desde sus
prácticas culturales (Ibid.: 18), lo que vemos en la novela de Aguirre es que
la infancia y la adolescencia son una figura discursiva que se construye en
base al vínculo con la edad pero que está culturalmente vacía. No vemos en el
niño Juan ni en sus pares esa dimensión generacional que los separe
culturalmente del mundo de los adultos. Los códigos que manejan son los mismos,
sus juegos son juegos que emulan las acciones de los grandes, las batallas de
los niños en las calles son una alegoría de las batallas de los adultos en el
campo de la guerra.
No hay aquí en la
juventud ningún excedente temporal, ni referencia a la idea de lo joven en
términos de moratoria social, los niños son así unos pequeños adultos. Entonces
este vacío simbólico y cultural de lo joven le sirve al autor para llenar la
imagen de Juan con toda la ideología nacionalista del autor4. En el
devenir de la narración vemos como la historia de Juan confluye con la historia
nacional en una suerte de narrativa de realización donde, tal
como lo planteó Lesko, lo que importa es el punto final de esta narrativa. La
novela se construye así, en torno al misterio de la identidad del padre de
Juan. Los conflictos étnicos, ideológicos y familiares del niño Juan
reconfiguran las relaciones que Aguirre propone dentro de su proyecto nacional.
Como indica Paz Soldán, la identidad de Juanito es la que conlleva
intrínsecamente hacia el final de la novela y gracias a la resolución del
misterio del padre a la solución propuesta por el autor como modelo de nación
basado en la alianza criolla y mestiza (:49). Alianza que, a su vez, como
sostiene García Pabón, está bajo la influencia del modelo liberal que se
presenta en la época en que Aguirre escribe como la mejor vía para el futuro de
la nación.
A lo largo de la
novela no escuchamos la voz del niño Juan, es el viejo comandante quien
recuerda y nos habla. Las memorias del viejo soldado terminan silenciando la
voz del joven Juan de la Rosa. El narrador omnisciente se sitúa por fuera de
los hechos y como una suerte de ventrílocuo que hace hablar al protagonista.
Esta posición que adopta el narrador es similar a la mirada que desde el
panóptico vigila todo y lo sabe todo. Se habla desde una posición privilegiada.
De esta manera el narrador, el viejo héroe de la Patria, mira el pasado y
construye su relato y se sitúa por encima del universo ficcional.
Paralela a esta
mirada panóptica se puede leer una temporalidad panóptica en
los términos expuestos por Lesko, esta temporalidad es entendida como una
concepción del desarrollo a través del tiempo (: 111). En base a este paradigma
visual, como plantea Lesko, es que se mide y evalúa el desarrollo y progreso no
sólo cultural sino individual. En suma, para Aguirre la imagen del niño sirve
para alegorizar el estadio de formación de la nación como momento constitutivo
de la identidad nacional, al igual que lo es el período de la infancia y
juventud en la vida del ciudadano. De esta forma, en el despliegue lineal de la
historia de la nación y del individuo este estadio formativo está determinado a
priori por el final deseado: el progreso en términos de civilización occidental
y a nivel individual, el ciudadano en los términos liberales de la época.
En Muerta
ciudad viva encontramos, por otro lado, una representación de lo joven
desde los márgenes, desde la marginalidad de la ciudad y de la sociedad. Como
dice Elena Ferrufino, "... Muerta ciudad viva puede
leerse como la representación de lo irregular; de lo que está en los bordes,
fuera de los márgenes; de lo que quebranta toda noción de normalidad"
(Ferrufino: 2013). El uso discursivo de lo joven en este caso puede explicarse
según Martin Barbero, como una preocupación por la juventud que se da a través
de la asociación de lo joven-violento, de esta forma es "...por el
cuestionamiento que explosivamente hace la juventud de las mentiras que esta
sociedad se mete a sí misma para seguir creyendo en una normalidad social que
el desconcierto político, la desmoralización y la agresividad expresiva de los
jóvenes están desenmascarando" (Barbero, 2002:23). Se establece así, de
inicio una serie de diferencias con la novela de Aguirre. Del proto ciudadano
propuesto por la novela decimonónica a la imagen del joven como marginal al orden
social de esa misma ciudad y a cualquier modelo de ciudadanía. Al igual que
Aguirre la novela de Ferrufino Coqueugniot hace un uso discursivo de lo joven
que puede ser leído como el reflejo de la preocupación de "... la sociedad
el desajuste de los jóvenes con las instituciones escolar y familiar,
compendiado en la obsesión de que los jóvenes se están perdiendo valores, que
estamos ante una juventud 'sin valores', preocupación moralista" (Barbero:
23). Como dice Elena Ferrufino,
la novela -como
toda la obra de Claudio- constituye también un poderoso recurso crítico a la
sociedad boliviana. A las taras de un país que es tan hermoso como truculento.
Saboreamos geografías idílicas, así como paisajes del averno. Exploramos las
enormes contradicciones de una sociedad que bebe, fornica y come sin tregua.
Sin piedad (2013).
Así, la
construcción discursiva de lo joven es lo que permite visibilizar lo que está
ocurriendo en la familia, en la escuela, en la política, en la sociedad, sirve
así también para develar una realidad que sólo es aprehensible desde los
márgenes de la ciudad. Mientras Aguirre recurre a la representación de lo joven para
construir la nación Ferrufino Coqueugniot lo hace para deconstruirla. De esta
forma el autor:
...nos ofrece el
espectáculo de una ciudad nauseabunda, donde mujeres y mendigos; borrachos y
ladrones desfilan ante el lector provocando repulsión mezclada con una suerte
de fascinación ante este escenario de transgresión sistemática, donde el
vértigo familiar y elemental ante lo prohibido se convierte en goce perverso,
permitiendo que lector y protagonista se revuelquen -juntos- en las calles de
lodo mezclado con mierda. En los pasadizos secretos de una Cochabamba que repta
ante la seducción del pecado (Ferrufino, 2013).
La novela de Ferrufino
Coqueugniot es marginal a su vez porque rompe con la linealidad de la
temporalidad histórica y de la temporalidad de la narración tradicional. En Muerta
ciudad viva, hay una ruptura de la temporalidad panóptica que
puede leerse como una ruptura con la confianza en el progreso y el futuro que
caracteriza a la inspiración liberal de la novela de Aguirre. De esta forma la
estructura de la novela llama la atención por la singular manera en que se
construye, por el ordenamiento singular de sus capítulos que se ordenan sin una
lógica progresiva así, en este decurso, cada segmento narrativo va y viene en
una suerte de remolino que transita del uno al dos; del cero al tres; del uno
al cuatro, al siete… como en desenfrenado arranque de un punto al que retornamos
obsesivamente y del cual partimos una y otra vez al ritmo que nos impone el
relato en este universo ilimitado, a la vez que esquivo y manoseado (Ferrufino,
2013).
Como indica Elena
Ferrufino esta sensación de que la novela no avanza y que nos trae de vuelta de
manera reiterativa al punto de partida mina toda posibilidad de avance, de
progreso, de certeza de que se va algún lado, en definitiva de resolución del
enigma. De esta forma, la imposibilidad de resolver el laberinto de la
identidad hace imposible que la novela se despliegue progresivamente hacia un
punto prefijado con anterioridad, así la linealidad mecánica propia de la
ideología moderna de progreso es subvertida estructuralmente por la novela. En
este sentido, la estructura narrativa buscaría reproducir justamente el
desencanto por la posibilidad de cambio social en términos de progreso. Así, la
madre del protagonista se refiere a la Revolución Nacional de 1952:
Llegué muy poco
tiempo después de la revolución. Que no fue tal, sino un replanteo de
jerarquías. No estaba la libertad en juego; era el cambio de amo. Lo sentí de
esa manera. Los mestizos letrados, igual que antes los otros, con un discurso
semi-progresista se encarnaron y construyeron una dinastía de cimiento endeble.
Si en el pasado era el miedo del hacendado y del cacique, ahora era al Partido
y sus burócratas (Ferrufino Coqueugniot: 40).
Las constantes
referencias al desencanto con las ideas revolucionarias y de la izquierda de la
segunda mitad del siglo XX no pueden dejar de ponerse en el contexto desde el
cual habla el autor porque al final toda mirada hacia el pasado es una
rendición de cuentas con el presente. Así, la novela de Ferrufino Coqueugniot
al igual que la de Aguirre se remite al pasado para hablar del presente.
De esta forma, la
novela representa a través del deambular del narrador la imposibilidad de
crecimiento y realización del personaje, y en su estructura en forma de espiral
que gira sobre un mismo centro se ve la misma pérdida de fe en el futuro, en
una historia que no va hacia ninguna parte. Por otro lado, la fe en lo letrado
que en Juan de la Rosa es representado como el vehículo de la
construcción del ciudadano y del patriota en Muerta ciudad viva termina
siendo parte de un juego verbal sin conexión con la historia. Por ejemplo, es
el caso del círculo literario al que pertenece el protagonista y las
referencias a su formación universitaria como forma infructuosa de afrontar el
martirio de sus fantasmas. Desde otro punto de vista, la crítica a lo letrado
se construye también por la manera en que en la novela se construye la imagen
del joven universitario. En la novela los "… universitarios se
consideraban una casta apreciable" (:62), pero que terminan siendo parte
de "... la mentirosa transformación del mundo" (: 174). Además, el
cinismo con que el personaje se relaciona con las ideas de los estudiantes de
izquierda muestra justamente esa pérdida de fe en el cambio de la historia a
manos de estos grupos letrados. "Así se crecía, como en la prisión, y el
rodillo llevaba ya quinientos años. O más años" (Ferrufino Coqueugniot :
12); "La universidad como colchón de aire que amaina el golpe de
encontrarse con un país sin opciones. Venga, a por alcohol, que otra cosa no
hay que hacer" (:57). Tenemos así a la juventud como un espacio, un
refugio temporal que se busca prolongar frente a la incertidumbre de la vida
"real" ahí donde se sucede la historia. La novela se hace eco así de
la desesperanza de las revoluciones que en el presente del narrador hace
referencia al socialismo de los 70 's y en el presente del autor al socialismo
del siglo XXI. La pérdida de fe en el progreso no supone un quiebre únicamente
con las formulas neoliberales sino también con las revoluciones de izquierda en
la medida en que ambas se construyen en una misma estructura temporal.
Si bien en Juan
de la Rosa tenemos una representación de la juventud como una etapa de
transición hacia la adultez que parece estar a cada momento a la vuelta de la
esquina pese a que el protagonista es un niño, en Muerta ciudad viva la
juventud es un aletargamiento que se busca prolongar. Las letras en el caso de
la novela decimonónica son las que permiten la formación ideológica y el
crecimiento del personaje hasta convertirse en un modelo de ciudadano y de
patriota. En la novela contemporánea lo letrado deja de ser un referente en
donde encontrar el sentido de lo nacional y de proveer respuestas frente a la
construcción del yo. Por este motivo no deja de ser significativo contrastar la
imagen centrada del yo que representa el personaje de la obra de Aguirre
frente a la subjetividad fragmentada de la novela de Ferrufino Coqueugniot. Así
el personaje de Muerta ciudad viva, escritor-poeta y
universitario, termina usando el mismo poder de las letras para vender y
negociar niños haciéndose pasar por abogado. Frente al dócil adoctrinamiento
del niño Juan en la novela patriótica se contrapone la amarga ironía con la que
el personaje se enfrenta a las ideologías de izquierda de los años 70's y 80's.
Pensar la
nación a través de los modelos narrativos de la juventud
Las dos novelas
tienen un nudo narrativo en común y es que se construyen en torno a historias
de amor de jóvenes. En el caso de la novela nacional escrita por Aguirre,
García Pabón ya remarcó su singularidad al respecto, "el amor como en todo
romance histórico tiene una importancia ideológica, pero a diferencia de otras
novelas aquí [Juan de la Rosa] presenta varias facetas, irreductibles al simple
amor juvenil capaz de resolver las contradicciones nacionales (García Pabón:
69). La novela, según García Pabón, sustenta que hay un origen natural en las
tres clases de amor. El amor natural del niño por la madre que se transforma en
el amor por la patria el cual debe ser natural y esencial como el amor de la
madre. De esta manera, teniendo el amor a la madre como a priori, en
tanto natural y esencial, "... el libro proyecta esta esencialidad como la
base sobre la cual se debe formar tanto el amor a la patria como el amor el
amor a la mujer" (García Pabón: 70). Es así que para este autor, Juan
de la Rosa es a un nivel una forma de novela de educación sentimental
así como a la vez un romance histórico.
Esta educación
sentimental es la que permite la transformación o canalización del amor de la
madre por el amor a la patria, pero en esta transformación hay un proceso
letrado de mediación. Esta mediación se da gracias a la intervención de un
sacerdote letrado, así como dice Sanjinés, "… Fray Justo, el narrador
subordinado de la novela, quien enseña a leer y escribir al niño Juan de la
Rosa, revela todo el proyecto de identidad nacional " (Sanjinés: 42). Es
la manera en que el autor resuelve estas historias de amor que se construye el
ideal de nación. Por eso el recurso de apelar a la imagen del niño es necesario
porque solo así se puede dar "naturalmente" la conexión entre la
imagen de la madre, la patria y la mujer. Este modelo de amor, como apunta
García Pabón, cubre el desarrollo emocional del niño y el desarrollo social del
pueblo cochabambino, que se propone a su vez como ejemplo para toda la nación.
Modelo de amor que se nutre de la inocencia y confianza del niño y de la
generosidad y capacidad de sacrificio de la madre.
Los otros dos
amores no gozan del hecho de ser circunstancias dadas a priori, entonces
deben ser construidos y luego interiorizados. Es decir, deben ser narrados como
modelos a ser imitados. "Con esto se crea un mecanismo de educación del
protagonista y, consecuentemente, del lector" (García Pabón: 70). En definitiva
el niño y el joven no se constituyen en actores políticos por sí mismos sino en
la medida en que condensan y representan los proyectos nacionales, es decir en
la medida en que funcionan como figuras discursivas y no como agentes con una
identidad social y cultural propia. De esta forma, estas narrativas de niñez,
juventud y de paso a la adultez/ciudadanía se convierten en un medio clave en
la construcción ideológica que se refiere a lo nacional en varios niveles:
desde la alegoría de la resolución del amor que representaría la alianza que se
privilegia como proyecto nacional y a su vez en el modelo de desarrollo que
permite el paso de la juventud a la adultez como modelo de desarrollo del
ciudadano y de la nación.
Del lado de Muerta
ciudad viva la educación sentimental del protagonista es una historia
marcada por la imposibilidad de un encuentro real con el otro. Si en la novela
decimonónica es la muerte del ser amado, de la madre y de los amigos, el horror
de la guerra lo que marca el paso de la juventud a la adultez, en la novela de
Ferrufino Coqueugniot es el alcohol y el sexo. De esta forma, Aguirre puede
construir una idealización de los valores patrios a partir del amor y la
muerte, pero Ferrufino Coqueugniot por el contrario, narra el pasaje a la
adultez como una narrativa del fracaso, lo que sirve para representar la
imposibilidad de inserción del joven protagonista en la vida adulta o en otros
términos de encontrar un sentido que le permita insertarse en la sociedad. De
la alegoría del progreso que alimentaba el proyecto decimonónico a la
imposibilidad de dar respuestas claras que permitan proyectar una idea de
comunidad nacional hacia un futuro. Si el proyecto ideológico del mestizaje en Juan
de la Rosa es concomitante con la fe en la modernización y el
progreso, en Muerta ciudad viva el mestizaje es el lugar
laberíntico de lo popular vivido como el espacio en donde es imposible el
encuentro con el otro.
El mestizaje
En el caso de Juan
de la Rosa el proyecto de identidad nacional estaba íntimamente ligado
a la resolución del misterio de la identidad del niño. El descubrimiento de la
identidad del padre (criollo) y de la familia de la madre (mestiza) que permite
consecuentemente proponer a través de la identidad del niño Juan la alianza criollo
y mestiza (Paz Soldán :49). Como dice Paz Soldán, la novela muestra claramente
cómo al proyecto independentista y nacional le costaba incorporar plenamente la
tradición indígena con sus valores e historia. Lo indígena asociado al mito e
imagen del Inca es cerrado como opción para pensar lo nacional y sólo
incorporado a través de la mediación mestiza. De esta forma se revela "...
el meollo ideológico de la novela: se trata de apartar al indígena, de negarle
posibilidad alguna en la construcción nacional" (Sanjinés: 42). El líder
mestizo Calatayud y las mujeres de la Colina de San Sebastián encarnarían así,
los valores patrióticos a emular. De esta forma el discurso de la novela
busca legitimar una forma de pensar lo nacional que supere la fragmentación
social y cultural bajo la imagen articuladora de lo mestizo. De esta forma, en
el proyecto nacional liberal de Aguirre, lo mestizo en tanto comunidad
imaginada, como dice Sanjinés (2005), sirvió al propósito de encubrir la
reproducción de las contradicciones tanto las heredadas de la colonia y como
las que produce la modernidad.
La novela Muerta
ciudad viva no puede leerse en términos de un proyecto nacional sino
más bien como un síntoma del fracaso de estos proyectos. Si bien en términos
generales la novela como género tiene hoy otras funciones y la relación de la
literatura con la política no es la misma que en el siglo XIX, es posible leer
la novela desde la relación que se construye entre juventud, Estado, sociedad y
política. Si bien Juan de la Rosa se construye en base a la
mitificación de la figura del rebelde mestizo Alejo Calatayud y trabaja
privilegiando el lugar de lo mestizo letrado frente a lo cholo y lo indígena;
tenemos al contrario que Muerta ciudad viva está llena de
referencias a lo popular mestizo, aquello que justamente Aguirre trataba de
controlar y de civilizar. En este sentido, la novela de Ferrufino Coqueugniot
es una mirada de la ciudad desde la cara popular de lo mestizo aquella que
relegaba la novela de Aguirre en favor de lo mestizo letrado.
La novela de
Ferrufino Coqueugniot empieza con una ubicación social y espacial precisa:
"se acomodó en el vano de una puerta, al frente del Mercado Calatayud, en
la esquina de Uruguay y Lanza" (Ferrufino, 7). De esta forma se introduce
no sólo la imagen mítica del líder mestizo sino a su vez, de lo popular
mestizo, imagen reforzada por la inserción de las calles que como marcas
espaciales sitúan la novela en la otra orilla de donde habita lo criollo y lo
mestizo letrado en Juan de la Rosa. Pero lo que hace Ferrufino
Coqueugniot en su novela es reinterpretar la imagen del líder mestizo. De esta
forma no encontramos una glorificación de lo mestizo letrado sino una entrada
al "fango" donde se encuentra lo popular, que al final de cuentas es
lo que hace andar a la ciudad:
El mercado
despertaba. Esos vientres de vaca y demás partes, revolcados en el piso con
orín y mierda que la noche dejaba en las rutas de la ciudad, hervían en
cacerolas, sopas, se convertían en chorizos para alimentar la pantagruélica
hambre de un pueblo mestizo, acostumbrado a comer y cagar, y a nada más, como
decía su padre (Ferrufino Coqueugniot: 10).
Esta masa caótica
de cuerpos se ubica espacialmente casi en el centro de la ciudad:
"Mestizos descalzos, de musculosos brazos, abrían las compuertas y comenzaban
a arrojar al piso entrañas de animal, cientos de estómago, tripas, hígados, riñones
para regocijo de los canes que se abalanzaban a atrapar algo" (Ferrufino
Coqueugniot: 8). El narrador pese a recorrer esa "otra ciudad", la
ciudad periférica, marginal y de la noche (la ciudad nocturna es la ciudad
vivida por los jóvenes), no deja de marcar la diferencia que la separa de ella:
"En barrios que no eran suyos, entre gente que jamás contempló
durante la infancia, a no ser que formaran parte de la servidumbre de
casa" (7-8). El mercado es el universo de lo popular donde también lo
indígena es representado y subalternizado:
"Luego, con un peso gigantesco
-se evidenciaba en las pantorrillas desnudas e infladas de los indios- las
carretillas se adentraban en el mercado. Ni caso hacían de los perros. El
precio que el matadero cobraba por deshacerse de esto sería mínimo"
(Ferrufino Coqueugniot: 9). El personaje nos habla no desde los espacios de la
ciudad letrada o de la ciudad "blanca" sino desde los espacios de los
"otros" y sitúa su búsqueda justamente en el lugar "... donde el
pavimento [brilla] de mugre, por humedad natural y por orines que las orquestas
de ebrios conjuraban por las calles, sobre todo en las esquinas"
(Ferrufino Coqueugniot, 8).
De esta forma, la
novela nos habla no sólo de las formas de rearticulación de las diferencias
sociales y étnico-culturales sino también de sus formas de reproducción en el
espacio urbano. Vemos así un desplazamiento del discurso liberal y nacionalista
sobre el mestizaje hacia una experiencia vivida que en vez de operar para
subsumir la diferencia lo hace para revelarla y problematizarla. Esta
homogeneidad añorada en los proyectos nacionales del siglo XX, producto de las
interpretaciones que se hicieron de la obra de Aguirre, no hace más que develar
la violencia con que la modernidad impuso sus condiciones en la formación de
las naciones. Como dice el narrador,
.. .Bolivia se
construyó a palo, todos golpeados, una generación a otra, blancos a mestizos,
mestizos a indios, indios a mujeres, mujeres a niños, niños a perros, perros a
gatos, en una escala que descendía hasta el fondo de la violencia y que
incapacitaba a la población y al país avanzar (Ferrufino Coqueugniot: 11).
El narrador de Muerta
ciudad viva termina por mostrar su incapacidad para encontrar esa
identidad que el niño Juan descubre al final de la novela de Aguirre. Para el
joven patriota cochabambino es la comunidad imaginada del mestizaje el punto de
llegada de su búsqueda, en tanto para el joven narrador cochabambino de Muerta
ciudad viva es el punto de partida de una búsqueda que se torna
incierta: ". Y me he puesto a bailar con ojos entrecerrados, buscando a un
hombre, buscándome en el laberinto del mestizaje. Una banda de loros verdes
cruza la puna. Tal vez un oasis más allá. Quizá un espejismo" (Ferrufino
Coqueugniot, 34).
Retomando lo
discutido hasta ahora se ve que en Juan de la Rosa la niñez/
adolescencia es un periodo demarcado a lo largo del proceso de constitución del
ciudadano. Proceso en el que lo joven no tiene un estatuto cultural propio sino
es el espacio de la reproducción ideológica de la nación que se cristaliza en
el ciudadano que encarna los valores de amor a la patria. Por otro lado, el
narrador de Muerta ciudad viva es un joven con una densidad
cultural que lo diferencia del mundo adulto. La universidad como referencia al
espacio de reproducción del mundo juvenil, las referencias a la música que van
desde los yaravíes quechuas, las melodías militares del diecinueve, la cueca del
periodo nacionalista, el rock, la cumbia y la música popular contemporánea que
trazan un mapa temporal de la historia de la nación y de la emergencia de lo
joven. La resolución de la identidad que cierra la formación del niño Juan se
ve proyectada en una especie de "flash forward" de la novela que nos
muestra la imagen del joven soldado en los ejércitos porteños. De esta forma la
asimilación del protagonista al proyecto patriótico en el presente de la novela
(1812) sirve de modelo de formación para la construcción de una nación moderna
en el presente del autor (1885).
Al contrario, la
novela de Ferrufino-Coqueugniot plantea que justamente este dilema en torno a
la identidad no tiene resolución. La novela Muerta ciudad
viva se construye en diálogo constante con los proyectos de nación y
de esta forma la obra de Ferrufino Coqueugniot está llena de referencias a la
obra de Aguirre. Por ejemplo: "Juan de la Cosa coscorosa..."
(Ferrufino Coqueugniot : 114), alusión directa a la novela Juan de la
Rosa pero también hay referencias al momento que elige Aguirre como
articulador de lo nacional, así tenemos la banda militar, que el personaje ve
en todas partes como una imagen fantasmagórica, tocando la marcha militar
"Talacocha" (compuesta en el siglo XIX por un veterano de la Guerra
del Pacífico). Además, la novela establece también claras referencias a los
proyectos de nación que se construyó como alternativa al modelo liberal
decimonónico de Aguirre en el siglo XX; así, la novela no deja de hacer una
crítica a los proyectos nacionalistas revolucionarios como el del 52, pero
también a las ideas revolucionarias de izquierda de los 70's y 80's que forman
parte del mundo de la ficción. A un otro nivel, la novela establece también un
diálogo con el presente del autor y es así que retomar el referente del
mestizaje para hablar de lo nacional termina estableciendo una mirada escéptica
al proyecto de nación que desde lo indígena y desde la nueva izquierda se trata
de imponer en el siglo XXI.
En conclusión, la
novela de Aguirre y la de Ferrufino pueden ser leídas desde el diálogo que
tejen en torno a la crisis de sentido de lo nacional, diálogo que las sitúa en
dos posiciones contrapuestas; posiciones determinadas por su época y sus
urgencias. La construcción de una narración de realización que gira en torno a
la resolución del enigma de la identidad del niño Juan de la Rosa que sirvió al
autor para verter en esta imagen toda la ideología de su proyecto liberal, pero
al mismo tiempo vació de toda subjetividad a su personaje principal. Por tanto,
no es de extrañar que la voz que escuchamos no sea la del niño sino la del
viejo coronel de la Rosa. El discurso liberal modernizador termina dando forma
no sólo a la nación sino al modelo acorde de ciudadano y de juventud. Por otro
lado, la novela de Ferrufino Coqueugniot mira lo social desde la otra orilla,
desde una doble marginalidad, por fuera de la ciudad en tanto espacio
civilizador y de construcción de modernidad y progreso, pero a su vez, por
fuera del discurso oficial de la nación. La imposibilidad de una asimilación
por los discursos nacionales hace de su personaje central, un joven
universitario, un personaje marginal que encarna la mirada del joven que
testimonia el fracaso de los proyectos modernos de la nación.
De esta forma, la
imagen ideológicamente constituida del niño Juan contrasta con la subjetividad
fragmentada del joven marginal que se debate entre el alcohólico, el
naturalista amante de los espacios rurales y el escritor/poeta figura que se
resiste a ser contenida en un único discurso disciplinador. Mientras la voz del
discurso nacional silencia al niño Juan integrándolo al orden social y étnico
liberal, la voz propia del joven marginal le devuelve su subjetividad pero al
hacerlo no puede integrarlo al orden social urbano ni nacional. En Muerta
ciudad viva el fracaso de la resolución del enigma que se plantea como
leitmotiv contrasta así con Juan de la Rosa, fracaso que puede
leerse como la pérdida de fe en imaginar lo nacional de una forma que resuelva
el laberinto del mestizaje. Mestizaje que es entendido en términos distintos a
los planteados por Aguirre, no es el mestizaje que se construye en torno a la
imagen mítica del líder mestizo Alejo Calatayud sino el mestizaje popular que
se representa en la imagen del mercado Calatayud de Cochabamba. En ese lugar el
espacio de lo popular es el escenario donde el abigarrado mundo social urbano
subvierte todo discurso sobre orden social, pero a la vez es testimonio de la
posibilidad de aprehender sino un sentido que resuelva el caos de la
heterogeneidad, por lo menos una imagen de una comunidad que en su lucha por
subsistir está condenada convivir. Frente al niño-adolescente Juan de la Rosa,
símbolo de la fe en el progreso y la modernización tenemos al protagonista de
Ferrufino Coqueugniot que es, por su parte, un síntoma de la pérdida de fe en
los proyectos y discursos ordenadores de lo nacional.
NOTAS
1 Estudiante de
doctorado en Literatura latinoamericana en The Ohio State University (USA). Sus
áreas de investigación se centran en la cultura popular del período colonial
tardío y el siglo XIX, así como el cine latinoamericano contemporáneo. Ha
trabajado como profesor en varias universidades de Bolivia en las áreas de las
Ciencias de la Comunicación y Estudios Culturales. Entre sus trabajos se
encuentra el artículo: "Una lectura de lo nacional desde lo popular en
Juan de la Rosa" (2015). E-mail: salinas.31@buckeyemail.osu.edu
2 La aplicación
de estas categorías al protagonista de la novela de Aguirre no deja de ser
problemática por ser estas construcciones teóricas posteriores al momento en
que la novela fue escrita.
3 Si bien Gustavo
García en su estudio introductorio a la novela de Aguirre señaló acertadamente
los matices en los que debe tomarse esta afirmación, no cabe duda de que la
novela en tanto proyecto narrativo e ideológico se despliega siguiendo y
ajustándose a fin determinado.
4 Lo importante
en la formación intelectual y patriótica de Juan es repetir textualmente las
palabras de los mayores. Como ejemplo, la escena en que Fray Justo le pide a
Juan que repita las palabras pronunciadas por Oquendo (:126).
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© 2016
Universidad Mayor de San Andrés, Facultad de Humanidades, Instituto de Estudios
Bolivianos
_____
De ESTUDIOS
BOLIVIANOS No. 22, La Paz, 06/2015
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