Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Fantasy Land, la
tierra de la fantasía, ese es el mundo donde viven los populistas, quienes
inspiran alucinaciones en los que los siguen y que son muy prácticos a tiempo
de hacer dinero... y esconderlo.
Lo de los
microondas espías viene de una entrevista esta mañana a Kellyanne Conway,
asesora senior de míster Trump. Como resultado de todo el revuelo que causó la
imbecilidad del presidente acusando a su antecesor de espionaje, denigrándolo
con adjetivos, se instaló una comisión investigativa que hoy lunes debe
reportar lo ya sabido: que no existió tal cosa. Resulta ahora que Trump tendría
que disculparse pero no lo hará, su notoria relación con Wikileaks y los rusos
hizo aparecer un reportaje en el sitio este donde se anunciaba que habían sido
hackeadas un gran número de páginas de la CIA relacionadas con pesquisas. Era
obvio que algo así tendría que suceder, dado que la afirmación de Trump acerca
de Obama era falsa. Entonces se presenta Wikileaks y dice que la CIA suele
utilizar cualquier aparato cercano a las personas para espiarlas. Con ello se
aseguró una plataforma que le impedirá la disculpa; siempre podrá decir que
“cree” que lo fisgoneaban incluso desde sus toallas íntimas. Hecho. Borrón y
cuenta nueva y a por la próxima mentira.
Pues la señora
Conway dijo que hoy hasta los microondas se convierten en cámaras, afirmación
que amplía la sospecha, suya, de Trump y del resto del mundo, hasta niveles
inimaginables, casi hasta donde sería imposible investigar. Pronto incluso el
perro de casa, dormido o pidiendo tímidamente comida, será un peligroso agente
provocador. La Ojrana, refiriéndome a la Rusia zarista, con exponencial
infinito. A Conway, áspid ducho en mendacidades, ni se le movió la cara ante el
embate periodístico.
Los populistas
suelen nutrirse primero del miedo y luego de la estupidez.
Yendo hacia un
lado más gentil del populismo, al sur esta vez, me envían un abominable escrito
del vicepresidente de Bolivia acerca de la Belleza, con mayúscula. Tira como se
tiran los dados del cacho, al azar, el nombre de Kant. Creo que no de otros
porque quizá temió extralimitarse si ponía al quisquilloso alemán junto al
ríspido Verlaine. Podía haber tratado con Bécquer para pisar terreno más firme,
pero ni así hubiese tenido la aprobación literaria de un muchacho de doce años.
Comprendo que quiera ser amable con la mujer que carga su hijo, y que él la ve
con ojos con que otros no la verían; es su derecho. Pero el estar en una alta
posición de gobierno no da carta blanca a la vanidad, porque no otra cosa es el
mamarracho aquel, no un verso de amor sino la expresión “magistral” de quien se
siente por encima de los otros, de los mortales que lo idolatran (otros no) a
los que no tocó el genio. Trató de matar dos pájaros de un tiro: su mujer y
refregar en el rostro del pueblo que reclama como suyo la corona de laurel
impuesta por sí sobre sí en nuestro Olimpo de sequía y mugre.
El maestro Isaak
Bábel reclamaba por el derecho a escribir mal. Esto es otra cosa, un insulto al
buen gusto, un desaire a la probidad, disminuir al ya disminuido ciudadano obligándolo
a digerir sandeces. Claro que lee quien quiera leer; incluso así, de todos
modos.
¿Cómo salimos de
la fantasía, del universo que hace creer a los gobernantes que por vestir
cualquier inmunda medalla disponen del tiempo y el beneplácito de los otros?
¿Cómo escapar de los microondas con ojos (ya tiré el mío al basurero y ahora no
sé cómo calentar esta tortilla) y de las cervezas que al beberlas me leen
labios y pensamiento? Carajo, este mundo no es el que era y el único que puede
protegerme es el líder; mejor me acojo a él.
Así estamos, con
patrones que nos castigan con maquinarias de cocina o con versos similares, con
perdón de cocineros, gastrónomos, sibaritas y borrachos.
13/03/17
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 14/03/2017
Dibujo: Kant-inflas por José María Carro López
Conozco a una señora que va todo el día con un cordón al cuello. En él va colgada la llave del único armario de casa, donde se esconden los secretos, la intimidad, las reliquias de familia. Hace unos días, las chicas de una ONG fueron a ayudarla a hacer las labores de la casa (compra, limpieza...)y encontraron el cordón bajo la cama. Se había caído, durante la noche, de su noble cuello. Ella entró en shock, creyó que alguien había intentado robarle el traje de novia, el de la comunión de su niña, la medalla honorífica que regalaron a su difunto,el día de la jubilación. No faltaba nada y una de ellas, de las pacientes muchachas la hizo subir un peldaño y desde allí le volvió a poner el cordón al cuello. La medalla de oro que la devolvió a la tierra de los justos.
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