La emigración
para mí ha sido un bálsamo. Revivificador, diría, pero no sería justo porque
todavía era joven al venirme. Pronto, en unos años más, habré vivido más tiempo
en EUA que en Bolivia. Fue de aprendizaje y de permanente frontera. He estado
en las fronteras físicas del norte y del sur, Canadá y México, pero son los
bordes interiores los que me tocaron, ese convivir con universos distintos,
diferentes, dispares, de manera permanente. Trabajar con un somalí me da
ciertas pautas sobre su tierra, África, el islamismo, la relación con la mujer.
México… un mundo en sí mismo; no es igual compartir con sinaloenses y su aura
narco que con los sufridos sureños que habitan los montes entre Veracruz y
Oaxaca. Eso se traduce en literatura, lo quieras o no, y no siempre de manera
directa, hablando de los protagonistas, sino por un espacio rico que has
logrado aprehender y a ratos comprender y que manipulas en lo tuyo.
Respecto a Trump,
el neofascismo, la payasada, tragedia, comedia, desubicación perpetua y
peligrosa de estos individuos, hay mucho por decir. Ha de ser una época
gloriosa, creo, para el periodismo, y también la literatura. De pronto afloran
caracteres anacrónicos que se consideraban perdidos en las letras de
entreguerras; el estrado amenaza con derrumbarse y en el movimiento despierta
asuntos desde un largo letargo. Divisiones que en un par de décadas creí que se
habían desvanecido, renacen. Sucede una reubicación casi feudal de la vida
toda, un rediseñarse o inventarse fronteras supuestamente desaparecidas. El ser
extranjero, sentirlo, disfrutarlo, alimentarlo, ha sido para mí fuente dichosa
de inspiración y trabajo.
2017
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Publicado en PUÑO Y LETRA (Correo del Sur/Chuquisaca), 06/02/2017
Imagen: Martín Ramírez
Imagen: Martín Ramírez
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