Gail Collins,
columnista del Times, escribía hace poco un artículo que como pregunta tenía
elegir al peor de los del gabinete Trump. Luego de un delicioso deambular por
la tragicomedia norteamericana, quedaba en claro que estos tartufos eran, cada
cual, un espécimen de laboratorio. Buenos para la disección que tras la cirugía
solo mostraría miserias “humanas” dignas de los estratos incendiados del Dante.
América Latina ha
sido pródiga en ejemplares semejantes. Todavía activo, vivito y “culeando”, el
Trump de Orinoca, afamado Evo Morales, que a decir de la Hiena, amante, madre,
odalisca y casquivana personal, viene siendo único, Homo Unicus, el inefable.
Otros cachorros del averno siguen o han traspasado ya las fronteras que separan
los universos claros y oscuros. El último en cruzar la ventanilla hacia la
intemperie del olvido fue el comandantico Hugo, conocido llorón y cristiano de
los postreros días. Lo habrán perdonado, me imagino, esos seres divinos de los
comics que habitan aquello que llamamos cielo, un sinfín de figurines
multicolores, hechos de imaginación, que crearon a imagen de los miedos
consuetudinarios de los que temen quedarse solos. Hacia allí fue, arrastrando
su sable y con gorra de heladero el grande Chávez que creyóse inmortal y
sobrevivió como mueca de macaco de circo. Asomé el oído al espejo y me pareció
que todavía lloraba.
Los retratos de
estos los hacen a la acuarela, no al aceite, ya que su historia es siempre
aguada, difusa; nunca son lo que dicen ser. Cristinita Kirchner (qué cara de
puta tiene, decía Joaquín, denigrando a las meretrices sin motivo) se mece en
el panteón pendular de los posibles reos. Todavía aspira, y quién sabe dada la
estupidez general, a sentarse en el trono, a creerse Semíramis siendo una fugaz
cabaretera sin talento. Ya se comió a Boudou, a Kicillof, a una pléyade de
asnos con cargos públicos. Su voracidad vaginal se tornó mítica, la desdentada
que devora todo. Así consumió al país obligándolo a elegir al pequeño Macri.
Tristes pueblos nuestros, de tanta epopeya de Belgranos y Bolívares, para
terminar así.
Dicen que Correa
el docto se jubiló. Puso a un cojo en su lugar para caminar por él. Asegura que
es listo, que suele darle vueltas a la historia en su favor. Un notable
caricaturista de entre su paisanaje, Pancho Cajas, lo dibujó como el temible, y
verde, Hulk. Supongo que lo llevarán al coro de niños cantores de Viena. Esa
voz de castrati merece un destino mejor que la burocracia bananera (en mis
tiempos de mercado en Washington DC muchísimas de las inmensas cajas de
plátanos venían del Ecuador). Lecciones de solfeo, pues, que ya puede
costearlas. Aunque será difícil olvidar la gloria de sentarse en la cumbre, de
cambiarse camisitas semiautóctonas a cada rato, de jugar al economista
perspicaz, al genio político. Por un momento pensé que íbamos a tener una feria
de vanidades en las tierras del sur, entre el peluquín de Morales y este
Chimborazo de papel; eso fue cuando el comandante Hugo Chávez gastaba el presupuesto
nacional en pañuelos para secarse los mocos y en crucifijos. Gritaba el coronel
a un sordo Jesucristo que le permitiese un ratito más. Igual se lo llevó la
chingada. El delfín estaba entre estos dos lúbricos e indecentes matachines. No
sucedió: creo que comprendieron que la burla colectiva había ido ya lejos y
prefirieron recular a sus pedantes individualidades. Dejaron en el purgatorio a
Huguito desamparado, cagados sus pañalicos.
La fila, y la
lista, de notables revolucionarios llenaría varios estadios de fútbol por su
tamaño. En Bolivia están el mataperros, que habla como marica y degüella como
matarife, la Achacollo, el dúo las Gabrielas, el eunuco, el gringo pollerudo,
Gollum y… Tantos que se me cansa la mano.
Pero la flor de
la canela viene desde Venezuela, Delcy Eloína Rodríguez Gómez, canciller. De
niño leí demasiadas fábulas de animales, Esopo y La Fontaine, y desde entonces
miro los rostros de los hombres, y las mujeres –añade la ética igualitaria
plurinacional-, como tales, y veo a esta mínima señora graduada en París como
un sapito. No un rococo (Rhinella schneideri) o rana toro (Lithobates
catesbeianus) que amedrentan por su tamaño y cantan con ronca voz. Este sapito
sonríe cuando da puñaladas, sonríe cuando habla de los jóvenes muertos en las
protestas, sonríe cuando insulta al pobre de Luis Almagro en la OEA, sonríe
cuando caga y cuando tira (lo creo), a pesar de que en ambos casos se
justifica. Animalito salido de la ficción rosa de la ilusión infantil y cuyo
apodo debiera ser estricnina, calza tacos de a mil dólares y se viste de lo
mejor. Hoy rebuznaba abandonando la organización americana que poco ha servido,
cierto, mientras yo pensaba en el cuento de hadas donde la princesa besa al
sapo para transformarlo en príncipe apuesto y fin feliz de la narración.
Pensaba, digo, si al besarla se convertiría en mujer, en una gentil damisela
loca, sencilla, humilde, que sonriera con alguna tristeza ante los males del
mundo. Creo que no. Este sapito carga colmillos y se aleja croando hacia el palacio.
20/06/17
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Publicado en ADELANTE BOLIVIA, junio 2017
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