Avanza esta fría
mañana de junio en la cordillera andina. Los ventanales siguen empañados. Los
tallos de las rosas han crecido portentosamente. Me quedo reflexionando en ese
asunto. ¿Qué pasaría si no las podo? Preparo cebada caliente con miel. Mi
celular silencioso. Tom Rosenthal en los parlantes. Ayer comencé otro intento
de novela. A Romina no le pareció apropiado que ventile ciertos asuntos
personales. Le respondí que lo usual es que los escritores narren sus propias
experiencias, que las literatulicen exudando demonios y nostalgias que lo
atormentan. Mi argumento fue desestimado. Continuaré escribiendo. Qué más
podría hacer. Es el único talento que me distingue de la manada. Me he
propuesto leer Francamente, Frank de Richard Ford. Ya devoré
algunas páginas. Retomar algo de Bashevis Singer. Beber mate tardío con
Nabokov, Ferrufino, Sánchez-Ostiz. Amigos permanentes en el bar de mi mente.
Leer Polikushka de un envión fue accidental. Tolstoi es un dios laico, un dios por
defecto de los expulsados del paraíso. Ladran tantos perros a la redonda.
Perros de Rulfo, gallinas provincianas de Teillier, ánades salvajes de Robert
Frost. Se vive en tantas dimensiones. La cultura universal, la historia de la
infamia, el silencio de los hombres buenos, la humanidad como un garrote
predispuesto y un morral de panes frescos para ofrecer, la ética única y
personal, los personajes que nacieron y crecieron y siguieron caminando por sí
mismos desde esas mentes geniales que me antecedieron, y que hoy son parte de
mí, de esto que a veces olvida su peculiaridad corpórea, que se desvanece, que
se sumerge, que observa desde una nube el tecleo de estas palabras con sentido
discutible.
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De CUADERNOS DE
LA IRA (blog del autor), 10/06/2017
Muchas gracias, querido amigo.
ReplyDeleteA ti, Jorge.
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