Algo ha ocurrido.
David Remnick en el último número del NEW YORKER (julio 24) dice que las
aventuras de la familia Trump recuerdan las de la familia Corleone, la de El Padrino de Coppola y que la reunión
de Donald Trump Jr. con los rusos hace que a este se lo compare con el más
débil de aquellos sicilianos, con Fredo. Remnick asegura que es una comparación
injusta para Fredo.
Dejemos de lado
la brutal, asesina, política exterior norteamericana y volvamos, como
inmigrantes, a los Estados Unidos de Bill Clinton, años de bonanza, de
amabilidad que me hacía escribir entonces que no había tropezado en mi novel
estadía con un norteamericano que no se desviviera por ayudarme, por mostrarme
cómo sacar boletos para el metropolitano, explicarme dónde quedaba la galería
Corcoran y señalarme mis derechos de trabajador. Puede que siga, pero no de
manera generalizada como entonces. Ahora hay profusión de banderas, ceños
fruncidos, obvio rechazo al español, miradas de soslayo, insultos, agresividad,
calumnia.
Cierto que el
detonante fue el presidente negro, ni nombrarlo necesito, que comenzó como ejemplo
y luego hizo trastabillar los valores que se creían firmes en una sociedad que
había pasado por lo peor en cuanto a racismo y discriminación. Un negro
mandando excedió los límites. Si bien cincuenta por ciento de la población
lucha por preservar aquello, el resto trata de hundirlo en la memoria a través
de la intimidación, del bullying hacia las minorías, de la ostentación armada y
del uso indiscriminado de falsedades para justificar la “nueva América”.
A pesar de que la
base social que entronizó a Trump es trabajadora, de blancos empobrecidos o
camino de serlo, sus defensores se cuentan también entre graduados de Harvard y
gente de élite que ha visto en este fenómeno la posibilidad de enriquecerse y
de perpetuarse en situación de poder. Escuchando a los defensores de Trump, uno
puede cerrar los ojos e imaginar que está en Venezuela, que los que hablan no
son doctores en leyes sino sindicateros que adoran a Evo Morales. No en vano,
fuera del lavado de dinero, los negocios ilícitos, los videos porno que
atenazan al presidente norteamericano a las rodillas de Vladimir Putin, el
nacionalsocialismo está en abierta campaña de destrucción de esa Norteamérica
abierta y, en su momento, generosa.
Bannon, Kushner,
Flynn, son nombres de una orgía de barbarie cuyo fin, todavía no se ha
especificado pero que es obvio: el secuestro de los Estados Unidos por la
familia Trump y sus asociados económicos, los rusos en primera fila, luego los
sauditas, los chinos y cualquiera que tenga a bien poner monedas al erario
familiar del magnate y al suyo propio.
Donald I,
emperador, amenaza de boca afuera a Venezuela, al enloquecido chofer Nicolás
Maduro; sin embargo, en el fondo de la olla están los negocios de compra de
bonos venezolanos por Goldman Sachs (con muchos de sus ex empleados en el
gabinete) a precios super convenientes. Plata que sostiene al dictador en
Caracas y que multiplica las ganancias de los banqueros de Wall Street, esos
mismos que el presidente atacaba en sus falsas promesas. Como Trump es
utilitario a Putin, Maduro lo es a Trump y el círculo vicioso, sangriento,
prosigue.
Hace muy poco se nombró
al nuevo director de Comunicaciones de la Casa Blanca. El domingo habló por
televisión y fue tal exhibición de lameculismo que recordé el oprobio de García
Linera, Suxo, Surco, Moldiz, la extensa lista de lambiscones del panorama
boliviano. Pensé ¿Qué hace que un tipo rico, graduado de la mejor universidad
del mundo haga genuflexiones hacia alguien que intelectualmente no es siquiera
igual? No es asunto ideológico. Aquí lo que se ha declarado es una acción de
pillaje, de expolio, desmembramiento sin siquiera pensar en las consecuencias.
Estados Unidos se preciaba de su alto concepto (errado muchísimas veces) de
Patria. Poco había valido en el mercado; bastó un mercachifle traidor para
cuestionarlo.
24/07/17
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 25/07/2017
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