Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Esta
novela de Leónidas Andreyev es un monumento a la buena prosa, a la excelente.
Quizá debiera decir que es tan buena que linda e irrumpe en la poesía.
Envolvente. Sutil. Desgarrante. Magnífica.
Sacha
Yegulev es un muchacho de familia que se siente abrumado por la miseria de
Rusia. De buen corazón, opta por dejar madre y hermana para reunirse con las
bandas guerrilleras de los “Hermanos del bosque”. Hay que situarse en los años
anteriores a 1917, entre los populistas y los bolcheviques. Sacha hace creer a
su madre que parte a América, para evitarle sufrimiento.
Ya en
el bosque, conoce una vida que no percibía antes. Pero en la revolución no todo
son alegrías o grandezas. La envidia y la maldad corroen a los revolucionarios
con tanta fuerza como a los burgueses. Además de ello, encara a la muerte. El
dulce joven de pronto se hace hombre y como tal amargo. El espíritu del humano
no es resistente a la experiencia. Día que pasa es amargura acumulada.
Sacha
Yegulev se torna en leyenda. Es el protector de los pobres y la mano
castigadora de Dios. Los hacendados ricos ven quemarse sus haciendas; los
mujiks se llevan las gavillas de trigo; sobre Rusia se ha encendido un fuego
que no ha de apagarse otra vez.
El
“bandido” Yegulev es atrapado y muerto por la policía zarista. Su madre se
acerca al cadáver -expuesto en una plaza-. Su madre sigue pensando que su Sacha
está en América...
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Publicado
en TEXTOS PARA NADA (OPINIÓN/Cochabamba) ¿1986-87-88?
Imagen: Portada de la edición de Guillermo Kraft, Buenos Aires, 1955
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