Achacachi. Tanto
hemos escuchado. Bastión del masismo, de los degolladores de perros. Eugenio
Rojas, de deslumbrante carrera política en la corte de Evo Morales y líder de
semejante odisea, hoy se disculpa y habla con suavidad de damisela. Difícil
creer que un matarife cambie hasta convertir la sangre en oro. Fue lo que es y
así ha de seguir.
Anoto a raíz de
los bloqueos de Achacachi y de la inerme oposición boliviana que busca en
cualquier detalle algo que le pueda dar sino gloria al menos un resquicio por
donde poder filtrarse. De pronto, un masista primario como el Mallku, Felipe
Quispe, pareciera plantear la remoción del ilustrísimo Evo a quien acusa de
desmanes que él ayudó a consolidar. Tan
débil es el sector opositor, carente de imagen y peor de imaginación, que se
adhiere a lo que puede con intento de avanzar su ¿ideario político? y sus
escasas posibilidades frente al rodillo gubernamental, y, cierto, al carisma
del cacique que retoña en el país lo más recóndito (muchas veces lo más oscuro)
de las contradicciones indias y mestizas que nos marcan.
La pregunta es si
vale hacerlo.
En Venezuela,
Luisa Ortega, exfiscal de la república bolivariana, representa ante el mundo la
lucha por la democracia en un país hundido. Ortega, no hay que olvidarlo, fue
mastín defensor del fallecido comandantico, Hugo Chávez, muerto de mater
dolorosa y ya en el basurero de la historia. Defendió también a Maduro,
desacreditando y bloqueando los intentos de la oposición de convertirse en eje
del futuro. Hoy, y por razones que tal vez tengan algo de válidas, ya en el
exilio, se ha convertido en vocera de una brega a la que se enfrentó desde el
poder. Otra vez, igual al caso boliviano, ¿cómo creerle? ¿Se debe confiar?
Pocas son las
manillas de las que la oposición de ambas naciones pueda aferrarse e impulsarse
en un salto cualitativo hacia el poder. El aparato decisor, y decisivo, está en
el ejército, remunerado y en el rol que mejor le cabe, de sirviente. Treinta
años pasaron y permanecemos en las mismas, que un miliquito analfabeto decida
el porvenir si así le place. No pesa la idea; sí el revólver. Mientras tanto,
los civiles como Ortega y el Mallku, en distintas posiciones, contravienen el
discurso oficial y causan molestia. No significa que lo suyo no alcance a ser
un catalizador de lo que inminentemente tendrá que llegar. Pero.., y
repetitivo, hasta dónde son idóneos personajes de tal calaña para dejarnos caer
en manos suyas. Perdimos la capacidad de invención o simplemente no hay
material humano capaz de oponerse con apoyo masivo al desgaste plurinacional,
al robo y la extorsión. Peor en Bolivia que en Venezuela, donde, a pesar de la
juntadera de lo más diverso en la Mesa de la Unidad, hay claras voces que
podrían subir al estrado político con bastante peso. Nosotros, fuera de la casi
mística propuesta del antaño presidente Mesa, no tenemos nada. Entonces confiamos
en Achacachi, villa inconfiable y desconfiada, sin mermar su historial de valor
y guerra a muerte desde tiempos del cura tucumano Muñecas, antes y después.
Achacachi suele
menearse al arbitrio de prerrogativas y coimas. Pieza en venta de un ajedrez
corrupto, desmitificado por la historia y que sin embargo aún rutila. No en
vano marcharon allí los movimientos sociales codo a codo con sus antiguos
enemigos militares, esos a los que mi padre con expresión de asco denominaba
“puchuchuracos”, vocablo del que no hallo traducción ni origen pero que sé bien
lo que implica. “Ponchos rojos”, se susurra en Bolivia con expresión admirada.
No son hoplitas espartanos o el Mallku el gran Leónidas. Estos, bien terrenos y
poco épicos en lo que va del siglo, bloquean a diestra y siniestra. La masa
sigue al dirigente y el “deregente” a su bolsillo. No ilusionemos a un público
expectante y esperanzado con lo que no es y que, tal vez, lo sea un día.
Depende.
04/09/17
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 05/09/2017
Fotografía: Felipe Quispe, el Mallku
Cuánta razón tienes. Ver al Mallcu como salida, es como saltar directo al fuego...
ReplyDeleteEl Khmer rojo, como bien dices.
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