Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Me cuenta un
amigo por correo abierto que compró libros de la Biblioteca del Bicentenario de
Bolivia, a buen precio; bonita colección. Pero, de “yapa”, envueltos en papel
bond, le entregaron “dos bodrios del sunchuluminaria Qananchiri”, a decir:
Álvaro García Linera, el Demóstenes de la avenida Atenas, Cicerón del mercado
Calatayud, la esencia de la razón sumada a la fortaleza de la letra.
Ni pregunté qué
eran, porque si los introdujeron subrepticiamente, incluso evitando que el
cliente se diera cuenta, no valía la pena. No es lo mismo decir que le añadimos
esta tesis política de gran interés, o el detalle de algún retorcido asunto
constitucional. Uno pensaría en un
aditamento de llajua para saborear el libro,
o “aserrín”, como se llama el hueso desechado cuando se corta la carne y
que sirve de alimento alto proteínico para perros. Cierto, no habría lógica,
pero tampoco la hay en que un gobierno promocione la intelectualidad de uno de
sus miembros en un “combo” silencioso. Inteligente sería, o lo pensaríamos tal,
si se callara, porque de opiniones suyas, embelesadas y tontas ya nos cansamos.
Alguna vez, y de casualidad porque no es nombre de mi archivo, leí, y retomo la
misiva enviada, un bodrio que se apodaba poema. De amor, para colmo. Me dije
que de yo escribir así, madre y padre me habrían preparado la mochila y enviado
a la Legión Extranjera. Si no eres poeta, no creas que sí, a pesar de que en
tierra de ciegos los discapacitados rebuznan lo que se desee oír.
Probablemente en
un país donde la “noticia falsa” (Era de Trump) es alimento común, GL asegurará
que sus textos tuvieron extraordinaria difusión; no aclarará que los
envolvieron en papel de acuerdo a la teoría de envolvimiento de emparedados, su
último aporte al pensamiento “marxisto”. Mejor, digo yo, si en serio regalaban
un trozo de pan. Al menos, el más soso de ellos, tendría un sabor imposible de
hallar en la textualidad del vicepresidente que es moto, romo, partido, cortado
en su personalidad. Su obra semeja un muñón de mal gusto y ni la venda más
alba, ni el alba más pura, arreglarán el desperdicio. Lo que supura, hiede.
Qué tal, y voy a
la economía, un dólar de yapa, un billetito del sonriente George Washington: In
God We Trust, de aquellos que sobran en palacio, ahí sí, con justificación se
podría asegurar que su letra corrió por la multitud y ni siquiera tendrían que
esconderlo.
Consideremos por
el lado bueno en que es el señor García un tímido literato, que tiene terror de
que las hienas del gremio lo asalten y destrocen antes de haber parido pasable
engendro. Pero hay maneras de lograrlo, de hacerse un espacio con dulzura y
decencia, con solidaridad que no es lo mismo que obligación del poder. Reconozcamos
que han ido por lo bajo, porque bien podría la autocracia de Evo Morales
inventarse una Feria Álvaro García Linera, a cuya entrada habría en mármol un
busto pensativo del poeta, con el infaltable flequillo que hace susurrar al
hembraje que es lindo y elegante. Imposible, sin embargo, porque implicaría que
el vate anda peldaños arriba del profeta, y Morales no lo permitirá. Mientras
la cerviz de los sirvientes se mantenga baja, está bien. Pueden escribir,
cantar, danzar, ponerse polleras o el sinfín de extrañas viñetas que son la
hostia diaria de esta administración mientras no tropiecen con el halo
bienhechor del Zeus de Orinoca. Lo siento, hasta en ello hay límites.
Al menos hubo
control, de entregarse estos librillos solo con la compra de obras de la famosa
Biblioteca. Porque imagínense si lo adjuntamos a Roa Bastos, A Borges, a Gonzo:
estaríamos al borde de un conflicto internacional. ¿Imaginación masista? Porque
ni hasta a Trump se le ha ocurrido propagar su voz mediante este sistema. O
simples pillos que conocen bien su delito y que añoran llegar a ser un día como
el enano de Corea del Norte: implacables y divinos.
16/10/17
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Publicado en EL
DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 17/10/2017
ni de colado entra en una biblioteca digna !!
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