Conversando con
mi madre recordé a dos poetas peruanos. Hacía mucho que había olvidado a José
María Eguren (1882-1942) y a José Santos Chocano (1875-1934). La memoria tiene
esa horrorosa facultad de olvido.
Escritor
exquisito de la América, Eguren representó al simbolismo peruano con un pulido
vocabulario. A ratos inalcanzable, deriva solo -como debe ser- por el limbo de
las iluminaciones: corona el verso con nubes en medio de gran solitud. No
podría anotar un verso suyo aquí; me da miedo tergiversar su dulzura en
desmemoria. Ya está el nombre, búsquenlo…
Santos Chocano y
la ira… No me complace su poética sino en contadas ocasiones, pero me deleita
su hombría. Apasionado, rebelde, americanista… muchos son los adjetivos que
rodean su persona. El más acertado lo dio él mismo. Durante la revolución
mexicana escribe un poema a Pancho Villa, se lo dedica en los siguientes
términos: “A Francisco Villa, el flamígero”. Flamígero es Chocano, tanto como
Villa. Esa es su mejor clasificación. Por ella serán asesinados.
Me gusta
recordarlos, con todas sus contraposiciones. Lamentablemente la memoria es un
acto fallido. He de ponerme a pensar en aquellos en quienes ya no pienso. Por
suerte quedan cinco horas hasta el amanecer.
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Publicado en
TEXTOS PARA NADA (OPINIÓN/Cochabamba), 29/10/1987
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