Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Recuerdo a Gary
Hart, político demócrata que contaba con serias posibilidades de llegar a la
presidencia de Estados Unidos. Cayó por la minucia de una amante, algo que en
Francia hubiese sido pan de cada día. Francia no lo justifica, claro, pero a lo
que se va es que la supuesta moral calvinista del país del norte parecía
sólida, se había afianzado luego de los turbios tejemanejes amatorios de los
Kennedy. El general David Petraeus, también director de la CIA, renunció por un
asunto extramarital con su biógrafa. El poderoso Newt Gingrich tuvo entre las
cosas que minaron su ascendiente una relación fuera de matrimonio mientras
perseguía la de Bill Clinton con la señorita Lewinsky. Pues, en apariencia, las
bases de la decencia norteamericana eran inconmovibles. Se oía, siempre en un
país inmenso, de algún político menor que decapitaba su carrera por affaires de
nalgas.
Entonces llega
Donald Trump, largamente asociado como hombre de negocios a escabrosas
historias de sexo y romance. Participante, además, de un par de softcore porno
filmes de la revista Playboy. Su dinero le garantizaba impunidad mientras fuese
ciudadano común; entrando en el terreno político ello impediría de seguro su
éxito como candidato.
No fue así.
Apelando al
populismo, Trump desarrolló una plataforma que en apariencia rescataba al
norteamericano medio: rural, proletario, para sumarlo en una retoma de la
fortaleza elitista en que se había convertido Washington. Narraciones de sus
excentricidades, tanto en dinero como en cuerpos, no pesaron entre gente que
solo quería mejorar, que se sentía avasallada, invadida, por una muchedumbre de
extranjeros que les quitaba el sustento. ¿Qué importancia tendría para esta
gente que el magnate se alabara de la facilidad con que podía agarrar genitales
femeninos? Es algo común entre el pueblo, y no implica el drama que se hace
en las urbes al respecto. Desnudaba esta
retórica que todo aquello relacionado con abuso sexual y sus variantes era
problema de ricos, jueces y políticos urbanos definiendo leyes que obviaban,
soslayaban, a los que vivían fuera de su área de poder. Trump proponía otra
visión, más real, descarnada y permisiva, la del hombre de la calle que no tiene
tiempo para indagar acerca de los problemas legales que podría traer algo así.
Fuera del macrocosmos de otras propuestas en economía y más.
Hoy el juez
de Alabama, Roy Moore, inicialmente no
respaldado por Trump en las primarias republicanas del estado, sufre el embate
de sus vicios de juventud (pedofilia) –que niega-. Resguarda su defensa en
cuanto al tiempo que tomó para que estas denuncias, de varias décadas atrás, se
presenten justo antes de la elección para senador por Alabama, que está seguro
de ganar.
Otra es la vara
con que se mide la pedofilia o la violación en la Era Trump. La sordidez del
jefe supremo, la ilimitada corrupción de sus allegados y familiares, historias
de putas –incluida la de su esposa, Primera Dama del burdel ahora-, no importan;
las reglas se han relajado y la masa popular que lo sigue, compuesta por
fanáticos religiosos, alcohólicos, nazis, campesinos, trabajadores y lumpen, vagos
y marihuanos ha decidido que nada es más importante que los símbolos: la
Patria, ante todo, aunque esta sea ofertada, vendida y regalada a participantes
foráneos que en primera instancia quieren destronar el aura de equidad y
justicia que el país se desvivió por crear ante la mirada ajena, para luego
apoderarse de sus despojos.
El sueño mayor de
Donald J. Trump es inaugurar en EUA un liderazgo al modo de Kim Jong-un, a
quien desdeña, ataca y admira. No se ha llegado aún al extremo de pedir cambios
constitucionales para permanecer en el gobierno a la manera de su sosías
andino: Evo Morales, pero llegará a tiempo de la segunda, o tercera elección en
unos años. Por ahora sirve rodearse de la soberbia chusma billonaria de su
entorno, y de la otra chusma, la desposeída, como pilares del estupro general.
13/11/17
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 14/11/2017
Imagen: Jacques Callot/Detalle de Las tentaciones de san Antonio, 1635
El parecido es asombroso entre la administración Trump y su par plurinacional. Despierta cierta admiración en el pueblo llano, la masa fanatizada, el lumpen al completo, esa coleccion de aventuras sexuales y demàs repulsivos escándalos de la jerarquia gobernante. El último caso que se ha destapado en Bolivia es por demas escabroso, cuando un fiscal paceño fue denunciado por violar a su propia hija adolescente. Como estàn las cosas en este insólito mundo del revés, ya no extraña a nadie.Saludos.
ReplyDeletehasta ahí llegó la revolución, se detuvo en el violador nica y su par boliviano adicto a la pedofilia. Por ahí leí un lúcido texto que anunciaba que estos fueron, y no los yanquis, los que mataron al Che. Saludos.
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