“No me dice
nada”, esas son las palabras con las que rechazo por lo general manuscritos no
solicitados que llegan a mí por diferentes canales. Lo mismo cuando me dejan un
impreso a la espera de una opinión que no encuentra potencial alguno en
trabajos que solamente pueden ser mejorables con un esfuerzo agotador. No vale
la pena que tales páginas rellenadas vean la luz. Y sí. Claro que hay mucho de
subjetivo en mi rechazo, pero no por eso se puede reducir mi reacción al mero
uso o abuso de dicha palabra, puesto que sí hay manuales de escritura en los
que se señala lo mínimo que debe reunir un relato o una novela. Un lector
atento siempre encontrará coincidencias entre quienes con talento innato o
mucha práctica lograron escribir o novela o relato.
Pero mejor
retroceder. No para desdecirme. Al menos no del todo, espero.
“No me dice
nada”, son quizá no las palabras, pero sí la sensación que deja más de la mitad
de lo publicado en Bolivia en lo que llevamos de siglo. Más de dos tercios de
lo publicado quizá. Porcentajes alegres, yo sé. Pero hay lectores, que a la vez
son escritores, que estarán de acuerdo, no conmigo, pero sí con dicha sensación
por más que muchas reseñas y muchos prólogos, siempre mejor escritos que los
libros prologados, digan lo contrario. Más que ilegibilidad, más que lenguaje
abstracto, más que hermetismo, lo que yo encuentro es la ambigüedad o tibieza
que no me dice nada y que a veces puede ser edificante, pero luego agota porque
incluso entre nuestros escritores contemporáneos, cada vez más reconocidos, tal
tibieza está presente. No escriben mal, cierto, pero cómo no desconfiar después
de todo este tiempo del tufillo a taller de escritura, de la escritura de
manual.
Si no hay
conflicto en mí o en el argumento y en la relación entre personajes o la
relación de tales personajes consigo mismos, me refiero al monólogo interior y
al subtexto, si no encuentro tal conflicto en la narrativa, aquella ni dice ni
puede decirme nada. Menos mal, eso sí, hay libros escritos retóricos o no con la
intención de decir nada pero que contrariamente, vaya casualidad, dicen mucho.
Esto quizá se deba a la renuncia del escritor a decir lo que siente que tiene
qué decir, a que la contemplación ha causado efecto en él y ha revelado,
también en él, parte de aquello a lo que mal o bien llamamos Verdad. El
conflicto es inevitable, incluso para quienes sin intenciones de narrar algo en
específico lo hacen, narran desde el conflicto interior o exterior.
La tibieza
reflejada en nuestra narrativa casi por dos siglos, principalmente la escrita
en Los Andes, ha dado en su momento por resultado a malos intentos de
radiografías sociológicas. Podría decirse que había marcado una… ¿tradición?
Quizá por eso escritores como Saenz reniegan de aquella y fundan otra que ha sido
confundida con la de la apología del alcohol, la noche y la vida callejera
diurna o nocturna. Y vino el desplazamiento seguido del emplazamiento de
quienes, confundidos, han escrito y siguen escribiendo como Saenz, incluso como
Viscarra, remedos todos, pues en la repetición, aquellos, los autodenominados
discípulos, se hicieron parte del discurso mayoritario de quienes continúan y
continuarán escribiendo así, confundiendo intenciones con resultados, pues una
cosa es “escribir cómo” y otra cosa es escribir partiendo de inquietudes
similares, de conflictos compartidos. Cómodos, todos ellos, nuevamente, y parte
de un discurso que nuevamente también se hace tibio y ambiguo. Y lo mismo en la
mayoría de los denominados intimistas, “la nueva ola”, con sus excepciones,
claro, escritoras consolidables no nacidas en La Paz.
Pero no es que lo
ya visto signifique todo y que todo haya sido hecho. Me alegro, cómo no
hacerlo, cuando veo algo más dentro de aquello que superficialmente puede
parecerse a algo, pero que más bien amplía el estereotipo. Genera otros
conflictos. Eso es lo que busco. Luchar contra los estereotipos es imposible,
lo sé, máximo pueden ser ampliados, máximo pueden ser incluidos otros, más
estereotipos. Queda, entonces, agitar la base de quienes malacostumbrados ya se
han establecido, quienes autocomplacientes, mejor dicho, se han estancado
guiados por fines particulares, al punto de no dialogar con la otredad. La
renovación es fundamental y para que tal se produzca, yo al menos, no hallo
mejor camino que aproximarse al Otro, dejar de ser uno mismo a la hora de
escribir, salir de la zona de confort, convertirse en un tercero que ni es uno
mismo ni es aquel a quien se ha observado con detenimiento: hacerse permeable
para permear. Eso es lo que quiero proponer acá. Debo intentarlo, al menos,
dado que a ratos yo también me siento y hasta me sé absorbido.
Pero no he venido
a victimizarme. Al menos no esta vez. Así que, vamos, continuemos.
Toda esta
incapacidad de decir o hacer decir se ha repetido incluso en la crítica, si es
que tal existe aquí, donde incluso faltan reseñistas, pues se aplaude lo que se
considera leíble y no se hace análisis fundamentado sobre lo que se sabe
realmente mal escrito y peor publicado, apenas adjetivos, citas tomadas de citas,
apenas nombres de escritores extranjeros o películas o series y, cómo no,
comparativas simples con lo nacional, ninguna intención de debate prolongado y…
de la autocrítica ya para qué hablar. Un triste desperdicio de tiempo, papel y
tinta, dicen. Opiniones sin argumentos. La crítica debería ser implacable en
Bolivia, las condiciones están servidas para que así sea, pero no. Unos y
otros, respetando turnos, se soban las espaldas o se las escupen con muy poca
saliva. Se leen los mismos de siempre. Se sigue una moda, la que le ha servido
al más exitoso, su estilo se repite sin mayor aporte. Más que de escritores,
entonces, quizá de lo que hablo es de una manera de convivir, ya no solo entre
ellos, sino entre todos los habitantes de un país junto a los no nacidos aquí.
Los momentos de conflicto, como en la política partidaria, se superan pactando
o absorbiendo al remedo de antagonista.
La estabilidad
vuelve y, ahora vuelvo a hablar de los escritores intimistas, no me sorprende
que muchos se hayan sumado a la literatura del Yo, la moda del ahora,
exponiendo cada quien sus miserias, miserias de clase media, publicando
catarsis, haciéndolo en busca de la empatía de los pocos lectores, ya no
buscando al Otro en uno mismo, ya no patrones universales ni epifanías… yo,
mírenme, quiéranme, no me basta hablar de mí mismo en internet, ¡ámenme, por
favor! Delfina, personaje de Catre de fierro de Alison Spedding, encuentro en
ella palabras que no he sabido hallar en mí: “Ni tú ni yo hemos nacido en esta
familia, pero parece que nos han hecho parte de ella y no nos queda más que
seguir. Así que más nos vale que hagamos causa común ¿no?” Así es. Pareciera
que más que escritores hay gente que quiere seguir siendo parte de algo con sus
beneficios lánguidos. Ganan apenas, mal, miserias, unos cuantos lo hacen,
perdemos todos. Pierde la literatura boliviana, si es que hay tal. Más que de
literatura boliviana, entonces, deberíamos hablar de manifestaciones de la
literatura boliviana. Todo es muy sintomático para todos, pero hasta ahora no
se ha dado nombre al problema. Sigamos, entonces, identificando síntomas al
menos, señalándolos, poniéndolos en escena, manifestando lo que vemos,
citándolo. Digámoslo de nuevo. Las implicancias generacionales son, siempre han
sido, evidentes. Una continuidad que aburre, o, mejor decirlo así de una vez,
un estancamiento. ¿Herederos de una forma de escribir? No. Ya ni siquiera de
una tradición. Herederos apenas de una actitud manifiesta en la tibieza y en la
ambigüedad puesto que ya no se mira, apenas se busca lo colectivo en lo
individual blanco o blanqueado, casi nunca cobrizo. Se teme al conflicto. Hoy,
además, se escribe siguiendo manuales.
La necesidad diaria de sobrevivir agota a quienes teniendo potencial no escriben con regularidad y entonces se limitan a publicar todo lo que escriben, lástima. La falta de contemplación se nota. Contemplar, lastimosamente, se ha convertido en un privilegio de quienes gozan de largos periodos de descanso mientras otros trabajan y sostienen a quienes contemplan. Hay oficios que permiten tal acto, pero son los menos, como son los menos los escritores que limitados por oficios paralelos, siempre mejor remunerados, miran más allá de sí mismos y no sé ya si por agotamiento ni se documentan. Todos demandamos amor, pero quien escribe buscando únicamente recibir amor, cómo no, se equivoca. Así también, obviedad o no, contemplar solamente es cosa de actores pasivos que inconscientes, por lo general, reafirman sistemas consolidados. Se aspira a lo bello. ¿Puede haber algo más Occidental que lo Bello? Se confunde lo “universal” con lo bello, occidentalmente bello. Se aspira a lo bello, pero no es precisamente lo bello lo que consume mayoritariamente la población, es más bien lo popular-mediático. Urge que nuestra literatura se apropie del conflicto por ser el conflicto cosa de todos los días en todos los estratos sociales y colores de piel. El conflicto es un espacio de intercambio, contrario a lo que otros piensan. María Galindo, en su ejercicio lleno de aciertos y desaciertos, crea espacios de conflicto y hasta ha llegado a teorizar al respecto.
Hay, claro,
peligro en todo esto para los privilegiados generacionalmente o quienes gozan
de privilegios nimios dentro de lo ahora establecido. Sensación de invasión. En
palabras de George Bernard Shaw: “Convertir al salvaje al cristianismo equivale
a convertir al salvajismo en cristianismo”.
¿Pero qué hay de
quienes escriben desde el conflicto? Identifico entre los escritores vivos y
con trayectoria a cuatro, cuatro que resaltan entre decenas pues encuentro en
ellos, en algunas de sus novelas o libros de cuentos, ese conflicto que reclamo
al resto, presente en los cuatro, ya sea en el argumento, la voz del narrador o
el diálogo entre personajes, y hasta la arquitectura: Alison Spedding, Claudio
Ferrufino, Wilmer Urrelo y Maximilano Barrientos. Sigo a la espera de más
mientras, pienso ahora, contradictoriamente a lo desarrollado hasta aquí, que
lo malo de la literatura boliviana está solamente en sus efectos, no en sus
intenciones. No faltará quien diga que, oportunista, lo que yo únicamente
espero es más bien alternancia.
Librero y editor
- alexis.arguello@gmail.com
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De RAMONA
(OPINIÓN/Cochabamba), 24/12/2017Imagen: Detalle de un cuadro del Bronzino
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