En memoria de
Heinrich Campendonk, pintor.
Recuerdo la cama.
Más recuerdo los árboles.
Me acuerdo de la
madre. De las paletas cubiertas de pintura seca.
He pensado en
Franz Marc, en la visita a Baviera. Incubaban sus ojos tigres, venados y zorros
de color. El cielo era de azul. Franz se durmió. Lo veo así y siento en mis
dedos amor. Murió durante la guerra y sobre el frente de batalla se atormentó
la tierra. Llovía. Tanta era su vida que, dormido, el crepúsculo le dibujaba el
rostro de verde y por su nariz una gota naranja de sudor atrapaba el sol. Mas
eso era Baviera… Krefeld tenía las calles arenosas, las casas bajas y las
muchachas. La cerveza olía (mi brazo lleva el frío del jarrón). En Holanda me
he visto caminando con mi holgura de viejo por Krefeld, otra vez. Pero este
miedo de ciego, de no ver más lo que había, me obliga a quedarme, a no volver,
a pensar que, en Krefeld, Helga no terminó aún de cocinar los panecillos. Y es
tarde para mí.
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Publicado en
VIRGINIANOS (LOS AMIGOS DEL LIBRO, Cochabamba, 1991)Imagen: Heinrich Campendonk/Pierrot con serpiente, 1923
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