"La muerte es una quimera, pues cuando yo
estoy, ella no está; y cuando ella está, yo no" - Epicuro –
Los dichosos
editores españoles de Muerta ciudad viva
de Claudio Ferrufino-Coqueugniot lo saben: aceite
nuevo y vino viejo, al paladar del lector y al de quien anda enamorado del
deleite orgiástico de la literatura también, el picante, el amargo y el frutado
del aceite de oliva se casa naturalmente con la madurez del buen vino; cuando leí por primera vez la
novela de Claudio fue como el aceite recién exprimido, de la almazara a la
prensa y de inmediato al pan, hoy que la leo nuevamente mis papilas gustativas
me ofrecen la madurez de un vino - con toda su sabiduría - que el tiempo supo
prudentemente mejorar y hoy servirnos en una copa aún más fine… esta es la
magia del texto, esta es la grandeza de una penetración - ya lo dije varias
veces - que a su tiempo logró el Juan de La Rosa de Nataniel Aguirre.
Hay una lalangue sostenía Lacan, y este es el
milagro en la lectura de esta obra, esta es la primera lengua, es la lengua que
habla con el cuerpo, es la lengua compuesta de
sonidos confusos, de afectos, de estados emocionales, de letras inconexas, de
mezclas de fonemas y espasmos del cuerpo… es un lenguaje donde el significante no transmite el significado, pero
está en el cuerpo del que habla. Ningún libro está escrito con lalangue pero lalangue son brasas silenciosas, por eso uno lee Bukowski en lugar
de Benedetti, prefiere Majakóvskii a Prévert, nuestra relación con el lenguaje
es filtrado por el misterio de lalangue…
el encuentro con un libro es de veras un
encuentro solamente cuando en la lectura no somos nosotros los que leemos sino
cuando el libro nos lee.
Esta ha sido mi
lectura, mientras iba naciendo ya en Virginianos,
madurando con El señor don Rómulo,
confirmándose en El exilio voluntario
e “inquietando” en Diario secreto el
inquebrantable amor por la palabra de Claudio; en este valle fértil, de
campiñas que bordeaban la desordenada ciudad, lo conservador se mezcla con lo
pícaro, lo tradicional se enfrenta a todo cambio, manteniendo sólidas muchas
estructuras coloniales, muchos vicios burgueses y muchas leyendas urbanas,
Claudio se adueña de un lenguaje puro y sincero, quechuismos y contaminaciones
importadas o de paso - de la época que vive - sin conformismo y con pocas
gracias da a luz una visceral joya literaria, que el tiempo - sabio conservador
y madurador - nos devolverá mañana con aún más luz y más poesía. Dejémosla
madurar, a cada cosa su tiempo, a cada uno su trabajo… y al lobo el rebaño.
A quien tendrá la
dicha de leer esta novela les invito un pellizco de otro poeta: dai diamanti non nasce niente, dal letame
nascono i fiori.
Febrero 2018
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Imagen: Ben Nicholson, 1936
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Imagen: Ben Nicholson, 1936
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