Quema la lámpara
de 100 watts. Pero, al fin, luego de meses de oscuridad, puedo leer en cama,
evitando la obsesión sobre Donald Trump y su costilla Evo que son peñascos que
impiden la luz.
Isaiah Berlin sobre Vissarion Bielinsky. Inteligencia y pobreza; grandeza y pobreza. La
generación del 40 rusa, que todavía pesaba hace unos años. Hoy, con Putin, los
oligarcas y la mafia, no sé si continúa. Bielinsky, joven rural, modesto. El
valor de la palabra. Más de un siglo de influencia. De él tuvieron que hablar
Herzen y Bakunin, Turgueniev y Goncharov.
Sobre la mesa
está Demetrio Rudin, de Iván
Turgueniev. Leí que su inspiración fue Miguel Bakunin. Parece que fue, o
también (en Isaiah Berlin), Bielinsky. Nostalgia por la juventud donde se leía
a los rusos, en la que por cielos no volaban pavos reales con cartel de
escritores y solo se observaba en la nieve sombras, las isbas de Gogol.
Me duele el
costado derecho, la nuca derecha, la cadera, derechas costillas, hombro
derecho. Gabriel llama a la una de la mañana que está en el hospital. Sangre,
hemorragia, y sin embargo su hogar a esa hora luce tan tranquilo, con los
perros olisqueando por debajo de la puerta.
Una muchacha,
Paz, dice que mis bigotes son chulos. Me miro. Espejo. Veo a mi padre. Sonríe
papá pero no habla. Ha crecido barba al otro lado. Me miro. Soy él. Felizmente.
Pero también soy
yo.
Puteo sobre la
nieve, maldigo el hielo. Un ciervo observa. Ojos del tamaño de mi puño. Bajo la
colina, conduzco y resbalo.
Corto un trozo de
queso. Humea el café.
Me dices que ya
no te gusta el sexo. No te repugna, no. Gusto, no repugno. Y tengo que recoger
el calzón verde con liga negra, derrotado. Si al menos el DVD estuviera bien.
El Rudin de Turgueniev en este momento
no me satisface. Quería imágenes visuales, no mentales. Deseaba tu cuerpo y lo
cierras hecho un candado. Ni con barreta lo abro. Y el metal se convierte en
suave ramita para fabricar canastas.
Corto más queso.
Humea el café. De Sumatra, anuncia la etiqueta, con figuras de hombres casi
negros, o parecen negros. Café para ricos de Estados Unidos, cosechado con
manos pobres a las que se arroja centavos.
Te has ido.
Dejaste olor a perfume no a sexo. La noche se atonta huérfana entonces, ansiaba
otra cosa. A ese olor de sexo los mexicanos le dicen en la prisión “meco”.
Noche sin aroma de meco, entonces. Queso y café. Pies fríos y calzón verde de
liga negra que se ha suicidado de espanto.
Quería besarte
estilo Chagall, con la cabeza doblada hacia atrás. Atrás hay sombra. No peco y
meco.
01/18
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Publicado en PUÑO
Y LETRA (CORREO DEL SUR/Sucre), 05/02/2018
Imagen: Marc Chagall
Joya de texto, querido Claudio.
ReplyDeleteGracias por compartirlo en PLUMAS, querido Jorge.
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