Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Cada vez
que escucho corales de Mozart, me acuerdo de ti. Elevabas los brazos como si
cantaras; te abrazabas a ti misma; cerrabas los ojos; los abrías y estaba yo. Y
en Mozart nos enfrascábamos en una guerra de cuerpos que siempre perdías. Tarde
lo supe.
Me llegan
cartas de amor. Amores virtuales como una masturbación placentera y no diré
mediocre. Yaroslava describe una escena y aclara que solo la presentaría
conmigo. Jóvenes, sonrío y me digo, jugando con los estragos de una generación
que lo probó todo. Hasta cierta ingenuidad encuentro en la alocada lujuria.
Pero me place, me gusta, incluso toca nervios que florecen la vida y levantan
obeliscos.
En la plaza
de los obeliscos solitarios, en la Concorde o en las páginas de Erich Maria
Remarque. Cuando se ha leído mucho, solo para comprender nuestra tremenda
ignorancia (Sócrates), miro atrás, a lo que hice mal o no hice. Lo bueno se
gratificó, con mucho y bastante, pero la derrota está en lo que se trató sin
cautela, en el capricho malsano de creerse único. Ahora, cuando los coros
interpretan los garabatos del genio, permanezco solo. Han caído las 10:15 en la
oscuridad de Aurora y hombres y mujeres en coro atraen el llanto como jalea al
niño. En Ucrania comía con cucharilla mermeladas de extrañas bayas, oscuras y
carmesíes de los bosques escondidos. Y desde mi ventana contemplaba pasar al
público.
Eleanor Rigby. Oh, the lonely people…
Eleanor Rigby.
Cuando
escucho Mozart te recuerdo. Música de último domingo. Cuando en domingo murió
Dios y comenzó la Inquisición.
Eleanor Rigby. Oh, the lonely, lonely people. Ground control
to major Tom.
Take your protein pills and put your helmet on. Pienso en los galos de Asterix, siempre
creyendo que se les habría de caer el cielo encima. Será por eso que David
Bowie aconseja usar casco. O el casco oculta la nostalgia, no la deja fluir
cuando los coros cantan Mozart y hay mucha vida en ellos, demasiada, pero están
llenos de muerte.
El domingo
hoy transcurrió calmo. Es el Mezozoico y llega el Paleolítico. El otro, el
domingo en que falleció Dios y comenzó el castigo, la brisa cayó marchita y quedó
una estática, vecinos caminando como espectros, tintineo de vasos encajonados
sin licor.
Saludes y
salucitos en festejo insulso. Cuando ya no hay con quien brindar sobra el
alcohol y se remacha como cilicio de fraile el período inrebelde, el mitológico,
el de la desesperación forzada que va rescatando una filosofía de vida que se
parece a la del común. Tal vez la gran equivocación es no marchar con la recua.
Pero se regresa cabeza gacha, molido el cuerpo de posibilidades. La mácula del
fracaso. La vergüenza del olvido.
Los coros
de Mozart ejecutan Eleanor Rigby. Y la figura enmascarada que pide el Réquiem
en la versión fílmica de Milos Forman, no se sabe si forma parte de los malos
azules o de la banda del Sgt. Pepper en Yellow Submarine. Banda de corazones
destrozados. Allí toco el trombón.
Si me
acuerdo alguna vez de ti, es cuando escucho corales de Mozart, Eleanor Rigby,
Eleonora, Eleanora que tenías otro nombre impronunciable.
Canta,
mueve los brazos, que siempre me acuerdo de ti. All the lonely people
Where do they all come from?
All the lonely people
Where do they all belong?
Where do they all come from?
All the lonely people
Where do they all belong?
16/12/18
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Imagen: The Nowhere Man
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