Se cumplen
hoy 101 años del nacimiento de Hugo Ferrufino Murillo, tío, hermano mayor de mi
padre. Hombre de mundo, viajado, Moscú, Pekín, estudios de arquitectura en
Chile, actor, cantor bajo profundo, poeta, escritor que hace mucho escribiera
una novela premiada en el Guttentag, nunca publicada por su extensión y
visionaria, hurgando en el pasado, de lo que ocurriría hoy bajo el reinado de
Evo I, amo de mariscales y mariscalas.
El
Deregente es esa gran novela escondida, que desde el título desnuda las
contradicciones bolivianas, y la peculiar manera de percibir el mundo de esa
clase que es la “deregencia” en el país, con el supremo “deregente” dándoselas
de Luis, príncipe de Baviera, el rey loco.
Hugo fue de
aquella generación que vio caer el sistema semifeudal imperante desde tiempos
de Melgarejo –cuando se agudizó-. Lo vio desde una perspectiva diferente a la
de su hermano, mi padre, desde un estrado elitista que lo codeaba con las
aristocracias criollas en oposición al populismo del menor. Que lo sufrió,
seguro; al igual que Borges no condescendía con las chusmas. Vio el látigo de
los capataces sobre las espaldas indias, o casi ni lo vio porque vivía en
universo exterior. Mientras que Joaquín se enfurecía con la impericia con que
se manejó la historia en el país y con la injusticia reinante. Mas mi padre ni
así agachó la cabeza ante la nueva elite demagoga. Literalmente los mandó al
carajo: al Mono, al Conejo, a Lechín y la dinastía de turno.
Mi padre fue
un columnista agudo y perspicaz, duro y ácido, con columnas que jamás se
publicaron y desnudaban la sociología nacional con visión precisa. Escribía
para sí ya que no soportaba los cenáculos “inteligentes” ni a afeminados poetas
que contrastaban con su brutalidad aparente. Era, por decirlo en esta época, un
hombre del pueblo, que vivía y entendía el proceso ilegal de enriquecimiento de
su clase por encima de la mayoría indígena. Explosionaba contra ello en sus
textos y en su vida privada se apasionaba por las expresiones de fortaleza
física de boxeadores y pesistas. Fue peso mediano en su paso por el ejército en
la Muyurina y desafió a un matador de soldados a combate singular que eludió el
milico asesino con sonrisa picaresca. De él vengo, de esa intransigencia
poética y cruel que lo aisló en la vejez y lo permaneció sentado en la mesa del
comedor leyendo la Enciclopedia Británica y mirando el vacío con sus ojos
claros.
Mi madre
era graduada en Leyes y genial maestra que formó generaciones de bolivianos que
de una forma u otra rigieron los destinos del país. Amaba Bolivia, su Bolivia,
la que extrañaba luego de unas semanas de permanecer de visita en su Argentina
natal. Comía llajwa más que cualquier cochabambino y solía encontrar el punto
exacto en que mis libros demostraban ser, cualquiera fuese el tema que
trataran, muy bolivianos. A pesar de que afirmaba, un poco con modestia, no
haber nunca entendido la idiosincrasia que la rodeaba y comparaba a mi padre
con personajes de Dostoievski.
Alicia era
dulce poeta; idolatraba a Juan Ramón Jiménez y leía siempre que tenía un
momento libre. La recuerdo y sé que la noche antes de su muerte, con la
almohada en la espalda para mantenerla erecta, leía a Roger Martin Du Gard. No
tengo esa fortaleza vasca que llevaba en la sangre y es lástima. Otra sería la
vida si mi madre la agitara dentro mío.
Escribió un
libro de crónicas de la familia, incluyendo vívidos relatos de la servidumbre
como ahora es moda después del filme de Cuarón. Ahí estamos en retratos
antiguos. Ya no somos lo que vio pero nos sabía, notaba hacia dónde íbamos, y
en no pocas ocasiones recriminó mi debilidad. Era dulce escritora, pero firme,
y recitaba las razones del lobo de Ruben Darío y extensas partes del romancero
español para nosotros. Trajo a García Márquez apenas lo publicaron y nos lo
hizo leer. Yo tenía siete años.
13/01/19
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 16/01/2019
Imagen: Alicia Coqueugniot Espeche y Joaquín Ferrufino Murillo
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 16/01/2019
Imagen: Alicia Coqueugniot Espeche y Joaquín Ferrufino Murillo
Claudio sabes que no comulgo demasiado con tu estilo literario,pero este relato me llenó de nostalgia y recuerdos de mis tios tan queridos. Antes de casarse mi "tia Dory" me hacía dormir recitandome Los Motivos del Lobo y Romance de la Condesita. Besos.
ReplyDeletePues, qué bueno que fuera así. Besos.
DeleteMi mamá y yo disfrutamos mucho de tu hermoso artículo, Claudito querido!
ReplyDeleteGracias, querido primo. Muchos besos a la tía.
DeleteTres personalidades indiscutibles. Conocí mucho al "tío Negro" de todos y fui alumno de tú madre, encantadora maestra; a tú padre lo conocí menos, y le tenía cierto temor por su mirada severa y clara...
ReplyDeleteLos tres, sin duda, han dejado una huella no sólo en su familia, sino en esta Cochabamba que los tuvo entre sus mejores personajes, y mejores personas !!
Gracias, querido Fernando.
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