Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Dos
películas. Una reciente, la de Steven Spielberg, y la otra de un director
Tillis, de la década del 80. Dos excelentes actores: Liam Neeson, que hace de
Oskar Schindler y Donald Sutherland de Norman Bethune. Como para alegrarse de
que el viejo arte de la actuación sigue siendo vital y que sin ellos, estos
hombres de carne y hueso y gestos como cualquiera, la cinematografía no
existiría.
Oskar
Schindler, el industrial checo germano sobre quien Spielberg hizo su película,
era un hombre de méritos valiosos sin duda. La poco usual ortodoxia empleada
por él, y eso de ir convirtiéndose en santo a pesar de que la santidad no
fuese, como supongo, su inicial objetivo, tienen que ser apreciados. Se puede
discurrir muchísimo acerca del asunto, hasta dónde el hombre es lo que es,
hasta dónde lo que quiso ser y hasta cuándo lo que pregona ser. Así con
Schindler. La posibilidad de un pronto enriquecimiento por medio del trabajo
esclavo de la población del ghetto era una muy seductora idea, sobre todo en
una persona ambiciosa como él. Pero, circunstancias especiales y lo que podemos
suponer solamente -un corazón blando-, lo obligaron a pasar de una lucrativa
idea económica, de provecho personal, a una empresa de salvamento colectivo.
Las fábricas de Schindler permitieron sobrevivir al genocidio nazi a un número
de judíos que no lo hubiera logrado en otra situación. La verdad o falsedad de
los hechos es ya irrescatable.
La mente de
Schindler nos viene de segunda o tercera mano. Pasa de los supervivientes a sus
hijos, de allí al documentador, al literato, hasta el director de cine. Oskar
Schindler adquiere dimensión por y gracias al arte. Un hecho valioso y aislado
como el suyo se masifica, se populariza y su imagen aparenta ser quizá más
grande de lo que realmente fue. Ese es un defecto del cine y los medios de
comunicación de masas, priorizar y agigantar algo posiblemente muy pequeño para
ser esencial. No quiero desmerecer su figura. Pero el poder de la sociedad de
consumo, de los Estados Unidos, el inmenso bagaje económico de la etnia judía
en este país, que domina el ámbito cinematográfico de Hollywood, entre actores,
directores y productores, puede lograr lo que quiera, hacer de un oscuro
personaje como este industrial alguien aparentemente muy importante. Su nombre,
así como el del criminal de guerra Amon Goeth que supervisaba el exterminio
judío en Cracovia, han sido recién destapados para la historia. Es algo
significante, productivo, indagar lo histórico en detalles ignorados porque la
suma de ellos nos dará una mejor perspectiva del total. Mi único descontento es
que se realicen obras así, como esta excelente película, persiguiendo fines
parcializados o políticamente "aceptables". Steven Spielberg es judío
y los Estados Unidos permiten historias relacionadas con el drama de este
pueblo. Se da dinero para ello. No se lo daría para filmar la memorable vida de
Ho Chi Minh, poeta y revolucionario, en su grandeza, porque ello atentaría
directamente a los "intereses nacionales" de los EUA y sería
calificado como propaganda comunista. Ningún cineasta, a no ser Oliver Stone o
alguno que otro independiente, se animaría a hacerlo. El riesgo es grande. De
allí que es mejor invertir millones en ejemplificar una vida que fuera de sus
íntimos atributos humanos es, históricamente, no importante. Por ello hago esta
comparación entre dos películas: "Schindler's List" y
"Bethune"; entre los filmes, repito, porque entre los hombres, Norman
Bethune y Oskar Schindler no hay comparación posible.
"Bethune"
es un filme que carece de la grandiosidad de "Schindler's...". Y ni
para qué hablar del presupuesto. Sin embargo no podemos negar que la película
de Steven Spielberg es una joya de cinematografía, mientras que la otra no.
Claro que Donald Sutherland, actor inglés, la prestigia con su calidad. Y, por
supuesto, la epopeya del médico canadiense Norman Bethune es de por sí
suficiente para interesar.
Norman
Bethune fue un hombre brillante, controvertido, dominador. Caótico e
intransigente, su vida personal se agita entre la miseria, la aristocracia, el
amor y el genio. En un momento dado opta por la lucha social y milita entre los
comunistas; detalle sin importancia porque su desenvoltura, honradez, sobriedad
para encarar los problemas vitales distaba mucho de ser dogmática. Era más que
un buen comunista, un buen hombre. No recuerdo las palabras de Mao Zedong, que
todavía se llamaba, allí por los años setenta, Mao Tse Tung, sobre él. Era una
página, quizá dos, que el gran chino había dedicado a la memoria de Bethune, el
occidental más relevante de la revolución china. Murió practicando la medicina,
en medio de campesinos soldados y enfermeras revolucionarias. Le levantaron una
estatua, ni sé dónde, y desde el pedestal rocoso aún presume de hombría.
El fin de
mi artículo es más bien crítico. Si bien aprecio el buen cine, creo que los
artistas, directores entre ellos, deben pugnar por desenmascarar la historia,
no caer en el juego del capital que permite sólo lo que no lo daña. Digo, no
siempre, pero alguna vez. El criterio del arte no debe ser didáctico sino
iluminador. No tratar de enseñar reglas de conducta sino sugerir. Ya que hay
tanto dinero aquí, por qué ese silencio. Hombres e historia esperan para ser
contados. Relatar el sujeto de Schindler es interesante. Es tiempo de contar
hechos y personas más destacables. La gente se beneficiará, así les duela a los
ocultos dueños del mundo que hacen prestidigitación con sus marionetas
gubernamentales.
Aurora, 1997
Aurora, 1997
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Imagen 1: Monumento a Bethune en Montreal
Imagen 1: Monumento a Bethune en Montreal
Imagen 2: Oskar Schindler
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