Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Arce
Catacora, el chamán de los enamorados de la falsa revolución, ha sentenciado:
cien pesos, cien bolivianos, no se necesita más.
Evidente
que este galán de cintas B, de la mersa del plurinacionalismo fascistoide y
desnudo, de economía no sabe. Que macro o micro. La línea D pasa por la Juan de
la Rosa y desvía en la Calancha. ¿El macro? No sabemos por dónde va. Si de
retro o de lado. Poco importa en este enrevesado mundo de chalanes convertidos
en amos, de pongos esclavizadores de pongos, de indígenas a priori y oligarcas
a posteriori, de sexo convencional o nefando, por donde venga mejor, por donde
asome el lucro, que la política es la prostituyente de la vida y los actores.
Que
sabemos, y bien, en la Sodoma y Gomorra que hacía bailar el grupo
cubano-boliviano Guapachá, que bien sabemos, que diosa cocaína manda donde no
hay capitán ni marinero, que aquí el amo es el financista escondido, el
desollador, y no estos mimos que se mueven al son del viento, títeres,
marionetas que el tiempo ha dejado y que por ahora juegan un rol de canalla en
ristre, basura ensalzada de manera exponencial y cuya garantía eterna ya caducó
mucho ha. Pandilla que juega los descuentos y que espera hasta el último pitazo
que los hará campeones. Acá, aquí, acullá, el único campeón es esa jerarquía
escondida que permite a sus chacales jugárselas de machos, apostar de
capataces, hasta que la muerte los separe, pero no por amor sino porque el
negocio del narco es volátil y eunucos abundan por doquier para dárselas de
presidentes. En el mundo del negocio no hay mesías, ni iluminados ni yatiris.
El arte adivinatorio es para los malos poetas y para la juerga, jerga,
agonizante de los masistas en comparsa. Ellos ven lo que la historia no ve, y lo que las circunstancias hacen
semejar imposible. Que quien desafía al patrón Morales ya perdió, en primer
lugar por el masivo fraude y en segundo por la orfandad de gente de lucha,
gente de clase, que enfrente la falacia del seudomarxismo, que estos no son
marxistas, más bien marxistos.
Queda o
amargarse o montarse en el raid de la
alfombra mágica, porque desde arriba el panorama pierde detalle y la debacle
parece acuarela. Arce Catacora sentencia: cien. 100 es un número drástico,
aquel que porta o portaba el ceño cachondo del Longaniza, Simón Bolívar.
Bolívar provee para la patria y los patriotas, y cien es el número después del
99, la cumbre adonde se puede llegar.
Clara
escuela cubana.
Maduro
parece haberse afianzado. En la Asamblea Nacional ya chaquetean; Trump está
cargado de sus propias mierdas y no quiere meterse en honduras al sur.
Finalmente que se maten entre ellos, salvajes. Ya lo dijo en el mundial de
fútbol del 66 en Inglaterra, el técnico de aquella selección, refiriéndose a
los argentinos: animals. No se
equivocaba, seguimos de recua indócil pero borregos al fin.
Varitas
mágicas, Harry Potter, el elegante vice con dengues de Donna Summer; el otro,
el cacique, de Rita Hayworth. Dicen que uno es lindo y el otro horrible; dicen
las mujeres. Uno maneja la alfombra, la recorre por los cielos de esta Persia
blandengue de Bolivia. El otro grita, como los cobradores de El Alto, que
arriba, que se les hará precio si montan. Que ya nos vamos, que a un peso, que
esto y lo otro y alfombra llena como micro. O macro. Cien, dicen, suficientes
para la canasta familiar. Cien le sirven al Catacora ese para limpiarse el ano,
si lo tiene atrás, que quizá lo lleva en la espalda como los perros aztecas que
encontraron los de España en este mundo de encuentros y sorpresas.
Pondrán a
Catacora en lugar de Bolívar en el billete, susurran. Papel higiénico rojo
¿será comunista?, porque acá en la tierra de maldita bendición hasta Hitler
canta la Internacional… cuando lo miran.
14/04/19
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 15/04/2019
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