Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Nicky, bartender
del Charlie Brown, muestra los brazos tatuados. Muestra piernas magníficas
cubiertas con medias negras. Muestra un precioso trasero, senos aturdidos por
la noche, dedos mojados por bourbon y fireball. Es un placer sentarse en la
barra y verla trabajar. Apenas me ve, nos ve con Gabriel, ya trae rebalsando de
espuma Guinness negras, chop, draft, draught, como quieran decirle, que carecen
del molestoso gas de la cerveza en botella.
Hay un
matrimonio, o vienen de un matrimonio a nutrirse de un poco de gloria de la
poesía beat. Idos hace mucho los fantasmas de Kerouac y Ginsberg. El viejo
hotel se levanta todavía sobre el bar. Entramos por ahí, desde el parqueo. No
sería mala idea conocer una aficionada poeta que se emborrache y te pida pasar
la noche allí. No es el Hotel Chelsea, ni ella será Janis, ni yo tan feo como
Leonard Cohen. Peros y más, de todo un poco. Vanidad, por cierto, elegancia
suya, tuya Kristina, al decirme que en la foto parezco Hemingway, y hasta un
poco Camus. Decido no analizar la extensión de la contradicción y me quedo con
ese dejo de placer femenino que traemos todos.
Transcurren
las horas y hay desfile de hermosas mujeres, acompañadas de individuos dudosos,
horribles, aliens del mundo extraterrestre, fríos, calculadores, dioses nacidos
para ser adorados. Veo a una hermosa rubia, muy joven, entusiasmada con un
patán de polera negra (llevaba la misma la semana pasada), que no se digna a
darle un abrazo, un beso. Al fin ella lo saca del lugar, lo estira, para en un
sexo ferviente inventarse un amor que el macho no tiene. ¿O de eso se trata, a
pesar de más de cinco mil años de conocimiento? De la hembra copular al macho.
Sí, para parir, pero en cinco mil años de aprendizaje se ha sabido controlar la
parición. No hablamos de placer, sino de falo idolatrado, consumido, tragado;
el obelisco egipcio y el faraón.
Parece que
nos equivocamos. Que ese lugar común del macho alfa es solo cierto. Que la
hembra se asocia al que menos tiembla, no por valiente ni por tenaz sino porque
la estupidez parece sobria. Hace unos días puse una cita que gustó a mi amigo Pablo
Mendieta Paz y sé por qué. Decía Bukovski que los hombres inteligentes están
llenos de dudas mientras que los más estúpidos están llenos de confianza. ¿Pues
con quién se irá la princesa? No cabe duda.
¿Dejo de
ironía, de rabia? Simple observación. En el Charlie Brown contemplo ídolos de
piedra e idólatras acurrucadas a la sombra de un pedestal entre las piernas.
Generalización, casi seguro, pero de observar se trata, y de retratar.
Diapositivas de un mundo que en mente no progresó nada en su conjunto. La
conciencia es una historia de hombres solos (mujeres incluidas). Pensar que
podría cambiar es como pensar que la muerte del doctor King y las luchas por
los derechos civiles enterraron para siempre a monstruos como Donald Trump.
Manos de pintura, decoración, maquillaje, poco o nada de real. Le digo a
Kristina que me place escucharla hablar de Camus. La literatura es un animal en
proceso de extinción. Ya no se lee. Quizá sobrevive en el mundo pobre, allí
donde la distracción no ha llegado a niveles de sofisticación. Comencé hablando
de mujeres y terminé en tecnología. Ah, recuerdo, esta mañana escuché en la
radio una canción mexicana sobre una mujer. El título: La calculebra. Me
recordó algo tosco que escuché en Cochabamba décadas atrás, hablando, claro,
sobre una mujer. Decían en un bar de tristes machos alfas, dopados y no
imaginativos que “ella era tan fría y tan puta que la apodaron la
calculeadora”. Sigo sentado, escribo, se ha hecho la oscuridad y todavía
contemplo, escucho, pienso, dudo. Soy un enfermo, un hombre malo, anota
Dostoievski. No sé, tal vez, quizá. Mucho ha pasado y todo he perdonado. Y al
perdonar uno queda como Cristo. La mujer es tanto el Gólgota como el Domingo de
ramos. Así.
Mostraré a
Nicky, que es mujer empresaria y emprendedora, el food truck que otra arrasó
cuando comenzaba. Le interesa comprarlo. Lo hizo antes en Kentucky, sabe de lo
que habla y lo que quiere. Raro. Tal vez se haga el trato. Mientras tanto le
invitaré un almuerzo brasilero de carnes asadas, haré que le brillen los ojos
con dulce caipirinha. Ojo, no hay conquista, que duerme Gengis Khan. Solo gusto
de hallar una mujer en sus cabales, con ideas claras y futuro decidido aunque a
prueba. Con ella se puede conversar. Más alfa que los alfa, que la Ajmátova
tenía más huevos que su amante pintor, el Modigliani.
Apuro la
tercera Guinness que extraño mi cama. Mi cama, alerta, de nadie otro. Mis
sábanas y mis sueños. Por el momento que quede así; aprendo. Ojalá que desde
ahora sepa discernir y evitar las personas fracaso que consumen como gavilanes
años y vida. Dos halcones peregrinos sobrevuelan la casa. Buscan palomas a
destrozar. No seas tan drástico, Claudio, me dice mi sombra, que el fracaso
viene desde el profundo de la historia, a veces es ajeno a uno mismo. De
acuerdo, le respondo a mi sombra, y bebe mi mano izquierda la última copa con
mi derecha. Entre nosotros no hay doblez, nos conocemos, y mi rostro no
traicionará a mi nuca. Salud tú, salud yo. No me apuñalaré a mí mismo, seguro.
Eso me hace dormir en paz.
18/08/19
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