Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
¿Qué héroe
era yo de niño? ¿Cuál quería ser? Época en que la Editorial Novaro de México se
dedicaba a publicar en forma de revistas Superman, Batman, Batman y Robin,
Aquaman, Super Niña, Linterna Verde, Flecha Verde, Legión de Superhéroes. ¿Cuál
sería yo? Estaban los padres, siempre héroes, o no siempre, pero que estando al
lado pierden el brillo del diamante para quedarse en zafiros. Es manía humana
buscar, y encontrar, afuera, lejos, mientras más lejos mejor, de uno. Será una
suerte de rebelión, de intrínseca fuerza para en el futuro poder destetarse y
reeditar el universo. Cuando uno se absorbe en su entorno íntimo retorna al
útero, suele no crecer. Los ojos se crearon para observar el panorama, la línea
del horizonte, donde espera lo inesperado y donde nosotros seremos al fin
singulares, propicios a la creación, martillo y yunque del porvenir.
Debo poner
ambiente. De fondo: Hey you, de Pink Floyd. Y un café cargado con un shot de
Patrón Extra Añejo. No doy cuenta de mi vida más que al silencio. Solo me miran
mis ventanas. La 1:56 de la tarde; podrían ser las dos. ¿Quién puede saber si
esos cuatro minutos de diferencia en verdad existen? Habito un mundo hoy que se
parece más a lo vivido en los cómics de aquellos héroes que cuando crecía en
Cochabamba y la totalidad de lo leído no solo era fantástico sino ilusorio.
Caminando por Chicago me muestran parajes donde se filmó Batman, y, en verdad,
resultaban ser los mismos de los dibujos de ayer.
No había
televisión. Los cines venían a ser lujo dominical. Por eso, la Noche Popular se
atestaba de pueblo. Galería explotaba, escupitajos caían sobre una supuesta
burguesía acomodada en la platea. Con la oscuridad asomaba la calma. A ratos un
grito de “ratero”, “metemano”. Actrices en inglés. Mundos que dejaban alelados,
que sustraían la realidad por hora y media. Luego lo mismo, meaderos apestosos,
“baño de cine”, sudor e insultos. Todavía no había filmes de los héroes de
Marvel. El arte ese era solo gráfico, sin la sofisticación de la imagen que hoy
tienen las novelas gráficas o la pantalla, pero colorido, lindo, en cierta
manera “normal”, aunque los individuos volaran. El Joker era tal vez Acertijo,
no sé si Guasón.
Legión de
superhéroes… se aumentó tanto a ella. Los clásicos eran, aparte de los
nombrados, el Hombre Halcón, Átomo, Elemento, Flash, la Mujer Maravilla, muchos
más. Renovábamos con mi hermano Armando las revistas en la Revistería Apolo,
cerca de la Avenida Aroma, entonces no el fin de Cochabamba, el fin del mundo.
La eterna lucha del Bien contra el Mal, con toda la carga ideológica que se
ponía en los textos al hacer que fuesen los Estados Unidos la personificación
de lo bueno. Los antihéroes vinieron mucho más tarde, destacando, exagerando a
veces, las falencias de un mundo que antes fue siempre heroico y resultó
podrido.
Sobre la
Punata, donde hoy es La Pampa, en la parada de colectivos, había puestos de
revistas: un alto panel de madera con series de repisas y cordeles que las
sostenían. Las alquilaban. El público sentado en banquillos individuales de no
más de 30 centímetros de alto, otros largos, colectivos. No solo cómics de superhéroes,
también Memín, Kalimán, Epopeya, Chanoc, romances en blanco y negro. La gente
leía. Hablamos de la Punata, de gente humilde, ajena al mundo hacia el norte,
gente de monedas y pasajes contados, muchedumbre que subía al 3 hacia Cala Cala
y Tiquipaya, al 5 a Sarco y Condebamba, números hacia el Ticti y San Miguel,
líneas llenas al cementerio, al Thanta qhatu, a los carboneros del cerro, al
Cero, K'asapata , debajo del arco del puente del tren a Quillacollo. A Alalay
y Valle Hermoso. Queru Queru y Tupuraya. Por lo menos, y eso es un descargo, se
leía. Con los años apareció el robusto cómic argentino, con notables
representantes que hicieron de él un arte, que más que ingresar en territorio
de lo fantástico, de héroes con superpoderes, se centró en individualidades
destacadas cuasi históricas, en un amplísimo territorio que iba desde el Far
West de Jackaroe, a la Sumeria de Nippur de Lagash, a la Rusia/Ucrania de El
cosaco, a la guerra gaucha y la valiente tragedia india con Pehuén Curá. Otra
vez, fuimos partícipes de mundos que en realidad no nos pertenecían, pero que
ampliaban la visión de ser nosotros parte de un conjunto mucho mayor y diverso.
El Bien y el Mal, de nuevo, con matices. La eterna búsqueda del héroe que fue,
casi seguro, el arma que utilizó el hombre antiguo para sobreponerse a un mundo
hostil. Héroe sería el mejor cazador de leones de los llanos de Uganda, héroe
el que se subía a lomos de un mamut y le destrozaba los ojos. Sin la figura
ejemplar, dudosamente el hombre habría sobrevivido.
Gente pobre
que matizaba el destino con héroes. Solamente cambió el entorno físico,
seguimos en lo mismo, que la modernización de la vestimenta, la tecnología, no
mejoraron en sustancia nada. Continúa la orfandad, perenne la angustia de la
soledad, el abandono, la brega diaria, la supervivencia. Lo demás follaje.
Helechos que cubren la desnudez de Eva-Adán, pero cuando llega el frío la piel
se retuerce como siempre antes, como en los abuelos neandertal. Ni siquiera ya
animales que matar, pieles para cubrir. Queda la imaginación, lo ilusorio,
deseo, fantasía. De otra forma la tierra sería un yermo ni siquiera para Mad
Max. Pero hasta en esa dejadez geográfica, en la sequía del apocalipsis, los
ojos se vuelcan hacia Aquel, el que con su fuerza e intelecto logrará reanimar
las cenizas muertas. Prometeo encadenado, Nimrod disparando flechas hacia el
cielo.
Hoy la
imagen es permanente en la mano; el celular ha cubierto leguas imposibles
atrás. Viajamos, aprendemos, ni siquiera necesitamos Dios para comunicarnos en
lenguas. ¿Cambiaron los héroes? No, lo mismo con otro retocado. Lo que eran
líneas simples del Marvel antiguo son caóticos trazos que anudan el drama a la
historia; hoy la idea no es ya el plano sencillo, con la violencia del dibujo
se añade tridimensión o cosa similar. Fondos de claroscuro medieval, no una
gama de color para cada imagen. El siglo XXI ha tomado mucho de la Edad Media
para añadir a la tecnología oscuridad de martirio. El Bosco más moderno que
nunca. La tecnología rescata a Leónidas y sus trescientos bravos en una
adaptación libre y de vívido dinamismo para eternizarlo. Nada nuevo se ha
inventado. En la Edad de Piedra existirían también hombres alados, el Superman
inmortal.
Me decidí
por Flecha Verde. Héroe no muy notorio en comparación con el poderoso del planeta
Kryptón, aquel a quien Lex Luthor quería debilitar y eliminar con la brillante,
verde kryptonita. Sin duda que la indumentaria viene del flechero del bosque de
Sherwood, Robin de Locksley. Pero no fue eso, no sé cómo explicarlo. Elecciones
de un segundón por encima de los rutilantes. Así me incliné por Héctor Priámida
en lugar de Aquiles, por Belerofonte y no por Hércules. Por Marcel Schwob y no
Anatole France, santos de otra devoción. Cuestión de carácter. Hay hombres que
son Clark Kent; otros no. Kafkiana sombra de la cucaracha, el escribano, el
sastre, el talabartero. Ni joyero, ni orfebre, ni obispo. Humildad,
inseguridad, miedo. Pink Floyd continúa con The Wall. Tan difícil escalar paredes,
menos romperlas. A ratos la imposibilidad; otros fanfarria de feria.
El señor de
Sainte Colombe suena en disco compacto igual a la música en aire pleno del
1600. La viola da gamba es instrumento triste. Dumas le puso aventura a la
época, espadachines, collares de perlas, amantes. El señor de Sainte Colombe hace
música de sombras, de oscuridades donde corrían alocados bandidos, perseguidos
aunque también héroes. El comisario Vidocq va detrás de un ser con máscara de
espejo. Siempre buscando, el hombre y la posibilidad de ser lo que nunca será.
La viola da gamba no tiene resuello heroico, pero anota tristezas que producen
héroes, irredentos jamás acostumbrados a su desgracia, rebeldes a los que la
circunstancia despierta. Eduardo Abaroa en el Topáter, con grito absurdo en la
boca y fusil de yeso. Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos
será el reino de los cielos. La tierra para los valientes, sin intentar
contradicción entre unos y otros, que los valientes también suelen guardar
espíritu de turrón dulce, polvo de jengibre y no hierro. Napoleón grandioso en
Austerlitz, pero Bonaparte lloroso oliendo los calzones de Josefina. El puente
de Arcole se derrama en ruinas cuando la reina abre sus piernas ponzoñosas para
liberar al dragón. Obuses de Apollinaire. Explosivos que se escudan en cuevas
húmedas, tropicales, de embriagador aroma. Obuses que explotan y matan. Pero
obuses aterrados por la ausencia, morteros, tanques, aviones supersónicos que
entran en la cueva antojadiza que devora a los héroes. ¿Y las heroínas, hoy que
es Día de la Mujer? Ahí la ciega Gandarillas con guadaña de muerte india. Cómo
puedo hablar de lo que desconozco. Wonder Woman y aquella reina pelirroja de
las islas británicas, o Semíramis, o Tomiris que ahogó al gran Ciro y sus
veleidades.
Apollinaire
y tantos otros, la nata del arte de vanguardia, los años maravillosos, qué
hacían en las trincheras, en el barro, sino buscar en sí mismos los héroes que
anhelaban encontrar, hallarlos para alivianar la vida. Ellos murieron con sus
sueños, con los vivos colores de Franz Marc, que dejó de ser el caballo azul
para convertirse en lodo. Volviendo a los griegos, ya destruida Troya,
sacrificadas las troyanas, porque siempre fue la mujer pasto de héroes, qué
quedó sino una épica que se amodorró y fue descendiendo implacablemente hacia
la tragedia, hacia el fin sin ningún brillo. Uno a uno los famosos de la
interminable guerra se diluían, comenzando con el divino Agamenón, rey de
reyes, cuyo fin tuvo mucho de terrestre y nada de semidiós.
Novaro nutría
al público de habla española con lo mejor del cómic norteamericano. Una dicha
leerlo y visualizarlo. Entonces no había héroes locales, ni Amarus ni Kataris.
Claro que los mexicanos tenían lo suyo con personajes nativos, aztecas o de la
etnia que fuere. Aparte de la ficción, la editorial se dedicaba a revivir
narraciones históricas, del mundo real, en su serie Epopeya. Entre héroes
voladores o sumergidos se entremezclaron figuras que descollaron en su época y
su región. Supongo que a un niño se le iba formando la visión del héroe como un
conglomerado de ambas. Si me apasionaba con Linterna Verde, también Aníbal de
Cartago y el almirante Nelson dejaron en mí su impronta personal. A su manera,
eran Superman, y Luthor los romanos o los españoles. Primeras imágenes que
marcan tal vez el desarrollo del pensamiento después.
En el caso
boliviano, no recuerdo publicaciones semejantes. Se hablará del imperio y sus
nefastas influencias. Por algún lado no le falta razón a ello, pero si no hay
contrapartes locales que impulsen la historia nacional, los líderes, héroes,
estadistas, es muy difícil que se pueda vencer a lo foráneo. Peor cuando llegó
el cine masivamente. El contrapeso nuestro estaría en las clases escolares de
Estudios Sociales, en la recordación de eventos importantes con feriados,
desfiles, fechas y horas cívicas. Más bien espaciado y no con el constante
martilleo que tenía lo que venía de otro lado. Entonces se creció con una
pléyade de figuras de la historia nacional pero sobre todo en un entorno fantástico
ajeno al ambiente propio, a pesar de que la fantasía es patrimonio universal.
Nunca imaginaríamos a Batman o al Hombre Araña dando saltos y descolgándose de
edificios sobre el mercado de Caracota. Entonces hacíamos de lo suyo, nuestro,
siendo urbes que rememoraban a Nueva York o a Londres el objeto de nuestros
sueños.
Toda una
parafernalia de nombres y acciones, de muy antiguo hasta mi infancia, cupieron
en el mundo tecnológico a la perfección. La heroicidad, la epopeya,
administradas y enriquecidas por la cibernética, el mundo virtual, la
computadora, toda esa magia de lo invisible que reanima muertos y alimenta
multitudes con guiones no siempre bien relacionados con su origen, de acuerdo a
los mercados, a la evolución, involución, desmembración de personas y
sociedades. Héroes para la época, en el arte gráfico y en el cine, hasta en la
vida real de un mundo descocado donde el mérito suele venir de sórdidos
confines. Destrucción tal vez, más y más a pesar del esfuerzo por preservar al
héroe con características inquebrantables. Será que se perdió la épica, que la
sucedió y reemplazó bazofia inescrupulosa. Hoy héroe puede ser cualquiera.
Profesión desvanecida, devorada, comprada y vendida. Era de la mercancía..,
olvido de Boquerón.
10/03/2020
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Publicado
en RASCACIELOS, La Paz, 22/03/2020
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