Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Ray Charles atraviesa las congeladas calles de Aurora; en las colinas el hielo quiso caer por las paredes y se convirtió en cortina transparente. Nunca llegó al suelo.
Cruzo la entrada de unos apartamentos: The Cambrian. En Lowry, que fuera base
militar con armas nucleares enterradas en casamatas, crece un asilo de ancianos
en forma de L en medio del vapor de frío. Subo por el ascensor a las tres de la
mañana. Me siento en el salón de estar, vacío a esta hora. Aunque alguien en
silla de ruedas mira por la ventana sin moverse para ver quién entró. Pienso en
mi padre, que se hubiera negado a la silla, y al favor de cualquiera. Prefirió
morirse con el vozarrón intacto. En su café favorito, en la esquina Ayacucho y
Santiváñez, el patrón afirma: murió un patriarca. Si se sigue la calle abajo,
hacia el pasado de Cochabamba, una casona guarda la memoria anciana de las
sillpancheras hermanas Hilera, en el llamado k'ullku que describía mi padre en
ya historia muerta.
Me siento en un salón triste, salón de tres de mañana. Ajados libros en
cirílico adornan los estantes. Alguna hora lo llenará de soledades. Miro, igual
al inválido estoico, por la ventana. Un Papá Noel de tamaño natural, con las
pilas casi agotadas, baila, fantasmal, festejando las navidades. De niño leía,
cobijado por los padres, Canción de Navidad, de Dickens. Nunca
antes, tal vez en David Copperfield, aprendí tanta tristeza. Este
Santa Claus se me hace macabro. Gesticula y canta para los ausentes. De a
ratos, alguna cuidadora de ancianos, etíope o somalí, pasa con trapos. Huele a
orín, a excremento. Alguien grita en los pasillos ¿en el segundo, tercer piso?
Neil Young canta en un punto cerca de inaudible. Voy con los vidrios del coche
abiertos. Ráfagas de quince bajo cero abofetean mi rostro de ambos lados. Me
quiero dormir, cabeceo. Despierto sobresaltado y el paisaje se cubre de árboles
canosos, de tronco oscuro. Sombras. Les hablo. ¿Eres tú, Joaquín? El hielo debajo
de las ruedas suena como cristal quebrado, en una fiesta de despedida, no de
fin de año, sino de fin para siempre.
Un mechón de tu pelo. He cambiado la estación. Cumbia sonidera. El listón de tu
pelo. Es bailar pena, otra vez, abrazado a una mujer espectro, que nunca se ha
ido y nunca permanece. El dormitorio de mis padres está al fondo del pasillo.
Miro su puerta desde mi puerta. Diez metros, quizá, pero en esa distancia
habitan mujeres de largos vestido y cabello negros. Con el auto he llegado a la
intersección de Piccadilly y Hampden, colina arriba. Hay un parque allí, del
lado izquierdo, con motivos tradicionales. Unas chozas, teepes indios, muestran
siluetas de lo que no existe. La nieve cae, parece que viene de los faroles
mortecinos que arrojan los copos. Me he detenido en mi propio western. Desde el
Honda Accord imito al postrer cheyenne que mira la fértil hondonada hoy
cubierta de mortaja.
Nunca llega la mañana, de Nelson Algren. Me lo dio Joaquín Ferrufino
Murillo, el último de los descendientes del ahorcado, hace cuarenta años y
recién lo recojo. Lo leo en su hogar, en su cama, con el saco todavía en el
perchero, zapatos debajo de la cama, el poncho gris de Sanipaya doblado.
Boxeadores polacos de los bajos de Chicago. Le gustaba ese mundo. Me gusta. Nos
gusta. Algren revolcaba a Simone de Beauvoir enloquecida de pasión, aferrada a
los hombres rudos, aburrida de su pequeño pensador. Culto de la hombría,
Joaquín, lo decías mientras estirabas un brazo para alcanzarme Hemingway y las
notas de Enzensberger sobre Durruti. Tal vez por eso, cuando me preguntan, el
por qué no estoy sentado en una oficina con papeles garrapateados con firmas
afirmando lo que soy en la pared detrás, les digo que adoro esta intemperie que
me congela los pies y me aisla. Las montañas rocosas de Colorado traen una
imagen que podría ser Cochabamba. Espero que se vaya el año y que no vuelva. En
medio de la tormenta estoy con mi padre, observado por azorados coyotes que
cazan conejos. En la radio suena un blues. Adiós, papá.
29/12/14
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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 30/12/2014
Imagen: Joaquín Ferrufino Murillo
en Nancy hay un restaurant qu es ellama "Le coq en fer" bon apetit
ReplyDeleteNo lo sabía. Buscaré en internet. ¡Gracias!
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