Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Contradicciones de la vida. Escucho canciones satíricas del siglo XVII y comienzo a escribir hablando del “camino de los huesos”, la carretera de Kolyma que saliendo de Magadan, en el Mar de Okhotsk, iba hasta las minas de oro de Yakutsk. Stalin la construyó con trabajo esclavo, sobre los huesos de miles de prisioneros, igual a los caminos del África congoleña que Leopoldo de Bélgica afirmó con huesos muertos de también esclavos.
Ya quise
hacerlo el domingo anterior, luego de leer una magnífica crónica en el New York
Times (Road of Bones To the Gulag, Haunted Still/Andrew Higgings) pero no dio
tiempo. Domingo, aquí, no es el día en que Dios descansó. Ayer trabajé 18 horas
corridas. Así por treinta años. Siempre que me he sentido desfallecer pensé, y
he pensado, en el trabajo esclavo. Energía sacada del infinito, de la extraña
fortaleza humana. Claro que las mías son 18 pagadas y me considero afortunado
en la situación actual; pero me refiero a lo físico, a cuando uno cree haber
llegado al límite del aguante, cuando rodillas y hombros duelen como estirados
en potro tormentoso. Y vamos, “a huevo” como dice el mexicano, hasta límites
que ni se sospechan aunque se sientan.
Varlam
Shalamov… Los Cuentos de Kolyma, sobre los cuales escribió mi amigo Jorge
Muzam, en Chile. Decía Shalamov, y lo anota Higgins: “un hombre tórnase en
bestia en tres semanas, dados trabajo pesado, frío, hambre y palizas”. Quince
años pasó el poeta en el campo de trabajo forzado para legarnos aquel gran
libro. Para no olvidar, pero olvidamos… Creo, a veces, que la memoria es más
frágil que el amor. Y hasta el dolor… Es el olvido, quizá, el recurso mayor de
supervivencia. Oblivion. Me gusta la palabra inglesa, tiene dejo de nostalgia.
Pienso en Dickens. Londres no es para mí el que veía desde las ventanas del
aeropuerto de Harwich sino el de tabernas como escondrijos de lodo en las
riberas del río. De soledad y hastío.
Esa fuerza
produjo, en medio de lo imposible, literatura. Los Cuentos de Kolyma denuncian,
cierto, pero no es ese su objetivo sino el hombre que habla de lo suyo, su
entorno, los otros, lo que duele y lo que mata. Decía alguna crítica rusa que
donde Solzhenitsin sigue la gran tradición tolstoiana, Shalamov continúa en la
del avant garde tan rico de la década del 20 en Rusia. Dos vertientes del
gulag, el de los caminos construidos con fémures y de tanta voz extinta e
irrecuperable. Hay que ver el filme de Marleen Gorris, Within the Whirlwind,
basado en las experiencias de Eugenia Ginzburg. Hay tanto más al respecto.
Cuenta
mortal regresiva hoy. Hace poco, en Colorado, había 1 contaminado en 50; luego
49; llega el jueves y son 1 en 35. La lotería se achica y hay pánico. Desde
siempre se veía a la gente en China, en Hong Kong, con bozales, barbijos, y uno
se preguntaba a qué temían. Pasaron décadas y esa imagen se ha multiplicado. Ya
ni las aceras se comparten. Si vas a cruzarte con alguien en la vereda que
viene en sentido contrario, casi seguro que se irá al otro lado de la calle.
Cuando llego en mi camión de Amazon a una casa los niños corren, las puertas se
cierran, la gente pone los brazos sobre nariz y boca. Hay un macabro sentido de
dominación, de lo fácil que será arrear a todos como a ratones en Hamelin. Ojo,
que no comparto la estulticia trumpista de que el mal no existe, pero que los
hombres no son reacios a convertirse en hormigas…
Salté del
siglo XVII y los satíricos ingleses e irlandeses al R&B. Observo a los
choferes negros con sus audífonos. Mueven brazos, cuello, gesticulan, bailan.
Comienzan el día y lo terminan con música. Imposibles mis días sin este
constante de ritmos y voces. Muchachos negros cruzan la calle danzando. En Bolivia,
donde no se respeta ni ley ni tráfico, estarían todos muertos.
Debo volver
a Guerra y Paz, tanto en Tolstoi como en Bondarchuk. ¿Habrá todavía tiempo para
leer tantas páginas? ¿O las 1000 de Vida y destino? ¿Las 700 de Shalamov? Por
eso sirve el trabajo colectivo, también en el campo intelectual. Me nutro del
Paul Celan que comparte mi amiga Diana desde Bucarest, las cordilleras poéticas
del Ñuble en Muzam, la Venecia de Bagatin. La indigencia juvenil hace que nos
alimentemos sin pausa. Otro el hartazgo de los mayores. La piel en Airam
Goizeder…
Ben E. King canta Don't
Play That Song (You Lied).
The Shirelles cantan Baby
It's You.
La nieve se derrite. No se ha derretido la nieve. No es la manera en que
sonríes, pero es tu sonrisa. Eres tú. ¿Qué puedo hacer, si eres tú?
Ya me desvié del todo. O no hubo tema. Notas azarosas. El sol penetra por
resquicios. He de tirarme agua encima, enjabonarme y salir a fotografiar
árboles. Tengo cartas y besos que enviar. Pero hoy no hay correo. Iba a tender
la cama pero la dejo así, como si me hubieran sacado a la fuerza, como hubiera
dejado la Triple A la cama de mi hermano. Voy a airear el frío de Kolyma, la
angustia de Celan. Nikolai Bujarin, desesperado, visito a André Gide en su
hotel para que lo ayudase a salir de Rusia. Otro poeta, Evtushenko, grande,
pidió mucho después de Bujarin ya polvo, que se rehabilitara su memoria. ¿Sirve
de algo? Oblivion…
Barbara George canta
I Know (You Don't Love Me No More)…
26/11/2020
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Imagen: The Mask of
Sorrow monument in Magadan commemorating Gulag prison camp victims.
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