Claudio Ferrufino-Coqueugniot
¿Qué horas son, mi corazón? Doce de la noche en La Habana, Cuba. Alguna vez fue medianoche en La Habana. Desde nuestra ventana miraban hacia adentro Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí. El monstruoso edificio soviético enfrente parece fallecido, pero abajo pululan negros pobres con pobre ron. No hay puertas y son puertas esos agujeros dice que comunistas. Oscuros como stout con café.
Radio Reloj.
Cinco de la mañana. No todo lo que brilla es oro, se sentencia en la canción de
Manu Chao. Varios folletos Granma sobre la cama, ron de Santiago. No era
entonces, aunque debió haber sido, cuando se leían igual a rosario los blancos
huesecillos de caimán de Matanzas convertidos en collares de mujer.
Mi vida,
lucerito sin vela, no me hagas sufrir más, canta. La última vez que cantó Manu
Chao fue en el aire de luces y sombras debajo de la estatua de Ekaterina la
Grande. Sobre el mar navegaban luciérnagas y el agua lucía como sangre de
tártaro.
Me dice una
amiga desde su calle, la Moskalivska, D, 37/39, que compró ayer 22 de enero
champaña y torta para festejarse en cumpleaños. Me acuerdo de aquel pastel de
chocolate y crema blanquísima, que apuramos con un sauternes helado. Desde el
tejado había un panorama de ciudad grande y hastiada. Por allí pasaron los
rusos al matadero muyaheidín. Queda el peso de ciudad tomada, sitiada,
violentada. ¿Qué horas eran? Las tres, un domingo, y el abrigo gris se te mecía
y la cabeza cubierta de velo marrón cuando los iconos miraban con inmensos ojos
que acariciabas mis dedos. Besan los pies de los iconos, acarician las manos,
el cabello de las imágenes. No había llegado la peste. Un bajo profundo escondido
rimaba letanías sonando a entierro.
Sorbo otro
poco de stout. Pregunto a mi sobrino Omar qué son esas manchas del mandil con
el que cocina. Pensé que eran de aceite y de lágrimas eran, mientras se secaba
los ojos amantes llorosos al tostar la cebolla. Puerco con limón, dice, para
hoy, a la vez que sorbe otra cerveza y llora. Manu Chao en portugués ahora,
zafado, zafadinho, afirmaba el idioma de Pessoa y de los cabellos negros en ola
de algas encima de la blanca almohada. Si aquel amor era un cuadro sobrio de
Malevich, con un par de cuadrados, aunque detrás se agitaran pontos y puentes
levadizos, en un mar en que perecían todos y se oían estertores de ahogado.
Terminé la
cerveza. La tarde llama a un ron de Trinidad, dark, se sienten la caña y el machete;
debiera llamarse revolución. Manglar y mambises; relaciono el alcohol a
historia e historias, a Antonio Maceo y a poemas africanos. Un bus doble se
detiene al otro lado de la calle donde está el Hotel Presidente, lujoso, donde
los ratones suben en ascensores y donde no se permiten cubanos a no ser que
como mercancía vengan. Un bus, digo. Y las olas revientan contra el muro del
malecón. ¿De quién era esa estatua ecuestre allí, húmeda del estallido, espada
en mano y muertos petrificados?
Juan Ramón
Jiménez… poemas que parecen simples. Mi madre lo recitaba en las tibias penumbras
de la avenida Aniceto Padilla, al fondo, casa que tenía vinchucas y los manzanos
mostraban disparos que mi padre hacía en la noche a sus fantasmas. Desde niños
nos enseñó a disparar. Él era el dragón, el que vociferaba llamas, más fuerte
que Satanás y San Joaquín al mismo tiempo.
La cerveza
negra no permite ver el fondo. Bebes sin saber qué, o quién, duerme al fin.
Cosas nuevas o despiertan antiguas. Cambio la música, Charlo, el gran
estribillista y cantor. Tiempos viejos. “Lo de Hansen”, Roberto Arlt, don
Chicho y la Mignon, pero ya salté a Discépolo. Muros que guardan implacable
pátina. Faltan los novios de Chagall por el cielo de Capitol Hill, las flotantes
novias de Kusturica. Suena el vals criollo. No sé dónde cabe tanta memoria, y
olor, sabor. Tal vez, a este paso, necesite prestarme de Omar el mandil de los
lamentos. O me duermo y guardo la catalepsia por unas horas. Cuando despierte
será de noche, y sombras que aparentarán ser gente han de escabullirse cuando
mire allí, a cualquier rincón, que todo esto está habitado y silente no es jamás
la noche sino musicante.
23/01/2021
__
Imagen: Keith Haring/Man and Medusa
Genial texto.
ReplyDeleteGracias, querido Darwin. Abrazos.
Delete