Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Dice el
viejo jazz de St. James Infirmary:
“Diecisiete muchachas fueron al cementerio; diecisiete muchachas a cantar una
canción. Diecisiete muchachas fueron al cementerio; de ellas solo dieciséis retornaron
a casa”. La muerte es un silencio.
Un año,
digo, ya sin ti, hermana, pero yo me fui de casa hace treinta y dos. Hace mucho
y fue mucho que no hablamos. Se acabaron los regaños a las tres de la mañana, consejos
de volverme hombre, de aceptar las pérdidas y llorar lágrimas secas. Ni las
tres, ni las cuatro de la mañana como son ahora. Ya no suena tu canción. Está
la noche silenciosa y llueve. Manejo sin rumbo por las calles marcadas. No hay
siquiera perros vagabundos en esta ciudad.
Escuchaba
en casa de los padres St. James Infirmary
a mis trece, en la cascada voz de Satchmo. Esta noche, a mis sesenta y uno,
la he vuelto a escuchar, con apenas el siseo lacrimoso de un cielo encapotado.
No supimos vivir y aprendemos a morir sin haber conseguido nada. Parece absurdo
y no lo es, porque entre seis hermanos nos calentamos los pies en una inmensa
cama, y ese inolvidable calor persiste. ¿Dónde?, no lo sé pero me sostiene.
Fuimos seis
en el amanecer del desayuno. Quedan cinco panes. La muerte es como el hambre.
15/05/2021
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