ALEJANDRO SUÁREZ
Cuando era niño, solía ver por televisión a un dibujante que tenía una rutina curiosa: le pedía a alguien en el estudio que hiciera un trazo al azar sobre una cartulina blanca, y a partir de eso, el artista era capaz de completar un dibujo con sentido y, además, de gran factura: un tren, un patinador sobre hielo, un paisaje. El dibujante parecía decirnos a todos los presentes: no hay trazos malos ni bueno, solo hay que saber mirar. Traigo este recuerdo a colación porque al leer “Nuevos escritos de memoria antigua” de Claudio Ferrufino, libro que reúne textos breves publicados en diversos medios entre 2019 y 2021, siento que estoy ante un artista de la estirpe de aquel dibujante: Claudio es capaz de tomar cualquier acontecimiento (el recuerdo de un amigo, la lectura de un pasaje de algún libro, una tarde de jardinería en algún barrio de Denver, la vista de una pelirroja tatuada en la barra de un bar) y como una especie de Rey Midas de las letras, convertirlo en literatura. De muy bella factura, además. Solo hay que saber mirar. Y él sabe, sin dudas.
Claudio
Ferrufino nos presenta aquí una colección de textos un tanto inclasificables y
por eso mismo, fascinantes, a medio camino entre el diario, el ensayo y la
prosa poética. “Diario de mis impresiones, conocimientos, emociones, momentos”,
me dice. “Soy un hombre curioso e intrigado por el amplio mundo. El resultado
son estos textos que guardan todo: información, memorias, sensaciones; son
literatura y se crean dentro de un concepto literario en su mayoría. Hasta en
textos “políticos” siempre doy mucha importancia a la forma.” Y se nota, digo
yo. Quienes hemos sucumbido alguna vez a
la prosa de Claudio, al embrujo de sus ya célebres novelas: “Don Rómulo”,
“Diario secreto”, “Muerta ciudad viva” y “El exilio voluntario”, sabemos de lo
que es capaz con el lenguaje, con ese estilo tan suyo, de oraciones y frases
poderosas, pero a la vez sin hacer concesiones gratuitas al lector y con un
compromiso ineludible con la literatura. A propósito: lo he dicho en más de una
ocasión, pero “El exilio voluntario” es, en mi opinión, una obra mayor de la
literatura boliviana y latinoamericana contemporánea.
Decía Akira
Kurosawa, el gran cineasta japonés, que en una buena película uno debería poder
detenerse en cualquier fotograma y siempre obtener una fotografía que rozara la
perfección en cuanto a composición. Algo parecido pasa con la prosa de Claudio
y “Nuevos escritos de memoria antigua” no es la excepción: uno puede detenerse
en cualquier párrafo al azar y siempre encontrar erudición, poesía, estilo, y
ese algo inclasificable que palpita en sus textos y que no se enseña en ningún
curso de escritura creativa. Eso lo tienes o no lo tienes. Y Claudio lo tiene.
Para
muestra un botón. O dos:
“Observo el sábado norteamericano. Hay presión,
coacción, control vecinal. El sábado es de dedicarlo al jardín. Para los perros
son todos los días. Creo que, si uno rehusara perder su sábado cortando el
pasto, si prefiriera escuchar a Arvo Pärt, mirar cine, tener sexo, quedaría mal
con los otros. Existe una estética tácita que requiere cumplimiento de horarios
y normas. No lo manda nadie, pero es notorio, pesado. A primera vista da la
impresión de habitantes entusiasmados con el trabajo. Hablo de gente pudiente,
que entre pobres no hay miramientos y a nadie le interesa arrinconar la basura.
Me imagino yo en medio de gringos, leyendo El pabellón número 6 mientras los
otros protestan que no quité la maleza, que el pasto excede el límite de tamaño
que la decencia obliga. Ah, no, ahí estaría con la puteada como flor de labio,
porque nadie me vendrá a decir qué hago con mi tiempo y cómo lo hago. Pero es
una sociedad mediocre, de pensamientos siniestros y manufactura similar.
Contemplo un par de negros, otro de latinos, chinos y filipinos todos podando, deshierbando,
abonando para beneplácito anglosajón. Quien sale del cauce merece castigo y hay
recursos sociales para hacerlo sentir. La sociedad uniforme, contenta,
sonriente, armada con ametralladoras, asustada, regida por falsas normas y una
más falsa comunidad. Se mueren por la comuna y no saben qué es. Ella no pasa
por la obligación de ser todos iguales, de disfrazarse igual, de utilizar las
mismas máquinas. La estética y, claro una supuesta ética. El ser buen ciudadano
pasa por desfiles al unísono con los demás. Pasa por Donald Trump que a pesar
de la crítica es quien mejor representa a esta población de jardineros.
Me imagino, sentado en calzoncillos, y por la
ventana abierta Tom Waits a todo volumen. Da para persignarse, supongo, para
visitar la church y cargar las pistolas. Tocan la puerta y preguntan: ¿Vecino,
no va a trabajar en su jardín? No, respondo, mientras Chopin golpea las teclas
de su Eroica y se erizan los pocos vellos indios de esta piel morena. Hoy debo
leer, mirar desnudos, poner cine noruego en el devedé. Pero, dicen, su casa va
a desentonar con el barrio. Así me gusta, respondo, porque yo no soy como
usted, labriego sin solaz. Y cierro la puerta empolvada, que olvidé quitarle el
polvo. Entonces los pilgrims conversan entre ellos, conjuran para expulsarme,
para plantar cruces ígneas en mi patio. Mientras cambio el disco y pongo la
Varsoviana, y leo a Paul Avrich cuando cuenta que aquel día, un día, explotaron
bombas en cafés de Odessa y de Varsovia. ¿Qué hacer? Nada, esperar la hora para
emigrar de nuevo, para descabezar los sueños y recomenzar otros. Hasta que nos
toque y el barquero nos arrastre a la laguna y entone cánticos de bajo
profundo, creyéndose que en lugar de recogemuertos es un barquero del Volga.
Siempre quise ir a Kazán. Siempre.”
“Nuevos
escritos de memoria antigua” es eso: la vida fluyendo ante nosotros, curiosos
lectores. Es Claudio, quien usa el espejo de Stendhal en novedosa manera para
mostrarnos el reflejo de la realidad, de su realidad inmediata, a través del
filtro de su subjetividad y su poesía. Y la percibimos bella, a veces triste, o
pletórica, o imperfecta. En otras palabras, viva.
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