Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Mi madre alimentó una tradición. Como a Borges, a mayor distancia geográfica, me subyuga aquello relacionado con los gauchos, la indiada, facones y cautivas. Ella me introdujo al rebelde Martín Fierro. Me dio a leer "El último perro", de Guillermo House y muchas otras historias. Además estaba en casa la zamba en cuyo ritmo se agitan las muertas vidas de Felipe Varela, el Chacho Peñaloza, Taboada... Cuando me sugirió Güiraldes, edición Losada de tapa naranja, intuí una aproximación diferente a la pampa, y sin embargo tan criolla.
El indio en buena parte de esta literatura hacía o el papel de malo o el de
salvaje. Clara -y supuesta- oposición entre civilización y barbarie. Leopoldo
Torre Nilsson lo precisó con violencia en su filme sobre el poema de Hernández
cuando los pampas, nombre genérico para una multitud de etnias, cortan a
cuchillo los talones de aquellos que se quieren fugar del cautiverio en los
toldos.
Esa frontera interna, apenas al sur de Buenos Aires, pervivió hasta casi fines
del siglo diecinueve, cuando Julio Argentino Roca decidió lanzar su
"Campaña del desierto" contra los naturales y abrir paso tanto al
etnocidio como a la modernidad.
Calfucurá (Piedra Azul) fue un cacique araucano nacido en Chile que reunió a
las huestes indígenas creando una inmensa confederación, un estado dentro de
otro, desde Mendoza hasta la Patagonia. Jugó un papel en la convulsa historia
argentina de entonces y Rosas compró por un tiempo su paz. Finalmente el
cacique arremetió contra el Restaurador y se asoció con Urquiza.
Desde su cuartel general en Carhué lanzaba incursiones a los establecimientos
blancos de avanzada. Mantuvo en vilo a las poblaciones provinciales bonaerenses
y se temía que el malón alcanzase la capital. Hasta que en 1872, en la batalla
de Pichi Carhué, las considerables bajas indias lo hicieron replegar. Murió al
año siguiente, rodeado de "chusma" -como se denominaba a las
mujeres-. Su tumba fue saqueada, robada la platería que lo acompañaba, sus
ponchos y una veintena de botellas de ginebra y anís. Sus huesos dieron en el
Museo de Ciencias Naturales de La Plata.
El cacique charrúa Vaicama Pirú combatió al lado de Artigas y Rivera. Un
extracto de Paul Rivet cuenta lo extraño que era ver a Vaicama y su horda de
"salvajes desnudos y montados en pelo, no teniendo más armas que sus
temibles lanzas, poner en derrota a los batallones brasileños". A pesar de
sus antecedentes en la guerra patria, el ya presidente Fructuoso Rivera decidió
deshacerse de los charrúas y con tal fin los citó en la localidad de
Salsipuedes donde fueron masacrados. El gobierno uruguayo "cedió" a
un tal De Curel, especulador francés, al cacique y a cuatro otros prisioneros.
De Curel los exhibió en Francia en su circo ambulante hasta que murieron o se
fugaron. Los restos de Vaicama Pirú terminaron en el Museo del Hombre de París.
Hoy se los pide de regreso; a Vaicama Pirú para enterrarlo en el Panteón
Nacional, junto a los traidores; a Calfucurá para devolverlo a su nación, a la
tierra fría y desolada, pero suya, de Neuquén. Con ellos vendrán otros muertos:
el capitanejo Chipitruz, el cacique Cherenal y un machi o brujo.
25/11/2003
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Imagen:
Calfucurá
Publicado
en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), noviembre 2003
Publicado
en ECLÉCTICA, Volumen 6 Obra Completa, Editorial 3600, 2019
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