Saturday, June 4, 2022

Seis de la mañana en Londres


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

 

¿Sinclair Lewis? ¿Dónde leí esto anoche? ¿O lo escuché en la BBC? Son las seis de la mañana en Londres…

 

Debo volver a los escritores norteamericanos. Los he abandonado por al menos dos décadas: Sherwood Anderson, Faulkner, Erskine Caldwell, Salinger, John Kennedy Toole, Hemingway... Tal vez el nombre vino en un documental sobre Daphne du Maurier, que era inglesa, pero no estoy seguro. Por asociación femenina, entonces, pensé en Úrsula K. Le Guin. Hay tanto por delante que es inútil regresar los pasos; la clepsidra se ha volcado.

 

Cuando leí Gambito de caballo, de William Faulkner, me dije que no debía intentar siquiera escribir porque nunca podría hacerlo igual, pero uno es tenaz, tozudo y contumaz y seguí. Me ayudó no tener el que es gran error en este gremio: vanidad. Así, como “buen trabajador” (Miguel Hernández), fui construyendo lo mío que si queda o no queda poco importa. Al ladrillo no le interesa si es parte de un palacio o de una choza, solo se aferra a la argamasa, a los otros, y allí envejece: hizo lo suyo. Este es un arte, claro, pero también un trabajo, labor tan dura como la de la albañilería, nada que lo separe del resto. Para crear hay que ser piedra bruta, si habrá diamante lo dirán la posteridad y la suerte, pero no ese el fin; no escribo con metas ostentosas.

 

Pavos reales abundan, la mayoría escoria aunque hubo grandes, pocos, también. Pero los pavos al aviario y nosotros a lo nuestro. Seis de la mañana en Londres; once de la noche en Denver. Comienza el día, “así alucinado”, y pongo la radio para la penumbra en que la lluvia entra por las dos ventanas y hay brisa helada que hace del principio de verano, invierno. Kenya, Somalia, Sri Lanka, la guerra, las guerras. Malawi… Me acostumbré a los nombres por mi pasión filatélica, a los detalles. Recuerdo la primera estampilla que me regaló mi madre: un par de dromedarios del Líbano; luego un sello francés de 1964, mint (nuevo), con el retrato del rey Jean II, llamado el Bueno. Ese hobby me introdujo a la geografía, a la historia y sinfín de otras cuestiones interesantes. Desde hace unos años duerme debido al trabajo. Ya desempolvaré las más de cincuenta mil que conformaban mi colección, con unos álbumes especiales dedicados a libros y autores.

 

Me han puesto un ultimátum: terminar un libro este mes. Ya estaba marcado con fecha para publicarse. No es que lo olvidase; he ido añadiendo páginas pero me diversifico demasiado. Me decía mi madre, cuarenta años ya de eso: deja de aprender y escribe. No le hice caso, no mucho, para llegar a descubrir ahora la verdad del lugar común de que las madres si lo dicen, lo saben. Tarde, mamá, sin que esto sea ocaso. Cortinas cerradas, guitarras de Laurindo Almeida y Baden Powell.

 

El sábado ha despertado a mediodía. Tengo que dejar de vivir de noche. Cinco dedos de luz, cada dedo una hora, a pesar de que odio escribir con premura. “No me den prisas, camarada Voroshilov”, le decía un cosaco del Primero de Caballería al comandante en el frente de Polonia. Lo contaba I. E. Babel. Pues las prisas ya están, no tengo caballo ni fusil, ni obuses que estallan como rojos capulís. Me siento, bebo un trago de agua. Escucho voces de vecinos, grita un perro. Una botella pide ser abierta y la niego. Agua y pan, convicto de pecado, de ganas de crear y desidia para intentarlo. Veremos qué sale, este texto es solo el anzuelo, alisto el arpón para la ballena rosada, aunque mis monstruos acuáticos son más bien de jardín japonés, de líquido manso y nenúfares.

 

Seis de la mañana. La BBC sigue con la usual retahíla de desgracias. Una ardilla se descuelga desde una inmensa cómoda desvencijada tirada en la calle; comienza el verano de evicciones, televisores arrojados por ventanas, cabizbajos osos de peluche, aroma de fracaso y tristeza sepia. Apenas termine estas líneas saltaré a Oporto, bajando del avión de Londres, y comenzaré aquel viaje, a recordar los cuartos de hotel y qué suave era la mejilla de Anastasia mientras mirábamos el acorazado Potemkin, desde las gradas de Odessa, sobre el oscuro del fin del mundo.

04/06/2022 

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