Claudio Ferrufino-Coqueugniot
El Dnieper
está lleno de cadáveres de soldados rusos a la deriva. Los beberán en Crimea.
Caníbales. Guillaume Apollinaire escribe:
Me parece
asistir a un gran banquete iluminado a giorno
Es un banquete al que la tierra se invita
Está hambrienta y grandes bocas pálidas abre
Hambrienta está la tierra y este es su caníbal festín de Baltasar
Quién hubiera dicho que hasta ese punto se pudiera ser antropófago
Y que se necesitara tanto fuego para asar el cuerpo humano
Por ello hay en el aire un saborcillo empireumático que a fe mía no resulta
desagradable
Pero más
hermoso sería aún el festín si el cielo participara en él con la tierra
Él sólo traga almas
Lo cual es una manera de no alimentarse
Y se contenta con hacer juegos malabares con fuegos multicolores
Flotan,
semejan dugongos asesinados por chinos, marrones de uniforme o violetas de
putrefacción. Para eso las madres invirtieron en amor, en golpizas, en vodka,
para que los hijos se deslicen sin rumbo. Kolya y Alyosha, Sasha y Pasha, Misha
y Vova, todos, mojados, deshechos, devorados a pedazos por los grandes peces,
detenidos entre ramas de árboles menos muertos que ellos. Si azules eran los
ojos hoy blancos están. Las pieles multitono de los buriatos, los yakutos,
bashkires y daguestanos van tomando, sin distinción étnica, el mismo color. Ya
ni acuarela se necesita, la muerte va camino de los mínimos cuadros
bicromáticos de Kazimir Malevich. Vladimir Putin, amo, posa para la posteridad.
No está Goya para hacerle el retrato que merece, como el de cualquier otro
chorizo. Remoja su inmundicia, enana e incolora, en tinas de oro mientras los
jóvenes rusos bajan por el Dnieper sin barco ni extremidades.
En Caligramas escribe el poeta:
Qué
hermosos esos cohetes que iluminan la noche
Trepan sobre su propia cumbre y se inclinan para mirar
Son damas que bailan con sus miradas a guisa de ojos brazos y corazones
Hay belleza
visual cuando derraman fósforo blanco en la noche sobre poblaciones civiles.
Los obuses estallan como arcoírises de insana fiesta. El napalm venía naranja;
a veces rojo intenso, como las flores que te entregaba después del amor. Desde
las trincheras, en medio del miedo, recordarán con tantos humos y explosiones
las fiestas del poblado. En ellas había pasteles de carne y escabeches
diversos. Hoy el relleno son ellos, las salchichas que Apollinaire veía en el
cielo, desde donde se desgajaban las estrellas. Somos, se dirán, invitados al
jolgorio en donde comenzaremos masticando nuestra piel para después saltar a la
oreja del otro, las rubicundas mejillas del hermano, piernas retostadas que el
tiempo asó por nosotros. Con suerte las esquirlas nos tirarán al agua y
viajaremos frescos sobre las aguas como verbo primigenio. Siempre quisimos
hacerlo y ahora nos vamos sin siquiera gastar para el pasaje. Vértigo de
trombones y tubas. Bailes de zapatos sin muslos, o de muslos sin zapatos. ¿No
has visto mi cabeza? He visto a Dimitri llevándola sobre sus hombros, pero toma
esta, te quedará bien a pesar de los ojos rasgados. Rara testa chechena donde
la barba crece en el lugar que debía ser de cabellera. ¡Oh, festejo!
Doradas
bailarinas de todo tiempo y de cualquier raza
Bruscamente engendran niños a tiempo para su muerte
“A tiempo
para su muerte” ¿Cómo definirlo mejor?
Un dron
pequeño tamaño de mosquito divisa tres rusos debajo. Suelta la granada, gira,
hoja de otoño, cae y explota entre ellos. Uno cae, dos corren. En otra imagen,
la misma hoja de otoño estalla y algún joven se arrastra sin piernas. Vladimir
Putin asea su ano rosado, le echa un chorrito de lavanda. Gloriosa revolución
de nuestra era donde Marx junta bocas con Donald Trump en beso francés. Los
tarados señoritos de la izquierda gritan excitados al escuchar ritmos neonazis.
De pronto Adolf Hitler es la apoteosis del progreso. Pedófilos y ladrones
danzan cueca sobre la calavera de los pueblos. Se autoejecutan con pistolas de
juguete. Locas y eunucos, si hasta parece un oriente de sultanes.
Sigue el
grande Apollinaire mientras miraba los obuses desde el frente:
Qué
hermosos todos esos cohetes
Pero sería mucho más hermoso si hubiera más todavía
Si hubiera millones de ellos con un sentido completo y relativo como las letras
de un libro
Sin embargo
es tan hermoso como si la propia vida surgiera de los moribundos
Pero aún
sería más hermoso si hubiera más todavía
Los contemplo sin embargo como una belleza que se muestra y al momento se
esfuma
Cuatro y
diez de la tarde. En la radio, melancolía gitana de Moldavia. Miro el Dnieper
desde las escalinatas de Kiev. Entonces no flotaban muertos sino saltaban muchachas
sin par. El monstruo de Moscú horadaba libros sin comprender nada. Tan grande
su sapiencia como el diarreico hocico de Mussolini. Camina. Dmitry Medvedev lo
imita. Mueven los brazos igual a odaliscas de pueblo, dicen que al estilo de la
KGB. Juegan a ser duros porque están protegidos, pero Rusia pesa más que el
yunque de Tor y va a cobrar con violencia. Mientras tanto en Izium y en Kherson
las mujeres de Ucrania cuelgan cuerpos a secar. No es ropa sino rusos de
dieciocho, planos, que les pasó encima un tanque. Les ponen un ramito de ortiga
entre nalgas como que adoban cerdos. Seis meses de festín. Sabemos quién ha de
ser el último invitado.
Recuerdo
los camalotes del Paraná, vivos porque eran hatos de yararás. Sobre el Dnieper
corren camalotes humanos, inertes. Ha resucitado el Vi de Nikolai Gogol: “Los
ucranianos designan con ese nombre al jefe de los gnomos, cuyos párpados llegan
hasta el suelo”.
En el poema
Ejercicio, del nombrado Caligramas, se anota:
Hacia un pueblo
de retaguardia
Iban cuatro artilleros
Estaban cubiertos de polvo
De la cabeza a los pies
Miraban la amplia llanura
Hablando entre ellos del pasado
Y sólo apenas se volvían
Cuando un obús había tosido
Los cuatro de la quinta del dieciséis
De antaño hablaban no de futuro
Así se prolongaba la ascesis
Que les adiestraba a morir
Quise
escribir sobre las musicantes luces de la guerra, coloridas serpentinas de muerte
y sus accesorios humanos maltrechos, incompletos, puzzles sin resolución. Me lo
sugería la lectura del poeta en quizá su mejor libro, la música de cincuenta
años de los Cárpatos, un analista que recurre a Las almas muertas de Gogol para explicar esta inexplicable
tragedia. Chichikov adquiere siervos fallecidos, los revive en listas de índole
económica. En El inspector general, el
burócrata miente como Putin; alrededor suyo se crea un universo ficticio. Gogol
quema sus propias páginas, se aterra de saber que lo que ha plasmado allí puede
ser cierto. Retornamos a Vi, o Viy, del mismo autor. Aire enrarecido de
horror.
07/09/2022
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Imagen:
Dibujo de Lander Zurutuza, 2022
La
traducción de Apollinaire a cargo de J. Ignacio Velázquez (CÁTEDRA)
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