Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Desde la
barra del Charlie Brown's miro las piernas de la checa Nikki mientras sube a un
taburete para bajar botellas de Fireball. Tatuajes; índigo sobre nieve. En la
naciente de su pecho, negro sobre espuma. Cierro los ojos y bebo un largo
amargo trago de Guinness soñando que esos senos descansarán en mi almohada.
Febrero de
2022, un calvo enano, con las botas del gato de la historieta, desea emular a
Pedro el Grande, quiere inundar el llano de Poltava, por donde atraviesa el Vorskla,
de sangre de los descendientes de Iván Mazeppa que se enfrentó junto a Suecia
al zar. Pero las botas le quedan grandes al reyezuelo; no triunfa, enloquece
como hacen los mediocres, y cae por la cuesta sin fin que termina en la
guillotina. Ahorcado debiera ser, o garrote o verdugo cogotero importado de El
Alto boliviano. También un paredón, llano abierto mejor, donde el bufón será
ejecutado por una docena de tanques. Giran las torretas, ajustan la mira, y Vladimiro
Vladimírovich Putin no es nunca más, ni rastro de su inmunda calavera.
Vi un
extrañísimo video donde un soldado ucraniano vestido de San Nicolás deseaba
buenas navidades al invasor. El juego de luces lo puso la explosión de los
HIMARS. En medio del claroscuro, la barba blanca y la gorra roja del enviado de
los días felices resultaron fanfarria de muerte. Al final de los haces de luz
de los obuses, dedicados con esmero y odio a los rusos, los cuerpos de estos
saltaban en difíciles piruetas. Luego quedaron regalos esparcidos por el campo,
en posiciones de no creer, en muecas que la naturaleza no provee. Feliz
Navidad, putos, zuka blyad. Entonces se abrieron botellas y se brindó con
sangre, pero no era la llanura poltava sino las ruinas de Luhansk las de tinte
carmesí. Papa Noel agarró los ciervos salvajes y enfiló hacia el norte, a
encerrarse en su torre de roca nórdica hasta despertar otra vez, en otro año, y
tal vez la misma guerra. De los arneses colgaban testas bashkires, yakutias, y
alguno que otro criminal eslavo con canicas azules en lugar de ojos siendo que
finalmente era esta una fiesta familiar.
Ciudad
cosaca de Bajmut. Soledar. Dice Prigozhin que cuenta con destacamentos
caníbales, no sé si se referirá a los negros que trajo del Malí. Puede ser, que
hubo señores de la guerra en Liberia, que en la mesa tenían despojos enemigos
para alimentarse. Manera de aterrar, por supuesto, a los voluntarios ucranianos
cuya peor pesadilla sería decorar el borsch que sirven a los wagneritas. Los
encargados de relaciones públicas de Kiev debieran atacar y presentar un menú
que incluya el muy orureño plato de rostro asado pero que no sea de carnero
sino la cabeza de Yevgeny Prigozhin aliñada con tunta y con gajitos de romero
saliendo de las orejotas.
Dice el amo
de los mercenarios Wagner que tomaron otro poblado en el Donetsk, el llamado Sakko i Vantsetti en recuerdo de los
asesinados anarquistas. Mostraron hace un par de días una fotografía de cuatro
de sus miembros enfrente de la “única casa en pie”. La estadística soviética
dice que en 1989 Sacco y Vanzetti (Са́кко і Ванце́тті) tenía 19 habitantes, 12 hombres y 7 mujeres.
El censo ucranio de 2001 los redujo a 3. ¿Cuántas casas tendría el villorrio
para que estos posaran enfrente de la única que sobrevivió? ¿O 3 vivían en 300
inmuebles? El mundo paralelo del sovietismo/fascismo acepta hasta lo
inverosímil.
Huliaipole vio nacer a Néstor Makhno. Ha estado desde inicios del
conflicto en la frontera de la invasión. Está asediada ahora que se han puesto
fechas para la conquista del Donbas, a pesar de que esto es Zaporizhzhia. La
dorada estatua del batko sentado dudo que exista más. Pero vive su espíritu;
Huliaipole ha resistido y sigue. Madrid no fue la tumba de Franco, pero Huliaipole
lo será para el tirano Putin y el fascismo consagrado por los curas ortodoxos y
la hueste izquierdista, Lula da Silva y Roger Waters entre ellos, que con la lengua no dejan
que el ano del jerarca se seque y arrugue. Que en una jugarreta literaria algún
poeta zaporogo, a manera de Tolkien, resucite a los desaparecidos guerreros del
Ejército Negro y arrasen hasta Moscú con la escoria colonial. El Cáucaso solo
espera una señal de triunfo viniendo de Ucrania para lanzarse sobre los
imperiales y aniquilarlos. Luego largas cuerdas y juicios sumarios. Como adornos
de fin de año, generales, políticos, oligarcas, toda la élite rusa colgando en
el otrora bello camino entre Belgorod y Kharkiv. Los seudo periodistas del
gobierno putinista cabeza abajo, al mejor estilo Duce, dulce sabor de la
venganza. Hasta que se transformen en charque y el clima los deshaga; también
la memoria.
Danza macabra, no la de Camille Saint-Saëns, no hay belleza en ella. Igor
Mangushev, neo-nazi ruso del grupo Wagner, sostuvo, tiempo ha, el cráneo de un
supuesto defensor ucraniano de la acería Azov en Mariupol en un concierto de heavy
metal. Deseó el infierno para la población ucraniana. Hoy yace con un mal tiro
en la cabeza, de esos de los que no hay salida, luego de recibirlo a quemarropa
en la villa de Stajanov, en Luhansk. Los dados se arrojan: a veces sale un
seis, otras un uno. Nadie se libra en la democracia del fin. En la oscuridad
eterna que le toca de nada sirve el alarde. Ya estás muerto, Mangushev, con tus
himnos y tus delirios de raza superior.
Stalingrado. Mucho se la menciona hoy. Más me interesa la depresión de
Kate y su única comida diaria en el refugio. Victoria pasea por España a
expensas de un chino, creo. Irina mira la televisión. O duerme. Me cuenta de
series que desconozco. Una niña besa la tumba de su padre, la foto de su padre
extinto en batalla. Putin está aterrado. Los esbirros rebuznan, llaman a la
ministro de Defensa de Germania “señora Ribbentrop”. Puedo entender el, otra
vez, macabro significado de las cruces pintadas en los tanques alemanes
corriendo de nuevo por la estepa. Pero en el contexto del horror que Rusia
desató es un feble argumento. Hitler está más cerca de Vladimiro que del
canciller Scholz.
Miro sin emoción alguna cómo los drones despedazan enemigos. Triste saber
que a eso llegamos, a la bestialidad siempre escondida. Hombres de las
cavernas, crueldad antes que razón. No lo oculto, lo acepto, como acepto saber
que esta especie nunca fue diferente y que la sangre no es la de la pasión del
Cristo sino la del culpable a priori Caín. Si Caín no mataba a Abel, Abel
mataba a Caín, simple álgebra del martirio. Nunca tuve un arma de fuego en
casa, a pesar de que mi padre nos enseñó a disparar desde muy chicos. Y nunca
fue porque sé que si comienzo a disparar ya nada me ha de detener. Todavía
pienso, aunque los dedos se muevan autónomos deseándolo. Todavía me asombro
ante la belleza. Así moriré, negando lo que en el fondo somos: apocalípticas
bestias.
07/02/2023
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Imagen: Dibujo de Lander Zurutuza
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