Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Ballena
rosa, ballena negra, cachalote barbado, cachalote barbudo. Islas Sándwich del Sur,
monstruos marinos, ojos atroces en xilogramas. El ron barato produce
alucinaciones, la Cochabamba que canta queriendo ser Frank Sinatra un My Way que nunca ha bien inventado.
Mencionan
el punk y nunca supieron lo que fue. Saltitos en fiestas de quince, alegría que
había perdido el rocanrol. El vecino continúa dándole al micrófono, destrozando
Cambalache como un submarino nuclear
en el Riachuelo. Como el Kursk y los
ochenta marinos perdidos. Aguas, esas, estancadas, canal de obstáculo entre las
putas y yo. En una mesa bebe Melville. Cristina Balkina escribe desde cierta
increíble desnudez tatuada que vive hoy en Boston, “England”. Un año atrás
cantaba canciones de patria en el metro de Kiev. Finalmente pudo salir, que el
paraíso no está garantido claro que no, cuando los obuses de la noche se
paralizaron de estrellas en un firmamento que hiela en diciembre. Alguna vez te
dije lo bella que te veías, tu espalda bajando perfecta hasta el verso de la
herida blanca rasurada, tus provincias ígneas, miocénicos repliegues de corteza
macilenta.
Vuelvo al
año dieciocho, no el de la revolución ni el armisticio. A dos maletas que fabricaron
vida nueva con piel de hombre caído. En tus muslos posteriores tatuajes brillan
como sellos apocalípticos. Únicamente negro, ni un jaspe de dorado o plata,
nada que disminuyera la contundencia de lo real. Luego las imágenes trepan como
planta de frambuesa por el costado. Strawberry
Fields Forever. Let me take you down, down to the knees of the universe
where mammoths got frozen and ivory still shines. Down to where you create life, el helecho esencial
de tu amor, no de trópico, helecho albino. Pregunto si has leído a Henry
Miller. ¿A quién? No importa, nada importa ni las mejores letras. Ahora eres
bostoniana y devienes un Henry James, de copa sombrero tu pelo, ora gris ora
orate oscuro obsoleto con grapas egipcias y Nefertitis en serio. Pues, Balkina
Cristina, te felicito. Siempre me gustó Nueva Inglaterra, la he paseado desde
su sur hasta la arbolada Connecticut. Había belleza, mucha demasiada, pero
también claroscuros con tristes cantos de balleneros camino del muere. Brillan
color naranja los langostinos mientras extraños moluscos reptan por redes
intentando huir. Cada día es una guerra del fin del mundo, páginas de Olga Amarís
la pintan igual a tomas inertes en primer plano descolorido con una abuela
durmiendo muriendo bajo incesantes saetas de silencio.
Callas, has
callado por años, el tatuaje se ha multiplicado como parido, tashmajal de
versos beatíficos aunque en el palacio prieto reflejado en las piscinas se conviertan
estas líneas en labor de Satanás.
Balkina.
Cristina.
De veinte y
seis y ahora de treinta y dos. Boston no es Kiev, lo afirmo. La cerveza sabe
mejor, lo afirmo, de ámbar y arándano; celestes tus ojos como si a Jackson
Pollock se le hubiesen derramado en el canvas gotas de cielo. It is you, yes,
just you, only you.
Un guindo
caballo en madera tallada observa mis dedos. Montura de metal trenzado. Persa,
afgano, parto. Cuatro cascos firmemente fijos, rienda recién movida hacia el
costado. Jinete perdido, bombardeado, disuelto en napalm, cocido en leche de
burra mongol. Por la estepa corren bandas errantes.
Regresaba a
casa hastiado de prosaica fiesta, enciendo luces y tiro zapatos. Deseo dormir
pero en el ordenador una voz menciona Boston, casi sortilegio. No es asunto de
nostalgia ni de recuerdo. Las sensaciones tiemblan, trémulas son intemporales.
Tu carne está fría sabor de Groenlandia, dura galleta de narval mas en la cueva
neanderthal en ocre crecen mamíferos peludos y de tu caverna calva que parecía
helado de coco comienza a encandilarse la canela, de rojo suave a carmesí
púrpura lava que sale negra y estalla en perplejos de color, asombros parecidos
a navidad.
Luego.
Después.
Sosiego,
paz augusta de asesinos, paz genghiskana sombra perenne de la estepa. Has
retornado, vienes, y me duele en el alma toda haber perdido mi tiempo con gente
karaoke cuando debí haber estado pensando en ti, tocando en mí tú el sexo
fúnebre con música de John Dowland. Dejo un catafalco a la posteridad; huesos
de mamut alrededor, marfil de veneno la herida que sangra nevada sobre una
palangana de fierro.
16/12/2023
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