ELENA FERRUFINO-COQUEUGNIOT
Ayer, en su blog titulado “Le Coq-en-fer”, Claudio
escribía sobre “Járkov a ritmo de catira”. Sin prolegómeno que aligere la
aventura de leerlo, ha hermanado Ukrania y Brasil; ha pasado de la guerra al
baile, en una sola frase tan cadenciosa como falta de estructura verbal. Ney
Matogrosso y la música perdida de los judíos de Transilvania se apoderan de un
paisaje que recorre la historia, la guerra, la familia y la existencia en su
portentosa complejidad. Rusia, Finlandia, China... Catira, bombas y Francis
Ford Coppola nos acompañan a lo largo de un recorrido que asombra, a la vez que
estimula; pues queda claro que leer a Claudio se convierte siempre en aventura
de “pura vida”, como diría Pablo Cerezal.
La prosa de Claudio, en cualquiera de las formas que
él explora, constituye sin duda, “un regalo para los sentidos”. Caminar a lo
largo de cada recoveco equivale -como dijera yo alguna vez- a transcurrir por
la superficie quebrada de un espejo, desde donde se refractan no solo las
múltiples identidades de narrador y personajes, sino también las infinitas
posibilidades del lenguaje y de las inagotables amalgamas de la historia, el
arte, la literatura y la vida. “Honda y cimera urdimbre literaria,”
añadiría Pablo Mendieta.
Pues es en las palabras donde se ejerce, se concreta y
se modifica el lenguaje, como afirma Julia Kristeva. Y Claudio nos confronta en
cada texto con una auténtica reevaluación total del discurso y sus componentes.
Se percibe en su literatura una suerte de autonomía del significante, una
confrontación perpetua con las normas del lenguaje, sin que eso implique, sin
embargo, un atentado contra el significado. Todo lo contrario, el manejo que
Claudio ejerce sobre la palabra nos procura nuevas y fascinantes
significaciones que parecen demostrarnos que no hay límites para lo que se
puede decir y para las maneras en que es posible hacerlo; auténtica alquimia de
verbo y sentimiento, en palabras de Emilio
Losada.
Firme contestatario de los regímenes populistas y
abusivos, Claudio mantuvo durante años varias columnas de opinión política, que
le valieron la censura del gobierno y le impusieron un silencio que, sin
embargo, nunca dejó de ser productivo. Pues Claudio escribe como respira, sin tregua.
Sostiene dos blogs de gran importancia y audiencia mundial, “Le Coq-en-fer” y
“Sugiero leer”; lee incansablemente a los clásicos, como a los jóvenes valores
de las letras; conoce de música como pocos, transcurre desde una sinfonía hasta
una cueca tocada al piano, pasando por un catereté cantado y bailado por Gastao
Formenti, así como “Colombia, Montilla, las noches del Paraguay, merengue
apambichao, Ada Falcón...”. Sus lecturas abarcan épocas y geografías
inconmensurables. Su erudición no conoce límites y puede así “pasar [los días]
entre libros disímiles [...] Vaivén. Péndulo”. Plotino, Severo Sarduy, Pierre
Drieu La Rochelle, Benigno Carrasco, Hemingway, Humberto Guzmán Arze, Wilmer
Urrelo... imposible esbozar siquiera un muestrario de su universo de predilecciones.
Y no solo música y literatura; Claudio se pasea con
igual entusiasmo por la historia, la geografía, los hombres y mujeres notables
que han transcurrido el tiempo; pintura, escultura, máscaras y miniaturas. Es
un recolector incansable de aguayos, artesanías, camiones, estampillas,
cuadros, películas... Detrás de su estar apaciguado y timorato, se esconde una
portentosa voz que nos invita a asombrarnos con cada una de las palabras que
construyen el mundo de su literatura.
“Un novelista es un historiador, nos recuerda Henry
James; es el curador, el guardián, el expositor de la experiencia humana.”
“El señor Don Rómulo”, “El exilio voluntario” y
“Muerta ciudad viva” constituyen, sin duda, su trilogía novelística más
importante; sin quitar importancia a su “Diario secreto”, ganadora del Premio
Nacional de Novela. Sus escritos -que la Editorial 3600 ha recopilado en “Obras
completas”- no se reducen, sin embargo a la novela. “Virginianos”, “Ecléctica”,
“El oro de las estrellas extinguidas”, “Fever”, “Nuevos escritos de memora
antigua”, “Diario del divorcio,” “Geografía de mis pasos” son joyas de
artesano, monumentos construidos a golpe de textos breves, como ladrillos, por
donde se destilan pasajes de la vida de Claudio, así como la historia de la humanidad
y el arte. “Crónicas de perro andante”, escrita en colaboración con Roberto
Navia Gabriel, incursiona en el relato-reportaje, mientras “Madrid-Cochabamba:
Cartografía del desastre”, fabricada también a cuatro manos, nos ofrece una
pintura particular de esas ciudades desde dos puntos de vista: el de Claudio y
el de Pablo Cerezal, con quien confabula un delicioso pasaje por algunos
escenarios particulares de la ciudad natal de cada uno, bajo la estructura de
ensayos literarios.
En sus escritos no novelados, Claudio nos ofrece
colecciones de textos inclasificables, a la vez que fascinantes, a medio camino
entre el diario, el ensayo, la prosa poética y la fantasía. “Soy un hombre
curioso e intrigado por el amplio mundo,” diría conversando con Alejandro
Suárez Nedma. Y el resultado de esa admiración por la vida son escritos que
guardan informaciones, memorias, sensaciones con “ese estilo tan suyo, de
oraciones y frases poderosas, que no hacen concesiones gratuitas al lector y
guardan un ineludible compromiso con la literatura.”
La obra de Claudio constituye además un semillero de
lecturas, una fuente de información imposible de desdeñar. Lo confirma así
Jorge Muzam, gran escritor chileno, cuando confiesa que “hace tiempo que desde
el sur del mundo, la hoy menos ignota Terra Australis, venimos leyendo con gran admiración al escritor Claudio
Ferrufino-Coqueugniot. Boliviano, americano, universal, todas las categorías le
caben con justicia. Hombre encanecido cuyo bigotón se humedece de niebla frente
al muelle de la nostalgia sudamericana, la infancia cochabambina, la sabiduría
de la estirpe heredada como un trofeo bíblico. Categorizarlo carece de sentido,
porque todo le incumbe, la memoria, las letras, el sexo, los amigos, la comida,
los aprovechados políticos. Escritor de letras viriles, de macho que no
violenta ni transa su condición legada de mil batallas, de incontables soles,
de todas las escaramuzas y sábanas marchitas de la historia. A veces la
tristeza le cae encima como una mantarraya desmayada. Y entonces pugna como una
fiera en proceso de asfixia, sobreviviendo siempre por los motivos pretéritos,
por los que dieron sentido a esta marcha aparentemente inútil. Es hombre que se
desmadeja mientras escribe, que desgrana, que confronta, que palpa, que incurre
en disquisiciones de metapoesía y metaescritura mientras se rasura ante un
espejo resquebrajado, que en lugar de la certitud del rostro, devuelve
claroscuros de soledad de [alguna] época ingrata.”
“Ferrufino-Coqueugniot es
un caminante de la historia mundial reciente, un actor-testigo, arcabucero y
escriba sin logo ni bandera, solo la valía, el pecho inflado, la vista en alto.
La historia oficial lo tacharía de rufián subversivo antes de sumirlo en el
olvido, pero la historia oficial está hoy con las alas rotas de tanto montar
aprovechados y sabandijas, de escribas y lenguaraces que endulzan la fiesta del
poder con adjetivos y tergiversaciones rastreras.”
“El reloj sigue su
inflexible curso,” continúa Muzam. “Los fracasos, los dolores, lo que pudo ser,
las medallas del placer, todo es asunto zanjado, que hoy lo que importa es
despertar temprano para volver al trabajo, no sin antes soñar con bellas
ucranianas, esculpirlas con caricias, hacerse eco de aquel deseo indesmarcable
circunscrito a Gogol.” Porque aquí, añadiría Guillermo Ruiz Plaza, la
literatura es vida y la vida, literatura.
Ese es, en parte, Claudio Ferrufino-Coqueugniot.
Cochabamba, mayo de 2024
_____
Texto leído en un conversatorio del PEN, Cochabamba, mayo 2024
No comments:
Post a Comment