Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Como a Milosz, me araña tenue la caricia del olvido; a veces es la de la pérdida y a ratos la de la muerte, que sin ser cosas distintas, son diferentes.
Esta
fijación por Europa Central me tiene atado, literalmente, a la silla. De las
cartas de la pintora Paula Modersohn-Becker a Rilke y los planes futuros que
dependen de un presente balanceando en la cuerda floja. No sé si dormido o
despierto, pero imágenes de Herta Müller asoman con tonos de tinta china
diluida y aguarrás en exceso. Además que comencé las ochocientas diez páginas
de la novela de William T. Vollmann, del mismo título. Desde la ruina de un
fuerte rumano en 1945…
Casa de mi
hija Aly. Un ekeko liliput de lata entre fotos de mis padres, su madre, plantas
carnosas, dos vasitos de barro cocido para pulque representando jaguares.
Miniaturas y más: awayo de hermoso naranja, no recuerdo de dónde, kilim afgano,
esteras turcas, persas; yo conversándoles hace días de lo hermoso que sería
tener una casa victoriana, henchida de alfombras, diseños y color, sin un
centímetro de espacio entre los tejidos, sueño válido para Yellow Submarine. ¿Y quién mejor para representar estos salones
oníricos que el hogar de Francis Richard Burton, explorador inglés, de
impactante biografía y valentía sin límites? Fuerza bruta y conocimiento. La
misma mano que escribe, mata. Cómo cenaría el verdugo de Carlos I en casa con
los mismos dedos desde los que colgó la chorreante cabeza del rey. Rizos de oro
filigranas de sangre, bastante para comenzar cualquier literatura.
Viajó con
John Hanning Speke buscando las fuentes del Nilo Blanco, Burton. Por las
montañas de la luna en el centro de la ilusión y fantasía. Búsqueda de lo
desconocido, perdido, ausente. Tanto se esconde por los recovecos del mundo. En
el hospital universitario una refugiada ugandesa escudriña a la vez que levanta
la basura. Vestido del color de su piel, como madera completa a tallar. Mis
sobrinas nietas, Renata y Emma, en Lyon y Chicago respectivamente, observan los
secretos del tejido tribal, figuras novísimas que quedarán grabadas para
siempre, muchas de seres inexistentes, surreales, como los de los textiles jalq'a que conseguí,
contemporáneos, para cada una de ellas. Aquel viaje con Nelson Tovar se me hace
espejismo. Quién sabe si volveré a cruzar, subir, bajar aquellos impresionantes
cerros. Hemos hablado de lugares, del incansable Sajama que no veo desde mil
novecientos ochenta y cuatro, luego de la experiencia fracasada del viaje
europeo con amigos. Primero hacia Lima y Callao en el auge del senderismo. Nos
aconsejaron: no se vayan con Sendero, muchachos. Otra era nuestra meta,
desembarcar en Marsella y de ahí cada cual a lo suyo. Lo mío era Alemania, pero
debía pasar por Moissac y París, asuntos que solucionar. Creo que Juan Pablo
seguiría un derrotero similar. David y Freddy, músicos, encararían hacia Roma o
Viena, ya ni me acuerdo. Segundo intento: Buenos Aires.
Desde una
curva del tren Villazón-Oruro aparecen los gigantes: Sajama y Chorolque. Memoria
repetitiva, carga el don de la magia.
De una
manera u otra he completado la vista de al menos 19 países, cuánto falta
todavía, que no veré y sobre lo que solo puedo, y suelo, elucubrar. Ahora que
ya no está presente Ismail Kadaré, Albania ha retrocedido en mi lista, así como
Kosovo y Macedonia. Estando el gran novelista vivo, gran albacea de estas
tierras, me hubiese sentido mejor. No sé si me interesa trashumar por la
tristeza que dejó el comunismo, que hubiera estado con o sin Kadaré. De niño me
ha quedado la imagen de una novela de Constantin Virgil Gheorghiu cuando sus personajes vagan por la
frontera y por encima de la noche se alza una bandera roja indicando el suelo
esclavizado de Bulgaria.
Estoy enfermo de melancolía austrohúngara.
Por el colorado cielo de Potolo, bajando de montañas negras, sobrevuelan
por el cielo seres aterradores, dragones del tiempo que al dividirse Gondwana
tomaron diversas formas al inclinarse hacia el Tigris o el Congo, el Amazonas y
el Mississippi, al Danubio de mil razas y mil orillas. Universo multiétnico,
riquísimo en música y arte popular, cuya destrucción retrata Aleksandar Tišma con
la masacre de Novi Sad, su ciudad. Hace poco me aconsejaba mi amiga Paola que
debiera considerar Novi Sad al hablar de pasar un tiempo en la vieja
Yugoslavia.
Húngaros masacran judíos y serbios en la bella Novi Sad. Pasado el
tiempo, ni el asesinato masivo destruye el carisma de un pueblo, sus árboles y
calles, letras fervientes, dispersas, conocidas o desconocidas que hablan de
vida, contra quienes no sirven de nada legiones de hierro, estrellas carmesíes
o cruces gamadas.
Me sucede: melancolía austrohúngara. ¿A quién culpar, a Joseph Roth? Han
comenzado a incendiar el bosque que en tiempos de la Guerra de los Treinta Años
cubría el continente. Abundancia de árboles para abundancia de muertos. Los
últimos unicornios perecieron en tal lucha non sancta. Se les vio corriendo,
pocos se detuvieron, atrapados en los tapices que vi en Cluny. Colecciones
enteras desaparecieron durante la revolución francesa, el humano es la única
bestia sin pelos que destruye lo que crea con fruición. Nobles polacos exhibían
con dejo superior restos de cuerno de unicornio. La corte francesa de los
Valois viajaba por meses hacia Cracovia para coronarse como dinastía allí
también.
Queda detrás mío el castillo de Bar, hermoso entre tus manos, Natalia, en
la región de Podolia que fue el inicio de mi obsesión ucraniana. Fuego en la
floresta de Serebryansky.
Momias ahumadas en la Papúa occidental.
Cuando montas en el ceibo te puedo ver los pies, Francine, de intenso
blanco, venas delicadas que parecen no llevar sangre sino tul.
Por el Cañón del Sumidero, sur México, se van las penas, mal amarradas en
cartón que no resistirá la turbia hecatombe del agua. Así quería deshacerme de
ustedes, arrojando una pluma Parker a las brasas de un conversadero en
Tiquipaya. Falsos santones y alcohol pachamámico. Pura cochambre aburrida. La
idea, tonta idea, era que con esa pluma nadie más podría escribirte. Vanidad de
pillo mediocre, de creer que estas manos bicoloras conservan el secreto de las
voces. Las llamas consumieron el objeto, derritieron metales leves con algún
chisporroteo. Luego quise anotar impresiones y no tenía armas. Los profetas se
habían ya disparado y lanzado a la caza del culo que es su peculiar religión. A
poseer en las lascivas letrinas pieles hechizadas por aún no encuentro qué.
Camino de regreso a Cochabamba, pero no estoy aquí, sino en la península
de Istria, entre Trieste y Rijeka. Tal vez vaya a Zagreb. Tal vez me vaya al
diablo.
Cuerpo no me abandones que te necesito cuerpo, sangre que carne, que
llora cataratas rosa de herida en vilo. Tal vez vaya a Ljubljana, tal vez. Dónde
estás que no te escucho. Una ráfaga de polvo nos corta en dos a orillas del río
Ravelo. Pero no estoy aquí, lo he dicho. Me han visto, musitan, y lo vi
también, sentado a orillas del bosque de Kreminná arrasado, leyendo un
martirologio apócrifo.
15/08/2024
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Imagen: Sireno, arte popular mexicano
Que extraordinario, como puede escribir tan hermosamente.
ReplyDelete¡Gracias, Ana!
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