Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Soñé que un diablo pequeño y colorado brincaba alrededor. “Ka, ka”, vociferaba yo para alejarlo o atraerlo. Aquello terminó mal, para el diablo. Al día siguiente encontré un vasito de esos para shots, tequila o brandy por lo general, con un retrato suyo impreso, sí, el de mi sueño, y lo compré junto a otro de una colorida salamandra, bichos fósiles según dicen los sabidos. Lo usaré con ron, o bourbon, ya veremos cómo flotan los vientos cochabambinos.
Un gato
azul con chozas pintadas en su lomo se agacha en cuarenta y cinco grados.
Puebla era ¿no, Ligia?, en los mercados mientras admirabas talavera y creo que
se veían los volcanes, el macho y la hembra, que dominan el gran valle. Aire
anestesiado, no mueve el rojo de las buganvilias. Poco se agitaba en las
catacumbas de la pirámide enterrada de Cholula, solo tú y tu piel italiana
contrastando contra oscuro barro desconocido. Ni un grito ni un susurro; rumor
de cuerpos. La misa en la cima de la colina no llegaba al sótano excavado.
Bendiciones que no atravesaban la roca. Caían hostias desbocadas del cáliz, se
derrumbaban curas y obispos, ropas de lujo y de color, como cubrecamas de puta.
De allí, del silencio, al estruendo del sexteto norteño: acordeón, guitarrón,
pistolón. Caminos de Michoacán… Si te
he visto, camino de Michoacán, con automovilistas arañando sus vidrios
ahumados. O me quitas eso de allí o te chingaste, buey, amenazan los chavos de
la neta.
Del enterramiento,
el casi seguro horror condenado al corazón de la montaña, a tequila escanciado,
vino y cerveza entre frijoles negros y huapangos. Y baile y sentirte de nuevo
cerca, como si la desgracia no hubiera caído en cuenta que bailábamos allí. Yo,
igual al engendro aquel, brincón y carmesí, caí en el vestíbulo de tu casa y le
puse candela. De fondo había música de demonios, de malentretenidos y
lazarillos, jácaras de Santiago de Murcia, fuerte rasgar de guitarras, cuero de
mis espaldas que permanece en ti, arado de carne sobre tierras negras, luto de
ciruelas moradas bañadas con sangre de sandías.
Un
lansquenete te atravesó con adarga. Boqueabas como pez recién cazado. Si Mictlantecuhtli
asomó por allí, por el pasadizo que corre de extremo a extremo de la gran pirámide,
prefirió callarse, ceder ante la ignorancia de los amantes, observar el oro que
brilla en los dedos y por una vez conceder la vida y no la muerte. Cuando
salimos, Cortés ya ha matado a todos, perros de ombligo en lomo lamen los
desastres de la matanza. Soberbias plumas de papagayo y las luctuosas del rey
zope se doblan ante la humedad del llanto. Nos cubrimos como Eva, vergüenza nos
da haber pecado sin oír el redoble del asesino tambor. En el borde de las
acequias sollozaban los ajolotes, algunos eran asados por los supervivientes en
puntas de espada rota.
Muchísimos
años después pongo a tocar, de Marc-Antoine Charpentier, Les Leçons de Ténèbres du Jeudy Sainct, a modo de confortar a los perecidos,
occisos de la cruz y la sotana. Péndulo entre guitarra obscena y coros
perfectos sacros ávidos de engaño. Gog y Magog atraviesan los campos de
Numancia y Praga con cruces ígneas, quién los creyese apóstoles. Cierro el Libro de la Revelación y abro el de tu
cuerpo, la sombra equilátera que se hace isósceles mientras tornas los muslos.
Si ellos dos, más Andariel y Duriel y las siete cabezas del gran dragón Tathamet,
han salido a perturbarlo todo, nosotros nos hemos estancado encerrados,
bloqueados por señores tlaxcalas empalados en hierro, acogidos como cachorros
en un lecho de muerte y con dádivas entre uno y otro de manantial en torrente.
Escalinatas con manto de desconsuelo.
“¿Cariñito dónde te hallas, con quién te andarás paseando?”. Caminos de
Michoacán. En el horizonte no hay rasgos de amor, se oyen suplicios en aguas de
Chapala. En ruedo de gallos Juan Rulfo parece reír. Danzan batos y batas al
ritmo del acordeón, es se diría una invocación al pasado, el necronomicón indio
con comadrejas desventradas y grises plumas pequeñas de correcaminos del
desierto.
Dejo descansar la papa hervida. Pronto comenzaré a desgajar perejil y a
trozar apios. Tiene que enfriar el huevo duro. Cebolla amarilla, siendo la
blanca demasiado dulce y la roja picante. Equilibrio; tú descansando la
desnudez encima de terrones antiguos, has frotado tu cuerpo de historia, el
humo del Popocatépetl se ha inclinado, no vuela ya erguido, señal de que
brota la noche y vendrá con luna y dioses murciélagos. Al grito de sus
chillidos nativos te he de volver a amar. Los anillos brillaban y sedujo su
brillo al dios mexica de los infiernos, permitió que saliva nuestra cayera
sobre el polvo que no se regaba por centenarios. Temblor en el vientre de la gran
pirámide, todavía cubierta entonces, temblor que ya no nos cabe, que se hizo
inmenso imposible mientras empequeñecíamos. En el palenque, el pinto acaba con
el güero y Juan Rulfo ríe.
Hemos cruzado de la mano la tierra de Pedro Páramo. Tibios tus dedos
atrapadores de peces en la costa de Calabria. Calientes los míos de empujar
piedra tras piedra para sepultar la caballería
que sube a exterminar. Si nos importaba aquello, pregunto, o si era mejor
asistir al baile de los mariachis calaveras, de terno elegante y sus catrinas
que carcajean aireándose con abanicos de alabastro. Maestro, tóqueme Nereidas, demando. El calavero hace un
movimiento de cráneo con cierto desdén y cuando ordena noto que le faltan
muelas.
Vamos con el danzón, te invito, aunque no estemos en Veracruz y el mar
carece de sol. Ven con la tarde. Con la oscuridad ven. Y cuando amanezca.
Úntate olor de guayaba y sabor de naranja. Sabré encontrarte sin verte en el
juego infantil de ocultarse. Olerte. Lamerte. Tus brazos de henequén. Los
guardias han cerrado con candados las entradas de los túneles. Huele demasiado
a vida, se dicen unos a otros, se ha perdido la decencia del pesar. Nada puede,
nada tiene que cambiar nuestra tristeza. El gato azul se despereza y caen de su
lomo cántaros repletos de tamales, redondos sopes con aguacate. No abriremos
otra vez hasta que se vayan. Y nos miran…
Partimos. Aquello queda desolado como De Chirico.
20/09/2024
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Imagen: Toyen (Marie
Čermínová)
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