Claudio Ferrufino-Coqueugniot
No se sabe si los
"magnates" soviéticos dejaron simplemente morir a Stalin, o si Beria
le suministró warfarina que supuestamente a lo largo de varios días le pudo
causar embolia. Lo cierto es que el amo de Rusia y sus estados vasallos murió
sin dignidad, orinándose en los pantalones, inconsciente, convertido en la
piltrafa en la que convirtió a tanta gente.
Su debacle fue la de muchos, Beria entre ellos, ejecutado sin misericordia, en
calzoncillos, con un trapo en la boca para que no gritara.
Dice que se
encontraron cinco cartas debajo de un periódico en el escritorio del tirano. Se
lo contó Khrushchev a Snegov que recordó sólo tres cuando se entrevistó con el historiador
Medvedev. La primera era la carta de Lenin a Stalin, de 1923, reclamándole sus
disculpas a la Krupskaia, su mujer, por las groserías con las que el georgiano
la había maltratado a raíz de una nota de Lenin, dictada a Krupskaia,
felicitando a Trotsky. Illich escribiría (a Trotsky) el 30 de diciembre de
1922, sobre el asunto: "Si las cosas tomaron tal cariz (...) podemos
imaginarnos en qué ciénaga hemos caído". Todo derivaría en la famosa carta
del fundador del estado soviético descalificando a Stalin y presintiendo -ya
pronto a morir- el rumbo que tomarían las cosas.
Stalin siempre se
comparaba (y a su corte) a Lenin, disminuyéndose. Esta carta guardada sería su
vergüenza o venganza, al saber que un hombre de tal talla había descubierto los
oscuros recovecos de su alma.
La segunda nota
tiene a Bujarin suplicando: "Koba, ¿por qué necesitas que yo muera?"
Nikolai Bujarin actuó cobardemente durante los procesos de 1937, acusando a sus
compañeros de delitos que eran en su mayoría invención. Se arrastró en elogios
hacia Stalin pero nada impidió su muerte. Brillante teórico redactó junto a
Preobrazhensky el famoso "ABC del comunismo", que aún se leía en mi
juventud. Más dignidad tienen los recuerdos de su joven esposa Anna Larina,
cuyas memorias junto a las de la viuda de Osip Mandelstam son documentos
imprescindibles de aquella época, aparte de notables piezas literarias.
Bernard-Henry
Lévy narra el encuentro de André Gide y de Bujarin en Moscú, cuando el ruso
pide a Gide salvarlo presintiendo su final. Stalin le tenía afición, pero era
hombre que no dudaba en sacrificar a su propia esposa en aras de la ficción
partidaria.
El último escrito
es de Tito (de 1950) que le dice: "Deje de mandar asesinos a matarme... Si
esto no se detiene enviaré un hombre a Moscú y no habrá necesidad de
otro". Josip Broz fue, desde el ascenso de Stalin, el único hombre que no
se arredró ante él.
12/10/09
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Publicado en Opinión/Cochabamba, 13/10/09
Imagen: Stalin y
Bujarin
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