Sunday, January 17, 2010
Sismos/NADA QUE DECIR
El horroroso destino de Haití colma los noticieros. Triste
historia de un pueblo que se independizó con mucho antes que otros de América, que colaboró, a través de su presidente
Alexandre Pétion, en la causa independentista de Tierra Firme, dando en 1815 santuario y soporte militar a Simón Bolívar.
Rebusco en los diarios muestras de solidaridad del gobierno
de Bolivia y creo no haberlas encontrado. Reúno sí
desaciertos como la compra de armamento a Rusia y China y
nimiedades que hablan de que también las misses (reinas de
belleza) pueden ser elegidas para cargos públicos. No
quiero creer que tanta negligencia al obviar el sufrimiento
de un pueblo hermano sea malintencionada (como lo soy yo, al
menos en esto, pensando que quizá a Evo el terremoto
haitiano le cayó como bomba, porque opacará la ceremonia
neoindigenal, kitsch, de su asunción).
Desastres así sirven para avivar la solidaridad. Asombra la
respuesta de la gente común, que fuera de razas y pecados
pone el hombro para aliviar al caído. Con los países pasa
lo mismo, aunque por lo general la desgracia ajena sirve de
estrado político.
En las estadísticas de la ayuda internacional para Haití,
Barack Obama de inicio lanzó una impresionante campaña que
entre otras cosas cuenta con un respaldo monetario de 100
millones de dólares. Por supuesto que se dirá que
representa un pago mínimo por todo el mal que los Estados
Unidos le causó, pero hay que reconocer las genuinas
expresiones como parece ésta. China, por ejemplo, con el
inmenso potencial económico que la caracteriza, aporta un
mísero millón, que no se ajusta a su realidad. Nadie está
obligado a dar, pero el globalismo en que nos han encajado
tiene a la vez responsabilidades, y una de ella es no dejar
perecer a este país que vive moribundo desde siempre.
Haití ocupará por un largo período la atención mundial.
Luego será olvidado, a no ser que se implementara una suerte
de Plan Marshall para su reconstrucción y despegue. Algo
semejante necesita de varios requisitos que quizá los
haitianos no puedan cumplir, pero no está de más pensar que
una nación hacia el desarrollo es un pulmón extra que
oxigena, otro punto de apoyo para cualquiera de las
tendencias que colaboren.
Ya en las inolvidables páginas de Alejo Carpentier la tierra
haitiana se debate entre la libertad y la sangre. El país
más africano de América flota en misterio bajo la égida de
los ancestros del otro lado del mar, desde Henri Christophe,
rey, a Papá Doc, malévolo rey también. Africa que impulsó
con mucho las rebeliones y la independencia, tanto en su
hálito de nostalgia como en la imposibilidad del retorno,
nace como catalizador hacia un mundo mejor y continúa como
un catalizador inverso a medida que los tiempos avanzan. De
allí, de esa negritud latente y jamás entendida por los
vecinos, se agarra Duvalier, el viejo, para inventar un
fundamentalismo dominado por las fuerzas oscuras del pasado.
Africa le permite a Papá Doc veleidades de occidental, y
mucho más a Baby Doc, mientras el pueblo se asfixia en la
ignominia de lo supuestamente tradicional y correcto. Lo
ancestral juega un papel retrógrado entonces, aceptemos que
por una mala concepción y peor interpretación, pero se lo
manipula de tal manera que la realidad no tiene ya relación
con la memoria y se recrean ficciones que el poder decora
como reales.
Hay lecciones para Bolivia en este azotado Haití.
16/1/10
Publicado en Puntos de Vista (Los Tiempos/Cochabamba), 19/1/10
Imagen: Antiguo mapa de la isla Española
No comments:
Post a Comment