Monday, February 1, 2010
Una Casa muy especial/MIRANDO DE ARRIBA
Días únicos fueron los que pasamos en La Habana con mi esposa. Varias las anécdotas y experiencias, desde la tristeza de ver "poetas", especiales como se catalogan ellos, a la dulce tenacidad de la gente que nos recibía por agradar nuestra estadía, y fraternizar con escritores hechos, no catalogados, sobre las vicisitudes de la vida cubana y la nuestra propia.
¡Quién sabe si volveremos allí! La vida suele portarse efímera incluso con lo que parece sagrado o intocable. Aunque me equivoco, porque en la capital de Cuba hay rincones donde lo efímero semeja
inexistente, y lo eterno se toca: en el frío metal de los cañones, o en la mirada al foso que rodea el castillo de la Fuerza Real, de murallones e inexpugnables torretas. Ni que decir en la música, cuando el son renovado día a día es siempre igual a lo que fue, en Joseíto, o en Benny, Ibrahim y Compay, entre los muchos grandes.
La Casa de las Américas se enfrenta al mar, protegida por la estatua ecuestre de Calixto García, con su larga aguja sobre un art-deco que por lo general no prefiero, pero que obvío al penetrar a su interior y merecer la visión de colecciones fantásticas de arte latinoamericano, aquel no comprado sino donado por el amor de sus autores a un ideario que el tiempo ha herrumbrado pero que late todavía.
Qué elegir, si al fin de una escalera hay un cuadro con las figuras hiladas por la mano sufrida y misteriosa de Violeta (Parra), si en la exhibición del bicentenario de la gesta independentista de América conviven Guadalupe Posada con el argentino Carpani, con los infiernos del vudú haitiano y la furia en el trazo de David Alfaro Siqueiros. Mucho por ver y admirar, reunido en aparente desorden como irregular la independencia fue, mosaico a veces y rompecabezas las más, a pesar del adusto ceño de Simón Bolívar joven -en cuadro venezolano- protegiendo los devaneos de arte y letra de nosotros y de tantos que pasaron por allí: Cortázar, Carpentier, Cintio Vittier, algunas remembranzas de Roberto Echazú en boca de una cubana que vio los cincuenta años de esta casa, mientras el poeta Roberto Fernández Retamar, director, pasea cansinamente el peso de tanta memoria.
La Casa de las Américas se aleja de cualquier descripción. Da la imagen de un grupo optimista de amigos, llenos de recuerdos y noticias de días tan largos como jamás pensó su creadora, la guerrillera Haydée Santamaría, quien, además, y en proverbial mirada anticipadora, creyó en el arte popular como arte en serio, reuniendo canastas y muñecas, calabazas pintadas y cerámicas que recrean la alegría o la pena del pueblo, de los de Ecuador, Brasil, Bolivia, Cuba, Argentina, Perú, Guatemala, México y todos los otros en barro o lana, hojalata y pita. Para la edición de los libros premiados en el 2009, cincuentenario de la Casa, se usaron muestras de la coleccieon en las portadas. A Juan Flores de Puerto Rico le tocó un tejido cuna, y a mí junto a Lêdo Ivo, cestería.
En el salón principal, donde bailaron bugalú bailadores negros viejos de la isla, hay como un trono de elegía al barro coloreado, una multitud de figuras marinas entrelazadas de Metepec. En un costado un óleo gigantesco de Roberto Matta mientras en el piso de abajo Wilfredo Lam vive en dos litografías.
Esta casa creo que es nuestra...
1/2/2010
Publicado en Opinión (Cochabamba), 2/2/2010
Imagen: Afiche de la convocatoria 50 del Premio Casa de las Américas
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