Friday, August 6, 2010
Silent Waters/LA VUELTA AL MUNDO EN 80 FILMES
Silent Waters, Sabiha Sumar/Pakistán, 2003
Ganadora del Leopardo de Oro del Festival de Locarno, Silent Waters no es sin embargo una gran película. Su importancia radica en los cuestionamientos que despierta -el fundamentalismo islámico, el papel de la mujer en Pakistán, y más-, en un momento como el actual. Para crédito de la directora, Sabiha Sumar, existen en el país asiático dificultades casi insalvables de hacer cine. En oposición a su vecino, India, que ha desarrollado una industria cinematográfica gigantesca, Pakistán no tiene siquiera escuelas de actuación; de ahí la performance a veces débil de algunos de los actores de Sumar.
Cuando Mohammed Alí Jinnah decide la creación de Pakistán, como refugio para la minoría musulmana de la India, no era con la intención de crear un estado fundamentalista sino uno secular. Su oposición a la hinduización del movimiento independentista en la India -y la intromisión de la religión en el conflicto político- lo separó de Gandhi. Jinnah previó sin equivocarse que la ruta seguida por el Mahatma derivaría en una brecha entre las dos religiones mayoritarias del subcontinente. Eso lo indujo a proseguir con la idea de un país independiente.
El filme transcurre en 1979, en un villorio que según se desarrolla la cinta sabemos que perteneció a la comunidad sikh, la cual, como reflejo en menor escala de lo que sucedió entre hinduístas e islamistas, es expulsada de sus tierras para dar espacio a los refugiados del nuevo Pakistán.
Acontecimientos que sucedieron de manera trágica y cruel. Ayesha (llamada Veero en su antigua condición sikh), la protagonista, es una muchacha que escapa de la muerte, a tiempo que se acercan los musulmanes al poblado, en 1947, para ser luego atrapada por los invasores y sometida a los tormentos usuales a la mujer. Hay un pozo de agua de donde se provee la aldea. En ese pozo, que aparece repetidas veces en las reminiscencias de Ayesha, las mujeres sikh fueron obligadas por sus familiares a arrojarse y ahogarse antes que perder su honor. Ella no, huye, y encontramos que algunas otras que quedaron como regalo a la sevicia de las desenfrenadas masas religiosas, retornaron al exilio de sus hogares para ser -o pedir ser- asesinadas por padres, maridos, o hermanos ya que cargaban el "pecado" de haber sido violadas por infieles.
Ayesha rehizo su vida en el poblado, se casó, renunció a las creencias sikh y se convirtió al Islam. Vive, a pesar de cierta normalidad, en una especie de enclaustramiento, de anonimato; jamás va al pozo a conseguir agua, otros lo hacen por ella. Allí se hundieron para siempre sus dos hermanas, en este absurdo innombrable que son las guerras de religión y la religión misma.
Su hijo, muchacho suave y aficionado a la música y al amor, sufre una transformación de espanto. Con la llegada de militantes de Lahore, comienza a resentir toda su vida anterior y considera, de acuerdo a un extremismo coránico, que lo que se aleje de su peculiar interpretación del Corán es infiel y susceptible de castigo e incluso de muerte. Eso lo confronta con su madre, de quien descubre su origen sikh con la llegada de unos peregrinos que habían vivido en el poblado y fueron posteriormente expulsados. Este hallazgo tendrá consecuencias trágicas.
Es el tiempo del gobierno del general Zia, con la islamización de Pakistán y el retorno de puniciones medievales: cortar la mano derecha y el pie izquierdo al ladrón; lapidación para el adulterio. Epoca paradójica en que los soviéticos invaden Afganistán, en que Zia apoya la lucha de los mujahedin y recibe millonaria ayuda de los Estados Unidos.
Tensión que aún permanece, donde un tirano como Musharraf es a su vez el que sostiene los últimos resabios seculares de un país al borde del abismo, el Pakistán cuyo nombre es un acrónimo de Punjab, Afganistán y Kashmir y cuyo sino puede ser el sino universal.
18/6/08
Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), junio 2008
Imagen: La directora Sabiha Sumar
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