Monday, October 4, 2010
La Bolivia que vemos, o la que nos muestran
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
El asunto no está en cómo nos ve el mundo sino en cómo nos vemos a nosotros mismos. El ascenso de Evo Morales a la presidencia de la república nos ha puesto en el estrado.
Una suma de acciones y actitudes, que caracterizan a su gobierno, recuerda el discurso de Gabriel García Márquez al recibir el Nobel acerca de Latinoamérica como continente de hechos y seres extraños, irresponsablemente extravagantes. Exóticos como bananas rojas -digo-, papas moradas, como monstruosos arapaimas del Amazonas.
El imperio del realismo mágico no siempre es bueno porque suele transformarse en imperio del absurdo.
Hay una retórica de cambio en la Bolivia de hoy, auténtica e ingenua quizá entre la muchedumbre nativa; hipócrita y falaz entre los blancoides y, sobre todo, entre los intelectuales de "avanzada", ya acostumbrados a lucrar con las organizaciones no gubernamentales (ONG) y que ahora sacaron la lotería para expoliar al país -ya lo hicieron los "revolucionarios" miristas- hasta sus últimas consecuencias y a manos llenas.
Evo Morales, ufano y orondo como hoy se pasea por el orbe, será otra víctima desgraciada; la historia repetirá el antiguo relato de engaño hacia las poblaciones autóctonas: el indio seguirá pobre o peor, la mentada reforma de tierras no dejará de ser pincelada inútil sobre lienzo vacuo.
Mientras tanto, los detentadores del poder, chuspa en mano para emular a sus conciudadanos a los que dicen representar, se hacen de coches último modelo, de propiedades, de cuentas bancarias y de fama que les abrirá la puerta -concesión- de otras ventajas cuando ésta se cierre.
Señores, aquí no hay ni habrá revolución, aquí hay una nefasta emboscada de la cobarde "izquierda" boliviana.
Gracias a estos niños bien que bajo la férula altisonante de la teoría política, y una gran ambición, y contando con una talentosa vedette como Morales, lograrán lo que siempre desearan: competir, enriquecerse y ganar en corrupción a sus rivales derechistas, a quienes dejarán una Bolivia expuesta, agotada, miserable a pesar de los provechosos precios de recursos naturales que la coyuntura ha permitido.
Evo Morales tal vez, si mantiene el proverbial espíritu empresario aymara, se haga de una base que le permita vivir holgadamente el resto de su vida, ya sea en Venezuela o en algún país europeo donde su presencia será fascinante, como fascinantes son los monos de los titiriteros, y donde las blondas y caderudas muchachas de los Países Bajos o etcéteras, deseen probar algo del exotismo frutal de su cuerpo oliváceo.
El color importa. No nos dejemos convencer por un lenguaje igualitario que jamás ha existido, por un paternalismo enfermo, presente también al interior de Bolivia, que accede y festeja un indio en el gobierno porque "pobrecitos los indios, tanto han sufrido", no porque exista un cambio radical de pensamiento o modo de vida, donde la mayoría indígena nacional sea aceptada como lo que es: parte de nosotros, parte de nuestra sangre en estos brazos lampiños.
Pero sólo miramos las astas del toro, no su cuerpo, y menos la tierra que apisona con su peso. Esta es la revolución carnavalera.
No se ayuda al indio retomando el sacrificio ritual de llamas, jugando fútbol en la altura en una falsa cruzada nacional ante los imperios.
No se transforma un país haciéndose compadre de todos, bailando la morenada o la kullawada apenas aparezca la ocasión, bajando hacia Coroico en ostentosos SUV sin permitir que nadie se acerque al Inca, cuya palabra es ley, intraducible y definitiva... definitoria.
Hablemos de la eminencia gris, García Linera, que se ha creado -y creído- él mismo un aura de comandante guerrillero.
Al escucharlo, cuando afirma que en el altiplano "aprendió a matar", me pregunto si fue a matar vizcachas, si queda alguna, o a qué película se refiere.
Si tan lector ha sido, biblioteca que camina, que utilice su sapiencia para afirmar al país, para no caer -igual que su circunstancial jefe, Evo- en los desmanes del poder.
Que no se transforme(n) en copia vil de Papá Doc, de su hijo Baby Doc, de Pérez Jiménez, de Batista, del mismo Chávez, febriles y peligrosos payasos.
Hay que recordar la historia de Zárate Willca, la de cualquier caudillo indigenal. ¿Qué pasó el 52? ¿Acaso la pésima reforma agraria permitió al campesino una vida sin privaciones? Mejor la pasaron Paz Estenssoro y sus secuaces, vestidos de frac, y que revirtieron un proceso que -según ellos- iniciaron. Siempre los señoritos se han apropiado de las victorias del pueblo, aquí y en el mundo. ¿Por qué siguen llegando a los Estados Unidos mexicanos venidos de ranchos lejanos donde no hay agua corriente ni luz, ni servicios públicos ni baños ni zapatos? Por traición. Villa y Zapata están muertos, decoran los muros de los gobiernos que siguen pregonando la revolución agraria. Quienes a la larga ganaron en México fueron los pelones y en Bolivia los nuevos rosqueros. Hay que recordar al Willca, digo, porque la cofradía del niño bien es fraudulenta. Evo puede quedarse rico en su destino final. Nada habrá cambiado en el país. Y es contra eso que debemos luchar, contra el juego de imágenes que se nos quiere hacer tragar.
Por supuesto que todos pegarán el grito, hablarán de reacción e incomprensión, de mi inasistencia a la vida nacional. Veo y leo demasiado como para creer en éstos que crecieron de alguna manera conmigo y que trajinaron desde el nacionalismo hasta la anarquía, sin etapas.
Todavía recuerdo a Mauricio Antezana, vocero gonista, cuando a tiempo del golpe de García Meza nos instaba a armarnos. Entonces éramos "compañeros". Luego, cuando lo vi enternado y serio, en el púlpito de palacio, parecía un fraile más, doctoral y melancólico. ¿El pueblo?... como siempre, bien gracias.
Siempre mal.
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Publicado por Redacción Central - Los Tiempos - 29/07/2007
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