Tuesday, November 30, 2010
El apuro/MIRANDO DE ARRIBA
El maestro Borges enseña permitir descansar al texto escrito. Así como aconseja publicar, porque si no uno se pasa la vida corrigiendo; añade que también este feliz engendro merece un respiro.
Si se piensa en Dumas, con un volumen inusual de obra escrita, podríamos dudar de la cuestión. Pero el francés era un escritor profesional que se adelantó a su tiempo -además- al utilizar a otros escritores para crecer su obra. Fue un best seller, no como los actuales cuya efímera existencia con suerte dura un lustro. Alejandro Dumas, con sus distinciones, era gigante al estilo Balzac o Hugo. Notable, entonces, no puede ser ejemplo para literatos normales.
Cuando lo cotidiano acecha, y se retorna de llevar a la hija al dentista, de recoger al sobrino, de comprar chiles habaneros para la salsa guatemalteca de la cena, luego de haber trabajado toda la noche, la literatura se transforma en litera-dura. Quién pudiese ser jesuita y dedicar, aparte del infatigable onanismo, tiempo al ocio, al aprendizaje, a la contemplación, la poética, la herbolástica, culinaria, vuelta a la onanística y al fin el sueño. Pero -a Dios gracias- jesuitas no somos, ni poseemos otra suerte de sacerdocio o membresía malditos. Entonces las letras que salen del cansancio tienen el delite del trabajo, de la
sacrificialidad de la especie, el placer de la lucha. Cuerpo sudado, ojos rojos, dedos abatidos, lectura tras lectura hasta cumplir la labor de decorar cierta página de letras concatenadas, que puedan en sus conexiones elevar humos sobre el aire.
Pareciera que contradecimos a Jorge Luis Borges, si es que en la inmediatez de un texto encontramos el orgasmo del éxito. No, porque nos hallamos ante las sutilezas del tiempo y las mayores sutilezas del creador, donde las horas, minutos, segundos, semejan material moldeable y colorido cuyas formas determina quien maneja la arcilla. Cuando los ciegos, fuesen Homero, Milton o Borges, hablan de descanso incluso se pensaría que se burlan, que de las oquedades de su silencio asoma velada carcajada. Tiempos distintos cuyo objetivo viene a ser el mismo: el pulido de la literatura, algo que cada escritor debe hallar -y buscar- por sí mismo.
Pero valga la lección: publicar para cesar la duda. Parir, no abortar, que eso significa. Y dejar lo escrito de lado, no importa un mínimo, misérrimo tiempo. Ese intervalo suele decidir si un escrito es bueno o no. Recordar a Rulfo con su miseria numérica de páginas escritas más una tercera enseñanza: humildad. Que falta hace, y mucho.
10/8/09
Publicado en Opinión (Cochabamba), agosto 2009
Imagen: Memorial a los libros quemados por los nazis en 1933, Bebelplatz, Berlín
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