Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Luego de veinte años retorno al Manual de zoología fantástica de Borges. Esta edición mexicana conmemora el centenario del autor argentino. Está ilustrada por Francisco Toledo con un prólogo de Carlos Monsiváis. ¿Por qué México, un pintor y un escritor mexicanos? Porque igual a los pueblos orientales, la fauna mitológica de este país redunda en extravagancia. Las estelas mayas o los dragones aztecas que asomaban las fauces desde las piedras del Templo Mayor no desmerecerían su inclusión en el reverberante y fértil manual, obra de imaginarios pero notable ensayo y poética de un exhaustivo explorador de bibliotecas.
Entre sus animales, Borges pone aquellos que habitan los espejos, atrapados hoy cuando vencidos en la guerra con los hombres sufrieron el castigo de imitar por la eternidad los movimientos de sus opresores. Siguen allí, supongo. Destruí el único espejo en casa -que me regaló la abuela- tratando de encontrarlos; cien años de mala suerte (traen los vidrios rotos) por descubrir un resquicio para hacerlos escapar o, en su caso, escurrirme y desde adentro contemplar lo nunca visto. Un día recobrarán la libertad y el primero en salir será el pez que se anunciará por una brillosa estela.
Borges goza en sus representaciones la angustia de lo imposible. Otros como C.S. Lewis consideran que abrir las puertas dobles del fondo de un armario bastan para encontrarse en un universo paralelo, de animales hablantes y zoologías mezcladas. En Lewis, los minotauros griegos se adecúan al norte y conforman grupos de hombres-zorro, tejones-humanos, influenciado por la igualmente feraz imaginativa de los indios americanos y la tradición celta.
Plantas que gritan al ser arrancadas del suelo; jugo y hojas de la mandrágora; mantícoras; behemoths que retrató Blake en tonos ocres y plomizos; seres egipcios, arábigos y chinos pueblan el bestiario borgiano mientras en México, en el mundo real de la conquista, Moctezuma emperador expone ante los atónitos íberos una alucinante aglomeración de bestias de todos los confines de su reino. Zoológico privado que por su lujuria, asociada al hambre, la sed, el miedo, la angurria que traía consigo España, además de la cruz, se traducirá en relatos inverosímiles que afiebrarán la Europa de los próximos trescientos años.
América, en mayor escala quizá que las fantasías del mundo antiguo: Caldea, Catay, Nubia y el Indostán, proveerá un extensivo fabulario por el que trashumarán miríadas de narcotizados castellanos, ingleses, holandeses, portugueses, francos y teutones buscando quimeras. Al gigantesco monstruo kraken de los marinos cuentos nórdicos que recopila Borges, la nueva tierra opondrá un mínimo molusco o gusano, que adherido al fondo de los barcos corroerá madera y metal varando las expediciones a Tierra Firme, la de Alonso de Ojeda, la de Narváez, quién sabe. Bautizarán al animalito con un nombre sugerente: la broma.
02/09/03
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Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), septiembre 2003
Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), septiembre 2003
Imagen 1: Aguafuerte de un mantícora
Imagen 2: Jaguar, en un alebrije oaxaqueño
Creo que Enrique Lafourcade hizo algo parecido en Chile. Algo ilustrado. Sobre bestias literarias. Lo averiguaré. En todo caso hoy falta un nuevo bestiario político, porque los asnos son una plaga de Alaska a Magallanes, y qué decir de las ratas.
ReplyDeleteExcelente texto. Un abrazo afectuoso, querido amigo.
Abrazos, Jorge.
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