Thursday, March 31, 2011
Desde el imperio hasta el olvido/ECLECTICA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Un interesante artículo de Guisela López sobre Cachuela Esperanza, capital del fastuoso y apócrifo (en el sentido de fábula) imperio de Nicolás Suárez, rey del caucho, me hace pensar en una tierra sin novelistas. Demasiada la riqueza desperdigada por el país, y mínima la cantidad de gente que transforma la lujuria en letra. Quizá se piensa que en un mundo globalizado la temática literaria ha cambiado, sin ser cierto. Existe el malentendimiento de suponer que un tema como el fecundo auge gomero en la frontera más nororiental de Bolivia puede sólo producir libros de tinte tradicional. Tradicional o costumbrista son adjetivos que los ignorantes usan imprudentemente para calificar textos cuya situación cronológica no encaja en un nebuloso presente y menos en un imaginario, las más de las veces ingenuo en la pobre literatura nacional al respecto, futuro.
Nicolás Suárez, la piedra laja sobre la que se levanta su iglesia de madera, su mansión o las de sus hijas insumidas por la jungla, la exuberancia del entorno, tienen suficiente espacio para una extendida gama novelística desaprovechada. Es como si los autores cubanos más representativos del siglo veinte obviaran son y bolero por asumir que su despliegue en palabras implicaría su apuesta por la tradición y la ancianidad. Craso error que permite -en Bolivia- búsquedas, válidas como toda indagación pero no feraces, de elucubraciones subjetivas, de erotismos malamente inventados, de poco recordables párrafos cuyo único valor es bibliográfico.
Recuerdo algunos esbozos de novela, leídos con el apresuramiento de los años ochenta, que ubicaban su espacio en Beni/Pando, durante la expansión gomera de fines del siglo diecinueve. Comenzaban con el naufragio de una embarcación mediana cargada de lencería que choca contra las cachuelas del Madera y se hunde con un cargamento cuyo destino eran las lavanderías parisinas de Malakoff. Aparte de aquella obra ya perdida, poca es la ficción que torna hacia esas regiones en busca de temas. Un universo más rico que el que produjo el Fitzcarraldo de Herzog se condena, con el país todo, al olvido. Se destierran sus agrestes cualidades, la dosis de misterio con pizcas de magia, en favor de burdas imitaciones de diferentes experiencias.
Triste sería afirmar nacionalidades en arte, o sugerir que cada pueblo debe circunscribirse a su entorno propio para crear, pero, sin embargo, hay condiciones particulares que paren escuelas, e imitarlas lleva consigo el sabor de lo inventado. Lasar Segall, en Brasil, hace expresionismo de la escuela alemana, porque Lasar Segall nace allí. Su arte se transforma en Sudamérica y funda otra escuela que se nutre de la anterior. En cambio Portinari, con distinto trasfondo, se acerca a Segall con un estilo peculiar, único, sin imitación. A qué viene ello, a que en lugar de intentar un falso modernismo ajeno, se pueden encontrar, muy cerca, los utensilios necesarios para hacer buen arte, al estilo de Herzog: combinación de fábula, historia y literatura, con ambiente viejo y amplias proyecciones contemporáneas. De esa manera, con algo de imaginación y gran esfuerzo, el reino de Suárez, en un confín del mundo nuestro, ganaría brillo literario y borraría la opacidad del destino.
27/7/04
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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), julio, 2004
Imagen: Nicolás Suárez y su familia/fotografía de Carl Blattman, 1913
Wednesday, March 30, 2011
COMALA SIEMPRE/BAÚL DE MAGO
ROBERTO BURGOS
CANTOR
Debo a Claudio Ferrufino-Coqueugniot la buena noticia de los documentales de Juan Carlos Rulfo, el hijo del autor de Pedro Páramo.
Conocí a Claudio en La Habana donde fue premiada por Casa de las Américas su espléndida novela, EL exilio voluntario. Desde esa vez aún no terminamos de beber la cerveza Bucanero que acompaña las hondas conversaciones de amistad que se retoman de viaje en viaje sin vacíos.
Claudio, quien vive en los Estados Unidos, escribe para un periódico norteamericano, hace el cierre nocturno, y para otro de Bolivia donde nació, en Cochabamba. Su novela se entrega al reto y el riesgo contemporáneos de indagar las transformaciones de la lengua y del alma de los personajes en la franja de límites difusos, viva, que constituye un país, unos países, incubados en la entraña de otro.
Las dos veces que lo he visto arribar a Cuba, llega con sus camisas a cuadros de leñador de altura y una sonrisa de discreta ternura que se derrama por sus mostachos de charro y contrasta con sus ojos traviesos de catador de antigüedades a los cuales no escapa nada.
Una vez asistimos a una conferencia de Álvaro García Linera, el Vicepresidente de Bolivia. Claudio ha escrito críticas tremendas al gobierno de Evo Morales.
Al novelista boliviano le resulta inadmisible que en los procesos de revolución o cambio se reproduzcan las conductas cuyo reproche condujo a la transformación y se permita la instalación de castas que enriquecen a la sombra. Esto le revuelve las tripas a Ferrufino-Coqueugniot.
Así, aplaudimos y nos acercamos al ritual cortés de la firma de libros. García Linera presentó El poder de lo plebeyo, la edición cubana. Y resultó que la madre del Vice era una amiga de años de la tía de Claudio. A pesar de la lupa no pudimos descifrar la dedicatoria. Algún jeroglífico de una lengua extinta.
Este recuerdo me vino al ver En el hoyo, el reciente documental de Rulfo que entusiasma a Claudio y a Laura Esquivel. Uno de los albañiles que tira mezcla en el puente del “segundo piso” responde a la pregunta de si él cree que hay que quitarle dinero a los ricos, así: No, hay que darle más dinero a los pobres para que todos seamos ricos.
Las películas de J.C Rulfo, con su mérito propio, son partícipes del secreto de la poesía que guardan las narraciones de su padre. Revelar el poder de la vida y la fuerza de la dignidad que anida en los seres del común, en medio de un mundo dislocado en el que ellos esperan sin pedir. Da la impresión que los fantasmas que recorren la tierra sin sosiego, en una Comala eterna, con el motivo noble de encontrar al padre, de recordarle algo que adeuda, que suben o bajan entre murmullos, que tienen palabras para ser oídas en la muerte, están todavía más acá de los desiertos y del campo, como tatuajes del alma definiendo una manera de ser, un anhelo, una resignación, una esperanza.
En el hueco está, como una fusión que no produce chirridos, el complejo mundo de América Latina, las mujeres, hombres y niños que hacen el tejido entre el territorio de la prosperidad y la tierra baldía. Como Abundio cada día irán a Comala y verán derrumbarse todo como un montón de piedras.
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Foto: Roberto Burgos Cantor, Martín Kohan, Stefano Varese y Claudio Ferrufino-Coqueugniot, en La Habana, 2011
Debo a Claudio Ferrufino-Coqueugniot la buena noticia de los documentales de Juan Carlos Rulfo, el hijo del autor de Pedro Páramo.
Conocí a Claudio en La Habana donde fue premiada por Casa de las Américas su espléndida novela, EL exilio voluntario. Desde esa vez aún no terminamos de beber la cerveza Bucanero que acompaña las hondas conversaciones de amistad que se retoman de viaje en viaje sin vacíos.
Claudio, quien vive en los Estados Unidos, escribe para un periódico norteamericano, hace el cierre nocturno, y para otro de Bolivia donde nació, en Cochabamba. Su novela se entrega al reto y el riesgo contemporáneos de indagar las transformaciones de la lengua y del alma de los personajes en la franja de límites difusos, viva, que constituye un país, unos países, incubados en la entraña de otro.
Las dos veces que lo he visto arribar a Cuba, llega con sus camisas a cuadros de leñador de altura y una sonrisa de discreta ternura que se derrama por sus mostachos de charro y contrasta con sus ojos traviesos de catador de antigüedades a los cuales no escapa nada.
Una vez asistimos a una conferencia de Álvaro García Linera, el Vicepresidente de Bolivia. Claudio ha escrito críticas tremendas al gobierno de Evo Morales.
Al novelista boliviano le resulta inadmisible que en los procesos de revolución o cambio se reproduzcan las conductas cuyo reproche condujo a la transformación y se permita la instalación de castas que enriquecen a la sombra. Esto le revuelve las tripas a Ferrufino-Coqueugniot.
Así, aplaudimos y nos acercamos al ritual cortés de la firma de libros. García Linera presentó El poder de lo plebeyo, la edición cubana. Y resultó que la madre del Vice era una amiga de años de la tía de Claudio. A pesar de la lupa no pudimos descifrar la dedicatoria. Algún jeroglífico de una lengua extinta.
Este recuerdo me vino al ver En el hoyo, el reciente documental de Rulfo que entusiasma a Claudio y a Laura Esquivel. Uno de los albañiles que tira mezcla en el puente del “segundo piso” responde a la pregunta de si él cree que hay que quitarle dinero a los ricos, así: No, hay que darle más dinero a los pobres para que todos seamos ricos.
Las películas de J.C Rulfo, con su mérito propio, son partícipes del secreto de la poesía que guardan las narraciones de su padre. Revelar el poder de la vida y la fuerza de la dignidad que anida en los seres del común, en medio de un mundo dislocado en el que ellos esperan sin pedir. Da la impresión que los fantasmas que recorren la tierra sin sosiego, en una Comala eterna, con el motivo noble de encontrar al padre, de recordarle algo que adeuda, que suben o bajan entre murmullos, que tienen palabras para ser oídas en la muerte, están todavía más acá de los desiertos y del campo, como tatuajes del alma definiendo una manera de ser, un anhelo, una resignación, una esperanza.
En el hueco está, como una fusión que no produce chirridos, el complejo mundo de América Latina, las mujeres, hombres y niños que hacen el tejido entre el territorio de la prosperidad y la tierra baldía. Como Abundio cada día irán a Comala y verán derrumbarse todo como un montón de piedras.
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Publicado en EL
UNIVERSAL (Cartagena de Indias, Colombia), 31 de marzo, 2011
Publicado en
Revista Eje21, Caldas, Risaralda, Quindío, COLOMBIA, 13/04/2011
Foto: Roberto Burgos Cantor, Martín Kohan, Stefano Varese y Claudio Ferrufino-Coqueugniot, en La Habana, 2011
Tuesday, March 29, 2011
Prístina democracia/MIRANDO DE ABAJO
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Cierto que en algunos casos la picana podría resultar efectiva. Por ejemplo si se la aplica en la cabeza al senador masista Eugenio Rojas, defensor de la tortura como práctica de interrogación, para ver si con el shock se pone a pensar. ¿Porque qué puede haber en la mente de un degollador de perros? Mierda, pura mierda, que es, después de la cocaína, lo abundante en este paraíso socialista de Evo-Alvaro, puntales de la derecha retrógrada y fascista del mundo, junto a sus socios Qadhafi, Assad, Ahmadinejad, a quienes -la suerte nos honre- veremos actuar en el teatro Horca de marionetas.
A veces ya no quiero escribir sobre esto. Se hace reiterativo, aburrido, pero, por otro lado, creo que hay que machacar hasta que el jolgorio termine. Mucho no les queda, no lo digo como agorero ni quiromántico. Claros son los datos al respecto. Que duren un poco más, puede ser, porque no hablamos de un país regido por la lógica, sino por uno que todavía se maneja en niveles difíciles de calificar, donde un demagogo ignorante es capaz de alucinar a unas masas atormentadas por eterna esclavitud, por ignominia, abyección, estupro, alcoholismo, coca, cuyas tradiciones van delineando una imagen que quisiera haber tenido Cesare Lombroso para sus prejuiciadas conclusiones.
Hay que observar los detalles. Este Rojas, creo que de Achacachi, defendiendo la tortura. Si pensamos que no otra cosa vio desde su infancia, el abuso en casa, en la escuela, en el cuartel, la alcaldía, o donde fuere o viviere, qué podemos esperar. El seminarista ministro de Gobierno, igual que el presidente y la antropomorfa cohorte de senadores y demás acólitos, incluida la niña mala, divagan por un entramado complejo y convulso, donde la prédica decora simplemente el saqueo, y donde el horizonte se borra por oscuro.
Los detalles. Filman "También la lluvia", en Bolivia. Y regalan una carabela utilizada en la producción a las autoridades. Carabela perdida, robada. La reclamaría la revolución "moralista", como reclama todo y ya no consigue nada, ni el Nobel ni nada, porque la hidra se descubrió, develando en su policefalia el rostro del gran líder, el guerrero del sur, el cocalero, epítome de la mentira, del capitalismo más salvaje de destrucción ambiental, el ekeko con su tesoro individual en medio de la miseria colectiva.
27/03/2011
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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 29/marzo/2011
Publicado en Semanario Uno 403 (Santa Cruz de la Sierra), 1/abril/2011
Imagen: Dibujo de Oscar Sanmartín
Monday, March 28, 2011
Los Miserables/ECLÉCTICA
Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Se remonta el
tema a principios de los años 70, a las clases de francés en la Alianza
Francesa. La en apariencia trivial circunstancia de un niño estudiando lenguas
extranjeras invoca un universo multifacético digno de ser recordado.
Bucólica
Cochabamba de entonces, pero febril. Ni cuatro años pasaron de la muerte de
Ernesto Guevara. Los aceitunados -y aceitosos- agentes de la DIC (Departamento
de Investigación Criminal) aplastaban una guerrilla que tenía más ansias que
esquemas. La plaza 14 de Septiembre todavía semejaba el centro de un pueblo
grande. A mediodía repicaban las campanas y una blanca lechuza dormía entre el
ramaje horizontal de los árboles.
En la Alianza,
aparte de lecciones que inmortalizaron en la memoria infante la Place D'Italie,
que en vivo -después- no era cosa mayor, pasaban extraños hombres viejos a leer
Paris-Match en los sillones de adentro, todos tan orondos y soberbios, mestizos
remanentes de la Bolivia semi-feudal, educados en Francia y de aristocráticas
ínfulas. Pasaba una hermosa mujer reidora, alborotados sus cabellos...
ajustados jeans. Mis pupilas la seguían, de entrada y de salida, subiendo
escalones de las gradas laterales, conversando en el dulce gorgoteo de su
lengua madre. Se llamaba Elisabeth Michenot.
Los miércoles a
las seis de la tarde había cine. Vimos con mi hermano Armando el Napoleón de
Abel Gance, guiando nuestro entendimiento sólo con imágenes. Y Los Miserables,
que dirigió Raymond Bernard (1934), cinta de la cual guardé por tres décadas el
nombre del actor: Harry Baur. Con él, y allí mismo, vi otra preciosa película
en blanco y negro que quisiera creer era de Julien Duvivier, pero cuyo director
desconozco en realidad: La muerte de Papá Noel, o ¿Quién mató a Papá Noel?
Sería sencillo ajustar el teclado y hallar las respuestas en la computadora
pero eso destruiría cierta mística que el tiempo ha creado y que es tenue y
sutil a la vez.
Se ha hecho
multitud de versiones de la novela de Hugo; ninguna ha alcanzado la veracidad
de aquella de Raymond Bernard. Se le pueden atribuir deficiencias de puesta en
escena, e incluso de excesivo melodrama en los papeles femeninos. Tal vez sus
Fantine y Cossette eran así; sería la época. La tecnología actual nos ayuda a
dilucidar problemas como los de escenario, pero opaca a la fílmica anciana si
no se equilibra los juicios críticos y se aprecia los logros en un contexto
específico. A la versión de 1934 la ayudó la sólida presencia de un actor como
Harry Baur; tenía la contextura ideal para encarnar a Jean Valjean. Javert, el
perseguidor, es también preciso.
A pesar de los
más de trescientos minutos de la cinta, personajes como Gavroche carecen de
suficiente espacio. Mas si consideramos el monumental libro original, sería
imposible aprehender toda la magnitud del mundo huguiano, donde hasta un simple
candelabro o una cloaca forman historias completas y donde abundan los detalles
cronológicos al lado de los anecdóticos.
Recuerdo en Los
Miserables la parte dedicada al Patrón Minette, la cuadrilla de delincuentes
parisinos que interviene en las vidas de Valjean, Cossette, Thénardier y Mario.
La riqueza del texto y su infinidad de huellas interesantes está casi ausente
del filme; hay una vaga mención del Patrón Minette en algunas tomas, mientras
que en Hugo se desgaja con profusión explicativa la existencia de cada uno de
los cuatro sórdidos individuos que conformaban aquella sociedad criminal.
No hay bastante
información acerca de Harry Baur. Hizo de Beethoven en un filme regular. Su
vida tornóse trágica con la invasión nazi. Murió torturado a manos de la
Gestapo. Ya se notaba un sino trágico en su arrugado rostro, en los primeros
planos del galeote de Tolón; Valjean redivivo, pero Valjean muerto...
Les Misérables de
Raymond Bernard (la vi en 1971, de nuevo el 2006) tuvo la magia de ingresarme a
la novela. Sopena tenía una edición en rústica, en dos tomos de excelente
traducción y en ellos me sumergí; placer que he renovado repetidas veces. Como
a otros el Quijote o Shakespeare, a mí Víctor Hugo en Los Miserables. La
riqueza del verbo cuando conforma en sí mismo una odisea.
14/03/06
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Publicado en
Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), marzo, 2006
Imagen: Harry Baur como Jean Valjean, 1934
Noviembre en París/MIRANDO DE ARRIBA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Lejos de un ideal vacacionario, París se ha convertido en las últimas semanas, al igual que otras ciudades en Francia, en una fragua donde se prepara el amanecer de un nuevo país, diverso.
Cuando pensamos en el arte que esta ciudad acogió, en las líneas de Henry Miller y la elegancia de Fujita, imaginamos un lugar perfecto, donde el cosmopolitismo y la transigencia permiten convivir en paz. Tampoco es así, y si lo parece se debe a una especie de etnocentrismo que tienen los artistas que les nubla la visión de alrededor. Que Picasso adoptara París no implica necesariamente amplitud de la villa. Hombres como Diego Rivera sufrieron el embate racista de grandes como Pierre Reverdy y sin duda hay historias, muchas, similares a la suya. En suma, París es igual a cualquier ciudad de país colonial. Hay profundas separaciones subjetivas entre los que la habitan originalmente y aquellos, por la razón que fuere, que se refugian allí.
Estos, los recién llegados, luego de establecerse hacen una vida en su nuevo hogar, y los hijos que -nacidos en Francia- supuestamente debieran tener los mismos derechos que los nativos encuentran una realidad ajena a sus expectativas. Ni aún la buena voluntad de Villepin, ministro francés, podrá cambiarla; menos la de Chirac. Sucede que ahora los desheredados se rebelan, en movimiento caótico y sin control, tratando de expresar la desazón de sentirse excluidos de una cierta bonanza, siquiera la de poder trabajar y estudiar en igualdad de condiciones.
No es más que la expresión de un fenómeno generalizado, no a causa de la globalización sino de las cada vez mayores diferencias entre ricos y pobres, entre naciones poderosas y humildes. Estas últimas sólo pueden aportar mano de obra y es para ello que se necesita y se acoge a su población migrante, condicionando el futuro para conflictos como el actual donde un grupo minoritario en crecimiento busca de manera violenta un espacio vital acorde con su dinámica poblacional que es superior a la de la población original.
Ya hablamos de los destinos en alguna forma sellados de países como Francia, cuya única salida si quiere sobrevivir es abrirse a la inmigración árabe y africana de sus ex-colonias. Para eso tendrá que cambiar, que adoptar formas y estilos de los recién llegados, conjugarlos con los suyos. La supremacía blanca europea toca a su fin. Llega el tiempo de los pueblos jóvenes. Los franceses que se nieguen a aceptar lo inevitable ya se perdieron.
14/11/05
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Publicado en Opinión (Cochabamba), noviembre, 2005
Imagen: Antonio Berni/Manifestación
Sunday, March 27, 2011
Antorchas humanas/MIRANDO DE ARRIBA
La televisión australiana muestra imágenes de soldados estadounidenses quemando los cuerpos de dos combatientes talibanes muertos en Afganistán. Para desgracia suya fueron filmados por un periodista extranjero. Se habla de investigación, de que el asunto no representa la moral nortemericana ni una política particular de las fuerzas ocupantes. Pueden decir lo que quieran pero carbonizar seres humanos es práctica común de todos los pueblos, y el norteamericano no se excluye. Se practicó como castigo, intimidación y etcétera, en Vietnam, en Corea; cuando Francisco Villa invadió el pueblo de Columbus, Nuevo México, en 1916, al retirarse los jinetes mexicanos dejaron bajas de los suyos en el campo. Los soldados estacionados allí, y la población civil de Columbus, reunieron enemigos muertos y heridos y les prendieron fuego, además de iniciar una caza de brujas de inocentes braceros y sus familias. Huelga decir que hay multitud de fotografías de seres calcinados, afroamericanos, en la festividad familiar blanca que significaba cada linchamiento.
El caso de estos dos hombres del Talibán -célebre éste también por su crueldad y abuso- tiene sin embargo especial significancia. Bajo la ley islámica aparentemente la muerte por quemazón impide la entrada al paraíso, lo que implica que los dos infortunados están condenados por la terca religión a penar la eternidad. La bravuconería de unos cowboys que creen estar en temporada de caza en ultramar, empuja aún más el odio que se va creando en el mundo en contra de los Estados Unidos. Lo tragicómico es que estos mismos valentones pegan el grito y lloran cuando aquello pasa con sus hombres. Se creen exentos de culpa y no reconocen ley internacional de crímenes de guerra; todos son criminales, menos ellos.
Intentan una práctica intimidatoria que ya fracasó con los soviéticos. Los afganos combatieron, a tiempo que esperaban, por diez años para librarse del imperialismo ruso. Y lo lograron, con una guerrilla tenaz, casi invisible, desangrante. A Estados Unidos no le irá mejor. El cuervo que tienen de presidente en Kabul no sobrevivirà el retiro de los invasores, quienes perderán a sus soldados uno a uno, de manera cada vez más cruel, para enseñarles que también los vencidos y los débiles tienen espacio para la venganza y la ira.
Qué ganan con un grupo de imbéciles desecrando los cuerpos de los rivales caídos. No ayudan a la gloria de los Estados Unidos, que se empaña más mientras México les roe los talones.
23/10/05
Publicado en Opinión (Cochabamba), octubre, 2005
Imagen: Alex Majoll/Northern Alliance troops marching, Dasht-e-Qala, Northeast region, Afghanistan, 2001
Tierras/MIRANDO DE ARRIBA
En junio del 2006 escribía en esta columna sobre la bienaventuranza -posibilidad de la que se hablaba- de expropiar tierras en favor de grupos humanos sojuzgados. Hoy, más de un año después, en apariencia se convertirá en realidad para los guaraníes del sur de la república, sometidos a un régimen esclavo de vida y trabajo, lo nieguen o no los arribistas de siempre, los explotadores, los ladrones, de izquierda o derecha, de bota o de terno.
Hay que esperar la materialización de las promesas, porque no creo -y no lo haré- en individuos o dogmas que se presuponen por encima de los demás, como en el caso de este gobierno y sus ávido-habilidosos representantes.
Una cosa es comenzar, como se quiere hacer, con un esfuerzo pequeño que abarca dos mil hectáreas en la región de Chuquisaca. Cierto que con algo nace el principio, pero que no se estanque allí. No, hasta que todas las tierras mal habidas en este país de compadrerío y angurria sean devueltas a quien pertenezcan, o a quienes las merezcan.
No es difícil hacer un listado de las personas o familias que se beneficiaron con dádivas gubernamentales en las últimas décadas. Esa lista debe incluir a miembros de las Fuerzas Armadas de Bolivia, ditas "tutelares", que cayeron sobre el país como aves de rapiña en los tristes días en que fueron "ley". Evo Morales demostrará hombría, y honradez, si es capaz de poner bajo la mira a las armas que lo sustentan y desencantarlas de sus veleidades de gloria, amén de despojarlas de las riquezas obtenidas del estupro nacional. El día en que se recupere lo robado para beneficiar al comunario, al trabajador, al indígena, será de festejo.
La historia abunda, lo sabemos, en situaciones similares que luego fueron revertidas. Los cubanos de Miami ya se frotan las manos para "rescatar" lo que perdieron con la revolución apenas muera Fidel. Y lo conseguirán, porque ahora viene -con la nueva situación- una marea de políticos complacientes. El problema está en que en Cuba, con su suerte de culto a la personalidad, no se alcanzó a crear un espíritu popular que lo impidiese. La excesiva dependencia en la personalidad del caudillo es error fatal: muerto el caudillo, borrón y cuenta nueva.
Ojalá no sea la expropiación de tierras una jugarreta más del gobierno. Esperemos la opinión de sus generales... cuando les toquen los bolsillos.
2/12/07
Publicado en Opinión (Cochabamba), 4/diciembre/2007
Imagen: Los perros del Estado, por Melecio Galván
El cuaderno boliviano de Miguel Sánchez-Ostiz
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
"En Bolivia casi todo invitaba a ser o mostrarse apocalíptico, aquí se impone la reminiscencia, el ejercicio de la nostalgia, su lírica, y sobre todo una desmemoria que suele ser contagiosa". Lo escribía en Cuaderno boliviano Miguel Sánchez-Ostiz, en Valparaíso, recién salido de Bolivia, de retorno a su enclave de Elizondo, supongo, en la Navarra.
Apocalíptico implica participación del fin, y Bolivia es una sociedad que de tan antigua es nueva, que acarrea desmanes y dolores de antaño y que vibra en la música, en el baile, en el trago, la rebelión, cuando las sangres encontradas chocan entre sí y explotan, que nace y muere al mismo tiempo, como lo hacen los pueblos indios, y como hacía la España a la que nos acostumbramos desde siempre y que tal vez ahora que subió de mundos ya no existe. Apocalíptico implica mirar al abismo, siendo que éste, en caso nuestro, no pasa de ser un foso profundo de donde saldremos, con los huesos rotos pero saldremos. En Bolivia, y no lo tomo de Galeano sino de mi carne, jamás triunfó España. Quizá no le interesaba ganar. Y no hubiese podido. Hay lugares en que los quinientos años no duraron un segundo, Dios por allí no pasó (parafraseando al gran Atahuallpa Yupanqui), y menos España.
Sin embargo no deseo perorar acerca de las desavenencias internas de un mestizo como soy, y menos de las contradicciones de mi gente, que las tengo, y entiendo, aunque juegue a ratos a no comprenderlas (codiciada ansia de materialismo y razón). Voy a hablar de las páginas de un libro valioso, que tiene además la modestia de no querer convertirse en cátedra, de saber que todo tiempo es poco para conocer al Otro y que a pesar de ello penetra sutilmente en aspectos íntimos del ser boliviano.
En Sánchez-Ostiz no hallamos al viajero que describe hasta el detalle la visita, que entrevista o se encierra a estudiar el por qué de las características y las circunstancias. Casi diríamos que la pasa sentado, observando, haciendo apreciaciones o preguntándose los peros de su relación con este entorno indio, desde su sitial español, mientras se da cuenta de cuán diferente se siente, y quisiera serlo, a la miríada de paisanos que pululan por América con los designios más ambiguos, escabrosos, paternalistas, místicos, penantes, hasta sentirse quizá próximo al nativo y ajeno al navarro, al peninsular, o como desee catalogarse en su también complicado pasaporte.
Aprende. Así de simple. Comprende si puede, y guarda, para en silencio traspasar al papel las impresiones del que viaja solo, al que atormentan nostalgias y recuerdos, abruman las fiebres cuando pululan los demonios, los propios de antes, sumados a las máscaras del Ande vertiginosas en la banda que machaca sin cesar, por días, el estruendo de la alegría como saben festejarla los pobres. En ese vértigo se asume hombre, en las diferencias consigo en una tierra que poco o nada tiene que ver con la suya, donde la muerte viene con cirio encendido y donde pasar o no pasar algo habita las fronteras del azar, fuera de cualquier lógica.
Y eso que Miguel no entró en los meandros del alcohol, donde la Bolivia de los monstruosos diablos, aterradores morenos, tíos supay revive desde los arcanos y se corporiza en universos sombríos que caminaron sus mejores autores: Sáenz y Viscarra entre ellos, con una maldición distinta y desligada a la europea, con nexos profundos como heridas con la indianidad y el mestizaje, angustias del desarraigo, odios, las miserias del humano que aguantó el embate de la historia, que dobló el lomo y que supo sobrevivir agachado, mientras esa abyección lo iba creando diferente a como fue, convirtiéndolo en otro, escondiendo al que sale en la fiesta, cuando la chicha, cerveza, singani, alcohol metílico entran a donde no llega el verbo y desenroscan los misterios del pasado, remueven las tumbas y rechinan las corazas invasoras como en un mal sueño. Entonces Bolivia recuerda y baila, y pelea hasta donde alcanza la fuerza… después llora.
Una cosa le es clara, porque visita el país en el tiempo convulso del cambio, el real y/o el supuesto, donde el que fuera siervo de pronto aferra los bastones del poder, con toda la confusión que suele ello traer. Se place ante la idea de posibles mejoras que la coyuntura apaña, con la validez de cuestionar acerca del presente como del futuro. Extrañamiento, encantamiento, sin motivo para el desencanto. Curioso ante un pueblo en exceso fraterno y con quien en principio es tan difícil hablar. Bolivianos que cuelgan muñecos en los postes de luz para amedrentar a ladrones a quienes no amedrenta morir. Ni la horca ni el fuego son peores que el hambre. País en que en muchas partes hay que fijarse dónde se camina, porque un traspié puede ser definitivo, y donde el castigo del crimen se soluciona entre gallos y medianoche con buena rociada de trago, donde los cánones occidentales de justicia, hidalguía, comportamiento, expectativa no caben, más bien no existen, y donde, otra vez, tampoco los cánones indígenas o mestizos sino el golpe de dados de la suerte.
Enlaza a los escritores que conoce a sus experiencias. Se acompaña de ellos, los vivos y los muertos, en el deambular por una Bolivia que dice amar, que ama realmente, la que no lo ha impactado, la que le ha echado los hechizos que se tejen en la sombra del Mururata, ese señor sin sombrero de las cumbres, o algún cocani adormilado que viéndolo pasar tal vez creyera que fuese Almagro (el Viejo), vuelto de sus conquistas a por otras, embelesado como seguro estuvo por un mundo que era otro, que no era, ni es, de este mundo.
Miguel se queja de que en unos meses no se logra entender la complejidad de un lugar como Bolivia. Para su descargo le digo que mi madre argentina, cincuenta años después de vivir en Cochabamba, afirmaba desconocerla, que a ratos no sabía si despertaba con Joaquín, mi padre, o con un andino Raskolnikov.
14/marzo/2011
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Publicado en Ideas (Página Siete/La Paz), 27/marzo/2011
Publicado en Semanario Uno 402 (Santa Cruz), 31/marzo/2011
Imagen: Miguel Sánchez-Ostiz con su Cuaderno boliviano
Saturday, March 26, 2011
Darwin Pinto: Loco por culpa del tamarindo
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Si bien no conozco todo lo que se escribe en Bolivia, mucho de lo cual permanece y permanecerá escondido por nuestra característica de adrede y obligado culo del mundo, me gusta afirmar que la obra de Darwin Pinto Cascán (Santa Cruz, 1978) es el intento más serio y más talentoso de la nueva novelística cruceña y boliviana, de adentro y de afuera. Trabajo de imaginación desbordante, sus dos novelas: Sabayoneses y la pronta a aparecer El Tratado sobre la Gangrena, lindan en su prosa con lo mejor de cualquier literatura. Hay detalles, a los cuales ninguno de los que escribe es inmune, que llaman por un buen editor que realice algún trabajo de maquillaje, asuntos de orfebrería que ni tocan la calidad de lenguaje y argumento. Ricardo Bajo, en crítica de Sabayoneses, dice algo como que ésta vive lejos del onanismo intimista de otros creadores, y tiene razón. Las metas del joven escritor no pasan por el triste reconocimiento de cierto verbo pulimentado. Pinto ha apostado por la épica de su arte, por un conjuro de lo poderoso que la escritura suele dar.
Los dos volúmenes forman parte de una trilogía que yo preferiría llamar tríptico (con la tercera parte todavía inédita), cuyas características de ambigüedad entre elementos contradictorios: presente y pasado, vida y muerte, por anotar un par, prestan una dinámica que obliga al lector a leer el texto de corrido y a quedarse con las ganas de descubrir el fin de la saga que muy posiblemente jamás termine.
Periodista, cuentista, músico, poeta rural converso en urbano, inquieto, activo, irascible, tantos adjetivos para descorrer el velo de un escritor mayor, aquel que no se conforma con la efímera gloria de los triunfos y que aspira a más, que supone estar perdiendo su tiempo en las horas que pasan porque son eso, nada más que horas, convenio para mentirnos que crecemos y envejecemos, cuando la pródiga epopeya de sus personajes -en su caso particular- demuestran lo contrario.
Una línea de cierta preciosa canción colombiana que me recuerda el ambiente de Álvaro Mutis reza: barranquillero que baila arrebatao. Y como arrebatado se define a sí mismo Darwin, insatisfecho por el tiempo que “fabrica demoras”. Cuando pienso que ya a sus treinta y tres ha creado un espacio mítico, presupongo lo que se viene. No es escritor que se amilane ante las posibilidades, ni hombre que se arredre ante un destino. Ello no puede dar otro resultado que la solidez de una obra en un contexto que caracterizaría de monumental. No veo en el país, ni fuera de él entre los nuestros, esta calidad imaginativa, la destreza de conjuncionar sus fantasmas y sus quereres, lecturas y héroes y antihéroes, seres irredentos que aúnan violencia a ternura y que no respetan, como su creador, ni cronología ni límites entre tiempo, espacio y geografía. De pronto es Bolivia en la incandescencia del Chaco, en la plata de las montañas de San Brandán, que sugiere Potosí a su vez que al monje irlandés errante y ubicuo en los mares atlánticos; de pronto un puerto en una región tropical asociable con Santa Cruz, en donde varan barcos piratas y los ingleses que los capitanean muestran ser como son ellos, no sólo caballeros de fortuna sino caballeros a secas. A ratos Tolkien, o los cronistas de Indias, o el horror viscoso y oscuro que abunda en la Providence de H. P. Lovecraft.
Una familia, los Drake; es su saga. Alrededor, y por doquier, se mueve el resto, asociado siempre a los avatares o caprichos de la dinastía fundada por Antanas, desde la pobreza, en la ribera de un río, en el extremo del mundo, afín a los aventureros de Verne, a las poderosas parentelas de la Malasia de Salgari, junto a la pesadez del sur profundo que adquiere de Faulkner y el éxtasis cálido del Macondo de Gabo, aunque, lo aclara el autor, su Santa Rosa es Santa Rosa y no Macondo.
Llaman la atención sus nombres que, otra vez, dan pauta de la vastedad del universo que transita Darwin Pinto. Ejemplos como el pueblo de Sanjuancagado, o la fortaleza de Bellasniguas, en aluvión de referencias jamás gratuitas, que escarbando en ellas descubren las magias de los pueblos ancianos, la euforia y asombro de la conquista, el tesón de los exploradores que en el ártico siberiano descubren mamuts preservados en hielo (los pobladores de las villas de los Drake excavan civilizaciones mantenidas en frío, dinosaurios frescos y tiesos, que servirán de alimento, porque nada hay mejor en esta tierra que la sopa de dinosaurio). Luego de la comilona, en un preciso momento del drama, invaden los negros pájaros del Rey Buitre que se refocilan con los despojos antediluvianos, mientras Belle Almanegra, eterno amor de Antanas, condenada a jaula por adúltera, y después basamento vivo de la Casa: hogar y palacio, refugio y gobierno, sufre la eternidad de su deseo, mientras los descendientes de los Drake cada uno va fundando una tragedia personal cargada de rencores, sueños, ambiciones, memorias, miedos, ilusiones, que combaten con maúseres o pistolones confederados, pero que no sirven para combatir un destino que parece predispuesto y que al final quizá no lo esté.
El ejército descalzo, la Guerra de las Cinco Naciones, Nanawa, Andrés de Santa Cruz, Junín, escenarios que se nos antojan conocidos y que se amalgaman con fantasías y alusiones en un fascinante y estrepitoso mundo de necedad y grandeza, de dantescos tamarindos.
21/marzo/2011
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Publicado en Brújula (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), 26/marzo/2011
Publicado en Semanario Uno (Santa Cruz de la Sierra)
Imágenes: Mixed medias de Carrie Ann Baade, serie The Devil is in the Details, 2006
Thursday, March 24, 2011
Hablando en Cienfuegos, Cuba
FRANCISCO G. NAVARRO
Un apellido compuesto, de esos que muchos literatos nacidos González o Hernández añoran para sí, rostro casi tan plano como el valle de su Cochabamba natal y marcado por la herradura de un mostacho boscoso, constante experimentador en la alquimia del lenguaje, el narrador boliviano Claudio Ferrufino-Coqueugniot parece también un clarividente, aunque en el oficio adivinatorio lo sustenten los 22 años de residencia contínua en las entrañas del mismo punto de la brújula que Martí llamó monstruo.
Vive en Denver, capital estatal de Colorado, desde donde envió un par de novelas al Premio Casa de las Américas, con tan buen tino que le merecieron la primera mención en 2002, por El señor don Rómulo, y el lauro principal por El exilio voluntario, en 2009.
Este enero el trotamundo de hablar tan pausado, a quien se le puede copiar palabra por palabra sin auxilio de la taquigrafía, vino a Cuba como jurado de la edición 52 del concurso y de buena gana aceptó el diálogo con ORBE en la ciudad de Cienfuegos.
El tema de la integración de los latinos en un contexto geopolítico y cultural tan distinto al de sus repúblicas, que recién comienzan a superar el efecto de la balcanización impuesto por centros de poder extracontinentales, se hizo tuétano en media hora de charla.
-Existe integración, pero pienso que los latinos vamos a arrasar con la cultura anglosajona finalmente.
-¿Lo dice así, en términos tan absolutos?
-Seguro, claro van a pasar 50 años, pero así es; en la ciudad de Denver el 70 por ciento de los niños en edad escolar son latinoamericanos, mexicanos la mayoría, y casi todos durante los dos primeros cursos reciben la educación en español. Estamos viendo así un bilingüismo que no va a poder ser frenado.
-En producción literaria ¿qué se puede esperar de esa relación intercultural?
-Mucho, porque no es sólo integración con el mundo anglosajón, sino una mixtura de razas y culturas impresionante, como sucede en el periódico (Denver Post, donde él dirige a medio centenar de inmigrantes en un área de distribución a su cargo): estar con gente de Mongolia, de Ucrania, de Kazajstán, del Perú, de Indonesia, del Cono Sur americano aviva no sólo tus experiencias sino tu manera de ver el mundo, tus perspectivas. "Y con eso están creciendo los nuevos chicos latinoamericanos allá, segunda y tercera generación, en un mundo de márgenes mucho más amplios que algún día va a dar sus frutos en literatura y arte. Ya se ven los primeros, pero va a haber muchísima más cosecha. Y en el lenguaje, que para mí es muy importante, el español está creciendo de una forma estratosférica, no sólo por la adquisición de anglicismos, también por las interconexiones lexicales entre hispano hablantes de distintas latitudes".
Acerca del parto literario de El exilio voluntario -editado en La Habana por el Fondo Editorial Casa y en Santa Cruz de la Sierra (El País), ahora con posibilidad de ver la luz en el país vasco-, estima que primó "el deseo de no olvidar las vivencias tan ricas que tuve en esos años de trabajo como estibador en los mercados de abasto de Washington D.C., fueron como el despertar a un mundo nuevo y completamente desconocido".
"Ingresé en el mundo latino -de la migración- trabajando con negros en medio de su gheto, y eso me sirvió mucho, aprendí y disfruté tanto porque el afroamericano es de una comicidad inusual, increíble. Era un gozo estar con ellos. Existen visos de tragedia en la novela, pero también hay mucho humor".
Al entrevistador le consta esa vis cómica de este "self-man" andino, cuya hechura no tiene nada que ver con el estereotipo yanqui, cuando ya en uno de los primeros pasajes de El exilio..., referido a la becaria más famosa del mundo, lee: "Si hasta el padre, míster Lewinsky, no da más de orgullo mostrando el vestido azul manchado de esperma. Para eso la eduqué; Moniquita no me defraudó y miren mi nuevo departamento".
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Publicado en ORBE, Cuba, México, Venezuela, El Salvador, 8 de marzo 2011
Imagen: con Roberto Burgos Cantor en Cienfuegos, Cuba, 2011
El exilio voluntario/Colección: Astiro
La novela de Ferrufino-Coqueugniot puede leerse de diversas maneras. Como un detalle casi testimonial de la vida de un inmigrante boliviano en los Estados Unidos, o como un libro de experimentación literaria y lingüística. Ahí, en parte, radica su riqueza, en las posibilidades que entrega al lector de situarse en diferentes facetas a ratos, o siempre, yuxtapuestas.
La vida de Carlos Flores, universitario nacido en Bolivia cuya discusión interna está en la de ser o no ser un hombre de acción, lo separa del inmigrante usual que emigra por factores económicos. Sin embargo, ya en el campo, el país ajeno, extraño, se ve inmerso en esa realidad y comienza a vivirla, sufrirla y también disfrutarla. Su prurito individual cede paso a opciones colectivas. En el momento en que se solidariza con sus compañeros de trabajo y/o infortunio –y estos se solidarizan con él–, su punto de vista se altera. Sin dejar de lado el intelectual que presume ser, piensa en los aspectos sociales de su voluntario destino desde la óptica de un trabajador, que encima soporta un exilio, la ausencia de la tierra y de la madre, la orfandad del idioma, la adversidad del clima. Como Sísifo, carga una piedra que nunca se deja de cargar. Ello añade a la nostalgia, al cuestionamiento personal, pero, al mismo tiempo, a la dinámica de la lucha y la posibilidad de vencer, en casi absoluta soledad, aquello que se le opone.
Edición española. Irún, 24/marzo/2011
Imagen: Portada de la edición española
Wednesday, March 23, 2011
El califato/MIRANDO DE ARRIBA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
En los estertores de su derrota, militar y política, en Irak, el gobierno Bush ha comenzado una campaña de miedo. El propósito: aterrorizar a la población norteamericana, tan maleable y tan voluble, con la posible, entre comillas, instauración de un nuevo "califato". Aparentemente el presidente Bush acaba de aprender esa palabra para enriquecer su corto léxico y goza en utilizarla; así lo hacen Rumsfeld y otros pastores de esta peligrosa grey. Ese, el fin de Osama bin Laden, de al-Zawahiri y de al-Zarqawi: la creación de un moderno califato que, a partir de su solidificación en Babilonia se extienda hacia los países vecinos y comprometa Europa, Asia y África.
¿A qué califato se refieren los sacerdotes de la Casa Blanca? ¿Al de Córdoba, al de Bagdad? ¿Se enterarían tal vez de lo que fue el cordobés, temprana expresión de lo que sería siglos después el Renacimiento? No saben sin duda que en aquellas ciudades árabo-españolas cristianos, musulmanes y judíos convivían en armonía, y las ciencias, junto al arte y la poética, regían la vida colectiva... Gente como ellos, igual de religiosa, fundamentalista, destruyó ese edén cultural, cuando los imanes cuestionaron -por ejemplo- la obra de Averroes, quien nos legó a Aristóteles junto a él mismo. Se quemaron los libros del sabio por no concordar, según creían, sus teorías con la interpretación literal y exagerada de la ley islámica. Esos fanáticos son los antecesores de bin Laden y Bush, de al-Zarqawi y Condoleezza Rice, de Goebbels y Lynn Cheney. Ellos, los enemigos de Averroes, de Giordano Bruno y Copérnico, de Darwin... Ellos, que desean crear un "califato" New Born Christian en Estados Unidos, que destruya la Constitución y donde impere la ignorancia, temen que sus rivales religiosos les ganen la mano. Destapan, entonces, los horrores del Averno, anuncian el imperio del Islam y se revisten de armadura medieval para contrarrestar a los infieles. Si son iguales, todos ellos iguales, paridos por la misma oscura madre, enemigos del futuro.
Mientras anuncian los desastres del apocalipsis, a los que oponen una salida dudosa, plena de similaridades -aunque confrontados- con sus opuestos gemelos, permiten que se destruya el medio ambiente, que las compañías que lucran con la devastación terrestre continúen su labor asesina. Dios no entra allí. Dios que tanto mencionan suele no ser el creador de árboles y aguas. No podría ser porque Bush y sus secuaces venden estos milagros al mejor postor. Dios se detiene allí, donde ellos se enriquecen. Fariseos, califas de la peor especie.
12/12/05
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Publicado en Opinión (Cochabamba), diciembre, 2005
Imagen: William Blake/Behemoth y Leviatán
Tuesday, March 22, 2011
Negras nubes/MIRANDO DE ABAJO
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Pospuse la redacción de mi columna porque pasaban el documental mexicano Teotihuacan, ciudad de los dioses, programa que esperaba desde que en 2010 supe de las últimas excavaciones en aquel magnífico lugar, en su parte subterránea, en un túnel que permaneció oculto por dos mil años y donde se espera hallar a los elusivos gobernantes de la ciudad, aún ignotos.
México siempre sorprende. Claro, está la leyenda negra del crimen, el narcotráfico, los pozoleros, sicarios, y demás engendros de mortandad, pero se olvida que también existe un país que vibra en su cultura, múltiples herencias, incluida la española y que crece cada día más en reconocerse y aprenderse. A diferencia de Bolivia, que bajo un discurso de retorno a las raíces conspira en su contra y destruye los restos de lo que podía haberse salvado. Con el nebuloso lema de socialismo comunitario se disfraza un país donde la producción y el tráfico de narcóticos ha permeado la sociedad entera, y donde los mayores damnificados son justamente los de las comunidades indígenas, seducidas ante el espectro de dinero fácil que propone el gobierno desde su cabeza, y que obvian el tradicionalismo agrícola, ni hablar del respeto a la tierra, y siembran delincuencia para después cosechar tragedia. El legado de Evo Morales a las juventudes nativas será el de desconocer la tierra, sus propiedades, sus beneficios, en aras del sencillo cultivo de la coca, y allegados posteriores, que junto a conseguir retornos rápidos corroe las bases de pueblos que ni siquiera recordarán su historia. No habrá un Teotihuacan sino una mixtura de abyección, desenfreno y desespero.
No lo puedo afirmar, no lo he visto pero lo supongo y creo, que en zonas como La Asunta, en los yungas paceños, ya no hay cultivos de cítricos, que se arrasó con todo para plantar la hoja maldita, que el notable café de altura que se producía allí desaparece, en Irupana, en otros lados, que en las plazas principales de los pueblos se pone a secar la hoja y que el asunto gira en torno a la explosión económica de la cocaína. No saben que este ekeko de nuevo género también acarrea el desastre. Pronto la “comunidad” india andará persiguiéndose y matándose por ambición como en una película de Alex de la Iglesia. Dicen que La Asunta en fin de semana recuerda Sodoma y Gomorra, que la droga es pan de cada día, ya no elimina únicamente a los gringos imperiales, está acabando con el futuro local. Se asemejará a la Calabria que retrata Gomorrah, más que a las etnias originarias que hoy manejan hummers y cuentan con parabólicas para acompañar su ignorancia, su pobreza de huérfanos sin nación, sin patria.
Mientras tanto el Gran Bonete juega fútbol, y deja sus labores de gobierno porque le duele el dedo. Al menos ya no viaja, porque parece que en el mundo externo se le prepara una celada. Además murió su piloto, se atragantó según, y los 40 millones de dólares están parados y parados se han de quedar. Resulta que ahora hay un pajarillo cantor, un pajarraco, el general Sanabria, que gorjea mejor que Caruso y hace derramar a más de uno lágrimas furtivas por el pronto reino perdido de este mundo.
20/03/2011
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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 22/marzo/2011
Publicado en Semanario Uno 402 (Santa Cruz), 31/marzo/2011
Imagen: Leonora Carrington/The Cow, 1994
Manejando con música/ECLÉCTICA
Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Entre las delicias del capitalismo está la de no tener tiempo para nada. La alocada carrera por vivir y crear etéreos mundos de opulencia olvida -más que hace olvidar- el placer de sentarse al atardecer, sin disgustos o trabajos, a ver morir el sol en los árboles del parque sobre la avenida Louisiana.
Las horas en que estoy despierto, a veces atento, y que son las más, las gasto detrás del volante de mi carro. Llevar y recoger a las hijas de la escuela implica una excursión de treinta kilómetros diarios, sumados al millaje que utilizo trabajando y etcéteras. Es esta una sociedad que desdeña los servicios colectivos. Resabio de la Guerra Fría, quizá, existe pavor en la población por todo lo que signifique público. Un buen servicio de buses o taxis significaría en su leve ortodoxia un paso en falso hacia el comunismo, y sabemos que comunismo "no tiene cabida en América". Es el drama de la medicina social, también...
Así quedo entonces, con mis extravagantes ideas, atenazado en un mundo ajeno que ha devorado sin darme cuenta ya quince años de mi vida. Combato, yo que nunca he sido soldado -porque pienso-, con las armas que da el haber nacido afuera, con el recuerdo de emociones pletóricas y fervientes esperanzas, decidido a no dejarme llevar por un ritmo que a la larga decanta hasta el espíritu más fuerte.
Hippie de cabello corto, rebelde, sabiendo en el fondo que no hay poder de las flores ni poder del amor, me encierro en un nihilismo singular que sin creer en nada me enriquece con el conocimiento de todo. Tal vez por ello y con la extrema aversión que me produce lo que huela a sotana -a santo, vamos- no hallo mayor placer que, amaneciendo el domingo, encender la radio y por un par de horas, con el frescor de la mañana, oír música sacra. Subo el volumen; estoy solo y apenas un automóvil cruza la neblina levantada en las colinas que descienden a Denver. Los parlantes se llenan de misereres y magnificats y pienso que el arte, aunque se creara para loar divinidades de yeso, como es el caso, excede la santidad y se convierte en simple y bella expresión humana, otra vez cargada de miedos y esperanzas. Me gustan Vivaldi y Monteverdi, Gregorio Allegri y el Miserere Mei, y los corales alemanes de Schütz y Obrecht, sin olvidar el medioevo completo, ni Uccellini, ni Scarlatti, ni Tomás Luis de Victoria; tampoco las liturgias rusas con sus bajos profundos ni los coros de niños que entonces serían coros de castrados.
Otro espacio que lleno con música es el trayecto entre la casa y la escuela. Allí reverdece con la sonrisa feliz de las niñas, la contemporaneidad, y conversamos sobre la idiótica lírica del heavy-metal, sobre sus relaciones con lo retrógrado y fascista del país. No lo escuchamos, por supuesto. Bandas como Korn o Danzig están vedadas en nuestro entorno. Aunque me gusta el rock alternativo en algunas de sus fases, oímos por lo general a Pink Floyd, The Talking Heads, Beatles y The Smiths, si prima el gusto de Alicia. Si Emily es la de las sugerencias no faltan los Chieftains y una extensa variedad de música irlandesa, incluyendo U2. A veces me dan la posibilidad de escoger, y las envuelvo en nostalgias cruceñas en la voz de Gladys Moreno o si concuerdo en que hoy el espíritu clama por rock deambulamos entre Jimi Hendrix y los Sex Pistols, adentrándonos siempre y mucho en el admirable post-punk de Gang of Four, Mekons, Joy Division, Buzzcocks, The Cure...
Ya dejadas las hijas en su espacio de estudio, se abre el día y me ubico como puedo en el estómago de Leviatán. Ayudan porros y cumbias de Colombia, un poco de corridos "perrones" del narcocorrido norteño, la Orquesta Típica Víctor con tangos únicos, y la sin par belleza del samba blanco de Adoniran Barbosa que suelta su cascada voz en "Viaduto Santa Efigénia", memorable hito del canto general, o cuando se acompaña de Elis Regina, en su jocoso "Tiro ao Alvaro". Adoniran Barbosa juega con el verbo, cuenta -tragicómico- de la tristeza de un tal Mané cuya esposa le avisa que sale por un momento, que ponga agua a calentar. Pasa el día y el pobre Mané no la ve regresar. Se desespera, denuncia, llama, hasta encontrar una nota que le dice "apaga o fogo, Mané, que eu não volto mais".
21/12/05
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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), diciembre, 2005
Imagen: Cubierta del single What We All Want, The Gang of Four, 1981
Monday, March 21, 2011
Dickens
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Mi esposa cuelga frente al computador un gran retrato de Dickens. Viste un elegante smoking y su piramidal barba ensombrece la blanca pechera. Sobre el paletó se perfila un adorno que representa una rosa. ¿Por qué Dickens? Estaba a mano. En otro dormitorio cuelgan Guimaraes Rosa y Octavio Paz; Borges y Alí Chumacero en el closet.
Ojeroso y de párpados algo caídos, Charles Dickens contempla indefinidamente un punto muerto de la pared del dormitorio, como si no mirara nada. Nos acompañamos; también observo el vértice fijo de un tejado afuera.
Algún maestro visionario nos introdujo en la primaria a la lectura del autor inglés. Usábamos un libro de cubiertas rojas de la Biblioteca Billiken en edición completa, no reducida para hacerla "accesible", pensando, según es norma, en la estupidez de los niños. El libro se llamaba "David Copperfield" y pocas veces he tenido en mis años de lector sensaciones tan intensas como con aquél. Jamás lo volví a tocar y me arrepiento, porque los hechos se han vaporizado para únicamente quedar sensibilidades de un texto que si bien nos cuentan de su belleza pierden el rastro de lo estilístico y la argumentación. Se puede argüir, como Chesterton, que más que novelista Dickens era un gran mitologista, el mejor. La construcción del mito puede ser la de la novela. Es un proceso creativo que se estructura como lo haría un extendido libro en prosa. Chesterton no criticaba, era su manera de ensalzar.
Concibo su relectura como mandatoria. Deseo aprehender de nuevo la tristeza de David impronta en la memoria, ampliada después con la aparición de otro de sus inolvidables personajes: Oliverio Twist. Los muchachos de Dickens son taciturnos, entremezclados en el humo y el hollín de una naciente sociedad industrial. Siempre los he comparado con los joviales caracteres de Mark Twain: Tom Sawyer y Huckleberry Finn, tan disímiles de sus pares británicos como distintos mundos eran el feraz Mississippi y el lodoso Támesis, a pesar de que entre los pilluelos londinenses que rodean a Oliverio, la infancia y el contento, además de la sátira, no están lejos de la vida cotidiana. Algunos recuerdan a Gavroche, el hijo de la calle y su sabiduría unida a una anciana capacidad de permanencia. Estos jóvenes, cuatro emblemas literarios, han marcado el desarrollo idiosincrátrico de sus respectivas naciones, hecho que nos lleva a reconocer la valía de los literatos como genuinos observadores y retratistas de la sociedad.
Hay en Dickens brega constante entre el bien y el mal. Su realismo tajante no permite elucubrar sin tomar posición. "David Copperfield" carga sinnúmero de reflexiones y el lector participa activamente de la trama con emoción. Me impactó un naufragio cuya significancia era el fin de los sueños, la muerte del amor. También preservo la detestable figura de Uriah Heep, el arribista abyecto por excelencia. Cuando un grupo británico de rock tomó su nombre, clara era la intención ofensiva. Hablamos del tiempo rebelde y la revirtuación de un personaje ruin como Heep era a la vez que un ataque la desmitificación de la virtud. Apenas sospechábamos que música tan cara en nuestra adolescencia, melancólica hoy, tuviese relación con un icono maligno de Dickens.
He sido exhaustivo en mi lectura dickeniana. Si tuviese que elegir habría la dificultad de cómo moverse en medio de un laberinto de múltiples y hasta infinitas opciones. Pero consideraré mi favorita "David Copperfield" con su carga autobiográfica. El tema social late en la obra del escritor. Sin embargo la denuncia no desplaza la alegría. Su novelística de vívidos diálogos la hicieron popular al describir con acierto la existencia de una plebe que sufre pero se divierte.
Tienen sus personajes la gracia del teatro popular y es que Dickens siempre se consideró a sí mismo como un actor. La aceptación de Oliverio, David, Nicolás Nickleby, Little Nell por un vasto público tal vez radique en ello, en la ausencia de una profundidad que los haría ajenos. El pueblo sobrevive y si puede triunfa; baila mientras llora. Se asemeja al mismo Dickens con una infancia llena de privaciones y el éxito posterior de su tesón.
Nostálgico en su preciosa "Canción de Navidad", expandió su arte hasta la novela de tipo histórico. Comentan los críticos que para los lectores su "Historia de dos ciudades" (París, Londres) era la Revolución Francesa y sus personajes "más reales que Robespierre o Dantón". Siempre, rememorando las páginas de "Almacén de antigüedades", me consideré otro más de sus seres, rodeado como vivo de clavos de ferrocarril marcados de herrumbre, de funerales máscaras del continente negro y cerámicas coloreadas.
El cine se ha encargado de diversas interpretaciones de la obra de Dickens, adaptadas con una mise-en-scène a veces cronológicamente distinta a las originales. Fue, en la Cochabamba de cuatro décadas atrás, un éxito la presentación musical "Oliver!" (Carol Reed/1968). Así la sentimental "Un cuento de Navidad" y su fílmica cargada de presagios. No hace mucho Roman Polanski recreó la figura de Oliver Twist. El, como el personaje literario, ha sido un niño solo y la solitud es ostracismo amargo.
05/04//06
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Publicado en Brújula (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), abril, 2006
Imagen: Charles Dickens
La ciencia avanza/MIRANDO DE ARRIBA
A pesar de que en el mundo moderno se está dando el fenómeno del retorno a pensamientos y prácticas retrógradas, la ciencia persiste en su avance desmitificador. Mas, en términos cuantitativos, lo trágico de estos descubrimientos científicos es que se asfixian en la marea de la creciente ignorancia. Se diseminan entre una élite inteligente e interesada pero carecen de poder político y recursos necesarios para expandir su verdad.
El hallazgo en el ártico canadiense de fósiles bien preservados de un pez cuyas aletas prefiguran patas, transición a la vida anfibia y luego terrestre, es paso sustancial en la validación de algo ya sabido pero que carecía de pruebas concretas en la evolución de las especies. Los religiosos mantenían esta ausencia material como confirmación de la "mentira" de los cientistas cuyos estudios destruyen la absurda idea de seres creados a imagen y semejanza de una idea abstracta.
Este pez cuyo nombre científico no tengo a mano vivió hace unos 350 millones de años y parece ser el nexo esperado entre los animales terrestres y los marinos. Aunque ya en el pasado -con el Archeopterix- se estableció la relación entre las aves y los dinosaurios, los profetas actuales persisten en negar una verdad que debiera significar el desmoronamiento total y definitivo de los ritos sagrados.
Tengo como premisa desconfiar de cualquiera que hable de Dios. En primer lugar la mayoría de las personas poseen insuficiente capacidad de abstracción para imaginar por sí solas un elemento divino. Son víctimas de la parafernalia y verborrea de falsos profetas, enriquecidos y corruptos unos por el dinero de las donaciones en las iglesias evangélicas, corroídos por la pederastia en la católica.
Por supuesto no es buena noticia para quien vive de la estupidez ajena (las instituciones religiosas) la aparición de un animal preservado en piedra que explique cómo la vida marina se fue haciendo terrestre en algunos casos, y de como esa evolución del pez hacia un animal cuadrúpedo está directamente ligada a la presencia del hombre en la tierra. Si el supuesto Dios de todas las doctrinas hubiese creado algo a su imagen y semejanza hubiese sido una bacteria, que de allí venimos y de allí nos desarrollamos para convertirnos en peces y después mamíferos.
Pienso ello y veo tristemente en domingo el aumento de la recua que se dirige a rezar.
9/4/06
Publicado en Opinión (Cochabamba), abril, 2006
Imagen: Reproducción del Tiktaalik roseae, Devónico tardío
Los intocables/MIRANDO DE ARRIBA
No trata el texto de aquella remarcable serie televisiva -en blanco y negro- acerca de un selecto grupo policial que combatía a la mafia en Chicago, ni de su émula cinematográfica. Es más actual y más serio el asunto este de la intocabilidad.
¿De dónde se creen los árabes con el derecho de preservar a su profeta del encono de la libre opinión? ¿Por qué sería Mahoma único e intocable siendo que sus fieles se caracterizan, entre muchas cosas -y muchas malas-, por denigrar las creencias de otros? Qué lo hace diferente, me pregunto; tal vez la sugerente posibilidad de un mundo dominado de nuevo por el Islam, algo que hasta China teme mirando con recelo sus fronteras suroccidentales.
En las dos últimas décadas el fundamentalismo musulmán ha crecido demasiado. Se expande en círculos políticos -véanse Hamas y Hezbollah- en detrimento de otros grupos como Fatah en Palestina. La religión reemplaza el análisis; la lucha de clases se transforma en guerra de doctrinas; se acerba el odio étnico. Cuando una mujer belga, estudiante de clase media, se inmola en nombre de Alá, o cuando ciudadanas canadienses optan por el velo y la mugre en oposición a la libertad, se deduce que existe un peligro latente. Horror, porque horror es depender y obedecer de y a supuestos santurrones, profetas de un mal verbo, cuyo primario fin radica en el control de cuerpos y mentes. Peligro que se aguza con cierta imbecilidad occidental, fundamentalista también, que aviva el nacimiento de aquellos que serán sus más tercos rivales -Estados Unidos y Al Qaeda; Israel y Hamas-. Lejanos quedan los días en que Palestina significaba tierra donde los grupos radicales del mundo podían aprender tácticas de combate. Ha llegado el tiempo monacal, todavía de sangre en su combate particular pero exento de miras progresistas y modernidad.
Dinamarca es ahora el enemigo jurado del Islam; todo porque un caricaturista, con mucha razón, describe lo que parece una enfermedad incurable y progresiva: el crecimiento de una doctrina cerrada y combatiente, unilateral. Claman los imanes por las manos cortadas del artista-crítico, se mesan los cabellos, aúllan y queman banderas y asaltan mientras Occidente se amilana.
Ante la valentía de los periodistas europeos de apoyar a sus camaradas daneses, los gobiernos temen y comienzan a ceder. Si se cede ahora pronto habrá que medirnos la cabeza para llevar turbantes y agacharnos como orates cinco veces diarias hacia un perfecto vacío.
6/2/06
Publicado en Opinión (Cochabamba), febrero, 2006
Imagen: Caricatura alusiva
Friday, March 18, 2011
El remarcable Gurdjieff/ECLECTICA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Místico, gnóstico, maestro de lo oculto, charlatán, sabio, lo que fuere, George Ivanovich Gurdjieff apareció en Europa, llegado de Rusia, en los años 20, trayendo consigo además de una troupe de seguidores, enseñanzas que decían venir de las más recónditas tierras del Asia y cargar el conocimiento perdido hacía mucho para alcanzar la vida plena con conciencia y corazón.
Después de gustar del filme de Peter Brook "Meetings with Remarkable Men" (1979) leo la obra homónima de Gurdjieff, comenzada entre 1924 y 1927 (en ruso) y que comprende 3 volúmenes reunidos bajo el título general de "All and Everything" en la primera edición en lengua inglesa de 1963.
Peter Brook logra (bajo guión de Jeanne de Salzmann, discípula del autor, y el mismo Brook) presentar un trabajo cargado de misterio. Desde el comienzo, en una justa tribal para definir -cada veinte años- al galardonado poeta o músico cuya voz o instrumento encontraría eco en una precisa garganta montañosa del Cáucaso, Brook nos ingresa a un espacio solemne. El ambiente, abrumador silencio, soledad, parecen cosa de otro mundo, a pesar de que los personajes son terrestres y modestos. Se percibe un halo estremecedor, la sensación de hallarse ante algo velado, pretérito. Así son los textos de este subyugante libro que si bien puede considerarse una autobiografía da, para quien quiera buscar, amplias posibilidades de interpretación.
Personalmente no me interesa alcanzar una sabiduría que me permita vivir "en paz". Contento estoy con los riesgos cotidianos de la lucha. Alegría junto a desgracia conforman una unidad con un resultado de belleza y vivacidad. Prefiero la dinámica de sobrevivir a la contemplación de los elegidos. De allí que tomo "Meetings with Remarkable Men" ("Encuentros con hombres notables" en su edición española) como un apasionante libro de viajes. Admiro la veracidad, incluso su invención, de la incansable búsqueda del conocimiento que hace Gurdjieff. Es un trazo que sin ninguna guía he seguido siempre. Anecdótico y ejemplificador es el relato del autor de cómo para mantenerse y proseguir su camino abre una tienda donde se arregla "todo". Y lo consigue, aunque para ello tenga que investigar los detalles de una máquina de coser, o el modo de reparar raídas alfombras sin que pierdan belleza y valor.
Por lo general Gurdjieff no se presenta a sí mismo como un confiable tendero. Notables son sus descripciones del modo en que engañaba a sus clientes para obtener su dinero. Y cualquier excusa filosófica al respecto no vale. Era, a no dudarlo, un hombre de recursos, muy hábil para negocios. Cuando, indigente en Samarcanda, caza golondrinas, les corta las alas y las pinta para ofrecerlas en el mercado como "canarios americanos", sólo reafirma su destreza de comerciante. Es su original "el fin justifica los medios", reprochable quizá pero ausente de mi juicio al momento.
Su recorrido por el Turkestán, el Asia Central, el Cáucaso, China y Mongolia, Persia, Afganistán (donde Brook filmó la cinta) me mantuvo pegado al atlas. Sin ser prodigioso cuentista atrae, y, más que las descripciones, la mística se convierte en hilo narrador. Imagino, hasta sueño, en participar de expediciones semejantes. Embarcar cerca de la mágica Bujara y subir el curso del Amu Darya, hacia un Kafiristán enemigo de extranjeros. Hay hasta algo de Kipling. Proseguir por el Hindu Kush, siempre visitando ruinas y ancianas fortificaciones en un paseo por una región que en la actualidad se ha vedado por tanta guerra. Indagar en la inmensidad del desierto de Gobi por civilizaciones perdidas, como místico, como arqueólogo, geógrafo, lingüista y etnógrafo. Subirse en zancos para evitar las tormentas de arena que barren con lo que se opone a su paso. Ver morir a uno de sus amigos, uno de los Buscadores de la Verdad, mordido en la garganta por un camello salvaje a quien quería cazar. Desenterrar libros de las paredes de la vieja capital de Armenia, Ani. Salir al Mar Negro, a pie, y de allí a Constantinopla, con los restos de su escuela, huyendo del conflicto civil ruso del 18. Más que testigo de su tiempo, Gurdjieff me impresiona como rescatador de un melancólico pasado. Me aficiono como él con las antiguas alfombras orientales, con su erudición de anticuario que le produjo grandes beneficios en un tiempo en que conseguir antigüedades resultaba sencillo.
G.I. Gurdjieff nació en Alexandropol (Gyumri, Armenia) y se educó en Kars (hoy Turquía) entonces parte del imperio ruso. Fundó en Essentuki, Rusia, su Instituto para el Desarrollo Armonioso del Hombre y lo prosiguió en París en 1922. Entre sus seguidores se contaron Frank Lloyd Wright, René Daumal, P.L. Travers, Keith Jarrett, A.R. Orage a quien Bernad Shaw calificó como el "más brillante ensayista de su tiempo", Katherine Mansfield. Esta última, que murió tísica en el Prieuré (el instituto Gurdjieff), escribía que estando allí "siento que pasé años en la India, en Arabia, en Afganistán, en Persia".
18/01/06
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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), enero, 2006
Imagen: George Ivanovitch Gurdjieff
Los amigos/ECLÉCTICA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Dos textos en quince años no es demasiado. Una vez por década para evitar que sus rostros se vuelvan borrasca. Escribir sobre los amigos, los de acá y los de allá, o viceversa, un golpe de dados.
Conducía hace un momento, con una temperatura de veintiocho Fahrenheit. Cuando comienza a caer nieve tenue -y si hay viento- al ras del pavimento se dibujan arabescos blancos, como vapores o serpientes efímeras. Las luces de la ciudad no brillan; el contraste entre el negro alquitrán y las volutas de hielo que arrea el aire resaltan más en la penumbra. El zigzag de las formas sube por las veredas, se mete debajo del carro, a ratos se eleva e inventa fumarolas con auspicio de fantasma. Hermoso.
Conducía, y en el tocadiscos "Time", de Pink Floyd. Y me entra gran nostalgia porque vi a mi querido Julio, joven como era entonces, vaso en mano igual a los antiguos vaqueros pistola en mano. Sonreía y hacía gestos que uno conoce ya de memoria por tanto haberlos visto. "Time" de Pink Floyd en el tocadiscos también. Bolivia, los lodosos pisos de alguna chichería al sur y la paradoja de Inglaterra sonando en sintetizador y saxo bajo la sombra del cerro San Miguel, con lontananza de basura y perros vagabundos que disputan la hojarasca de un repollo, tal vez los dedos de un cadáver. Pink Floyd cuando amanecía en las botellas consumidas de singani adulterado, con los zapatos negros de los desechos de carbón que un amorfo movimiento de gente reúne para la mañana. Amanece en Cochabamba, con escarcha. El Cristo de la Coronilla, ídolo solitario sobre costillas muertas de mujeres, extiende los brazos por encima de los vapores de api y buñuelos hinchados en los umbrales de la estación.
Las vías están vacías de trenes. Temprano salían hacia el valle. Allí, montados en incómodos asientos, ebrios de alcohol, camino a buscar el sol primero y la protección de los eucaliptos después, cuando todavía se podía uno recostar en la arena y dormitar en el mediodía de Tarata. Descansada el alma, urgido el cuerpo, los brazos en rústicas mesas, lustrosas de sudores ajenos y vasos derramados. Regresar -siempre había amigos del interior con cuartos solos- a Cochabamba que ansiaba dormir pero que se desvelaba con nosotros, de nuevo y repetidas veces, Julio y yo, y Raúl y Chino, y Elmer y Hans, y Pink Floyd y Sui Generis y Led Zeppelin. Hendrix y cuecas y huayños que dicen son músicas tristes y nos daban alegrísimas noches.
No es que uno vaya convirtiéndose en un viejo de mierda como solíamos referirnos a los otros. Pero de pronto ya no están. A esta altura varios han muerto y su única permanencia vive en los labios de quienes anduvieron al lado. En el primer piso de la casa suenan choros brasileños, bastante para entristecer si no alcanzaran los recuerdos. Fallecidos, idos, desaparecidos, toda una rimazón sentimental que nos ubica en un momento de la vida en que ya pensamos en el fin. Las habladurías de jóvenes, de suicidios y malos amores se opaca ante lo concreto de envejecer, de sentir los dientes aflojarse, de no ver a Julio, Chino, Elmer y Raúl dibujarse en el crepúsculo de sus casas, la mano agitada en un nos vemos luego.
Cuando retorno y camino José Quintín Mendoza arriba, giro a la izquierda hacia el parque Franz Tamayo, donde un busto aterido contempla la desazón del desastre. Vuelvo por la avenida América y en una casa de esquina contemplo la ventana por donde asomaba Ricardo -murió seis meses atrás- e invitaba a subir. En un tres en uno que era lo último en tecnología, en aquel dormitorio, poníamos el disco de Crosby, Stills, Nash & Young que mi madre trajo de Alabama. No sabíamos qué habríamos de estudiar. Despertábamos inciertos en una Bolivia que jamás cambió.
Llego a América y Libertador Bolívar. Si miro a un lado voy caminando a la primaria con Juan Carlos Aponte. Al otro veo a Adolfo Malpartida y su inapropiada mochila; juntos nos vamos, al alba, de excursión al Chapare, a los memorables almuerzos de amistad donde en una marraqueta esparcíamos con el único cortaplumas de todos la carne marrón clara de un atún peruano.
15/02/06
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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), febrero, 2006
Imagen: Walter Bosse/Lesende Chinesen, Kufstein, 1924-1937
Ecléctico desayuno/ECLECTICA
a Pablo Soriano Ferrufino
Amanece el Día de Acción de Gracias con un inusual tiempo cálido sobre la ciudad de Aurora, y Colorado. Regreso del trabajo nocturno, cansado y contradiciendo a Gardel en las líneas del tango que suenan: "el músculo duerme, la ambición trabaja" porque este músculo ha batido las sombras con esfuerzo. Un paso por el supermercado -estantes decorados para el festejo nacional- en busca de queso danés, cremoso y azul, un gouda ahumado, salame genovés picado fino y delgado, un té, un café...
Jamás me asocié con el festejo éste que si se mira con ojo crítico es festejo de conquista, de desdén por los naturales, de traición y genocidio. Dudo que los indios norteamericanos tengan algo que recordar de su gentileza en socorrer a aquellos peregrinos, puritanos de negro, peligrosos, ambiguos con los demás, avariciosos. Ojalá nunca lo hubiésemos hecho -lo continuamos hoy- aunque la historia seguiría su curso de cualquier manera y tarde o temprano habríamos de encontrarnos.
Cuál el punto de convergencia en que esta sociedad y yo nos encontramos un día así, en el que he de comer pavo como cualquiera, puré de papas, jamón acompañado de salsa de bayas silvestres; el punto en que ambos compartimos un destino, a fuerza, y que revierte, o lo revertirá circunstancialmente, el desigual intercambio de los recién llegados con los aborígenes, de mí como recién arribado y ellos, aunque rubios, aborígenes también de estos lindes.
Pero volvamos al desayuno. Pablo, Ligia y yo, salidos del mercado con las delicias mencionadas. La mesa puesta bajo un par de litografías y una hierática máscara nigeriana. Los comentarios sobre la mejor manera de comer roquefort, o alguna de sus variedades, la sosegada discusión de los preparativos para la cena de la tarde -tradicional- en que una urbe de nacionalidades: peruanos, bolivianos, mexicanos, asturianos, colombianos de Columbus, Ohio, etc. iniciará un coro de fervientes dentelladas en la piel crocante y tostada de la gran ave del bosque.
Hay que bañar la comida sugieren. E iniciaremos el festín con unos aperitivos de ron, a pesar de que prometí jerez sin contar que la desidia me estancaría en casa. Ron del bueno, y de Guatemala no tiene par, ni en precio ni en gusto. Las señoras, las viejas, dirían los mexicanos con un dejo de entre cumplido y burla, tendrán su vino rosé, o su chardoné (chardonnay), mientras con la premura de la tarde que se esfuma abriremos botellas de Aragón, Castilla y Cataluña, sólo para quedarnos con España y hacerle los honores al invitado minero de Asturias. Cuando su ego se haya bañado suficiente en el jugo rojo del tempranillo, más suave el de Aragón que el de Castilla, continuaremos con la sofisticación de un raro vino armenio para finalmente aquietar el paladar con un magnífico Broquel argentino.
El desayuno, en medio de los proyectos, ha extendido la variedad de sus comidas y se adentra en los arabescos del vicio o la manía, por darle un nombre distinto al mundano conocimiento de alimentarse bien.
El pavo que se prepara para las cuatro de la tarde me han dicho que pesa once kilos. Habrá pavo para largo, para hoy y para emparedados y sopa y salpicón y mañana y pasado. Claro que los días a seguir tendrán su dosis de sequía y no podremos, el tiempo ata las manos, descorchar un último Rioja que anuncie el final de un nuevo año, o casi.
Mientras tanto seguimos, Ligia, Pablo y yo, acabado el azul danés, en tenso ambiente a raíz de la música brasilera que ellos dos, uno nacional y otro putativo, han puesto a tocar y conversar. Difícil reclamar, menos criticar, entre dos brasileiros para quienes sin duda Os Mutantes alcanzan la cumbre del arte sicodélico mundial.
24/11/05
Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), noviembre, 2005
Imagen: Vinos de la Patagonia argentina
Amanece el Día de Acción de Gracias con un inusual tiempo cálido sobre la ciudad de Aurora, y Colorado. Regreso del trabajo nocturno, cansado y contradiciendo a Gardel en las líneas del tango que suenan: "el músculo duerme, la ambición trabaja" porque este músculo ha batido las sombras con esfuerzo. Un paso por el supermercado -estantes decorados para el festejo nacional- en busca de queso danés, cremoso y azul, un gouda ahumado, salame genovés picado fino y delgado, un té, un café...
Jamás me asocié con el festejo éste que si se mira con ojo crítico es festejo de conquista, de desdén por los naturales, de traición y genocidio. Dudo que los indios norteamericanos tengan algo que recordar de su gentileza en socorrer a aquellos peregrinos, puritanos de negro, peligrosos, ambiguos con los demás, avariciosos. Ojalá nunca lo hubiésemos hecho -lo continuamos hoy- aunque la historia seguiría su curso de cualquier manera y tarde o temprano habríamos de encontrarnos.
Cuál el punto de convergencia en que esta sociedad y yo nos encontramos un día así, en el que he de comer pavo como cualquiera, puré de papas, jamón acompañado de salsa de bayas silvestres; el punto en que ambos compartimos un destino, a fuerza, y que revierte, o lo revertirá circunstancialmente, el desigual intercambio de los recién llegados con los aborígenes, de mí como recién arribado y ellos, aunque rubios, aborígenes también de estos lindes.
Pero volvamos al desayuno. Pablo, Ligia y yo, salidos del mercado con las delicias mencionadas. La mesa puesta bajo un par de litografías y una hierática máscara nigeriana. Los comentarios sobre la mejor manera de comer roquefort, o alguna de sus variedades, la sosegada discusión de los preparativos para la cena de la tarde -tradicional- en que una urbe de nacionalidades: peruanos, bolivianos, mexicanos, asturianos, colombianos de Columbus, Ohio, etc. iniciará un coro de fervientes dentelladas en la piel crocante y tostada de la gran ave del bosque.
Hay que bañar la comida sugieren. E iniciaremos el festín con unos aperitivos de ron, a pesar de que prometí jerez sin contar que la desidia me estancaría en casa. Ron del bueno, y de Guatemala no tiene par, ni en precio ni en gusto. Las señoras, las viejas, dirían los mexicanos con un dejo de entre cumplido y burla, tendrán su vino rosé, o su chardoné (chardonnay), mientras con la premura de la tarde que se esfuma abriremos botellas de Aragón, Castilla y Cataluña, sólo para quedarnos con España y hacerle los honores al invitado minero de Asturias. Cuando su ego se haya bañado suficiente en el jugo rojo del tempranillo, más suave el de Aragón que el de Castilla, continuaremos con la sofisticación de un raro vino armenio para finalmente aquietar el paladar con un magnífico Broquel argentino.
El desayuno, en medio de los proyectos, ha extendido la variedad de sus comidas y se adentra en los arabescos del vicio o la manía, por darle un nombre distinto al mundano conocimiento de alimentarse bien.
El pavo que se prepara para las cuatro de la tarde me han dicho que pesa once kilos. Habrá pavo para largo, para hoy y para emparedados y sopa y salpicón y mañana y pasado. Claro que los días a seguir tendrán su dosis de sequía y no podremos, el tiempo ata las manos, descorchar un último Rioja que anuncie el final de un nuevo año, o casi.
Mientras tanto seguimos, Ligia, Pablo y yo, acabado el azul danés, en tenso ambiente a raíz de la música brasilera que ellos dos, uno nacional y otro putativo, han puesto a tocar y conversar. Difícil reclamar, menos criticar, entre dos brasileiros para quienes sin duda Os Mutantes alcanzan la cumbre del arte sicodélico mundial.
24/11/05
Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), noviembre, 2005
Imagen: Vinos de la Patagonia argentina
Thursday, March 17, 2011
Lecturas frente al computador/ECLÉCTICA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Permanezco fiel al papel impreso, el libro, el periódico, la revista. Sin embargo paso tiempo también leyendo en el computador las cosas que me envían. Me bombardean a diario con consejos budistas, de cierta Escuela Tántrica a la que algún ser caritativo me suscribió pensando quizá que ansiaba paz espiritual. Son prolíficos estos budistas y parecen tener respuesta para todo. Mas, lo siento, no me atraen tantras ni karmas, ni como hallar consuelo en la meditación de mis desgracias que a decir verdad son pocas. He tratado de que no continúen con sus lecciones pero no me los saco de encima. Opté por el salvajismo contundente, el insulto, la plegaria, pero allí siguen, incólumes, con la ilusión de ganarle el alma a un desalmado. Les digo que de Siddartha me interesa Herman Hesse, que de Maitreya, Severo Sarduy, que del Hare Krishna, George Harrison y el aspecto mitológico-histórico del Mahabarata, amén de Peter Brook. Y nada más. Tendré que acostumbrarme a vivir con ellos y sus variados titulares que anuncian desde cómo comer, amar, hasta actividades menos decorosas y privadas.
La pantalla trae muchas veces al día "Tribuna boliviana", noticias a las que tampoco me he suscrito y sin embargo leo. Lo hago selectivamente, revisando el glosario primero y descartando los artículos que sospecho, porque los he visto ya, de loas excesivas al nuevo líder nacional, Evo Morales, o bem amado. Sugeriría a tan cálidos -cándidos- adláteres elevar una petición conjunta al Vaticano para canonizar de una vez y para siempre al sindicalista que tan hábilmente y con promesas que jamás va a cumplir se ha encaramado en la silla presidencial. No es que tenga menores calificaciones que otros si repasamos la caterva de engendros que sentaron sus derrieres allí, simplemente que no gusto en absoluto de alabanciosas sentencias ni creo en los profetas que desde la Biblia, muy de antiguo, polvo son. Insisto, pero, en la misiva vaticana que logre que Benedicto, Benito o Bendito, como se llame el pastor de la grey, conceda la bula que orle de aureola verde -por la hoja sa(n)grada- la presencia única de San Evo, el primer santo andino, apóstol de la fantasía.
Me abstengo de proseguir, de politizar una digresión que trataba de ser divertida. Nada tengo en contra de lo fantástico; los movimientos de luces, nubes, viento y lluvia en ambientes penumbrosos acarician mi placer. Amo Tiwanacu, pero si he de creer en utopías con visos de drama como los que se ciernen engañosamente sobre el país, prefiero lo surreal de King Kong.
Llegan cartas, criptogramas, críticas, anhelos y demandas igual que a todos. Navego en la pantalla. Arriban fotografías de muchachas con nombres sugestivos que ofrecen "desinteresada" amistad. De literatura simple, dicen: "hola, me llamo tal y quiero ser tu amiga, mira mis retratos". Me pregunto entonces acerca de lo solos que estamos para que con burla semejante se cree un imperio de abuso. Me recuerda a una magnífica película mexicana donde alguien juega con el deseo y la angustia de un anciano dejándole notas amatorias por debajo de la puerta con un fin previsto: desastre.
De Nigeria y Afganistán escriben de millones de dólares que quieren compartir; piden números de cuentas bancarias y paciencia para develar la opulencia del dinero mal habido. Estos fraudulentos asociados utilizan historia para "validar" sus aserciones, por tanto no es extraño que el "hijo de Mobutu" alegue tener escondidos tesoros, o que a jerarcas de la UNITA angoleña les falte sólo la firma de un selecto ambicioso -que suponen yo- para recuperar los dólares sustraídos a sus respectivos pueblos.
Así el volumen de los textos cotidianos. Con mixtura de tantras y achachilas, de tetas y ofertas de interés transcurre el día. Ideal sería arrojar el montón al basurero pero en la complejidad de estos callejones virtuales asoman también pinceladas de vida.
29/03/06
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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), marzo 2006
Imagen: Jean Arp/Die Grablegung der Vögel und Schmetterlinge. Bildnis Tristan Tzara, 1916-1917