Wednesday, April 6, 2011
Las taras de siempre/MIRANDO DE ABAJO
Con Evo Morales se pensó que se había alcanzado –al fin- la posibilidad de convertir Bolivia en el centro del planeta. Se creyó en el Nóbel, en la expansión de lo luminoso de una cultura ancestral. Se movió dineros, contrató intelectuales lambiscones que quisieron dorar la píldora con matices ideológicos; yatiris de medianoche para avalar un supuesto espíritu que, a pesar de contrastar con la realidad, proporcionaba sostén místico religioso a los advenedizos de turno. Y el mundo lo tomó así, porque es más fácil relacionar un país con un individuo, Bolivia con Evo Morales, Bolivia con un solo escritor, que conocer su ser complejo. Más sencillo obviar, no preocuparse por indagar ni estudiar un lugar multifacético, los alcances de su diversidad, los matices de su cultura, las expresiones de su gente. Reduccionismo que cae bien a quienes ejercen de voceros del universo, los que de oficio endilgan carcaterísticas o títulos a países e individuos. Será que la globalidad no tiene tiempo para ocuparse de todo, que lo simple está en rotular naciones y personas de una manera u otra, olvidando que hay mucho detrás de las máscaras escogidas, demasiado para ellos que necesitan una, y basta una, expresión para personalizar los pueblos.
¿Por qué habría de preocuparse el Primer Mundo en entrar en detalles acerca de la insignificancia de Bolivia? Ahí estaba Evo, y bastaba con ello. No hay tiempo que perder y a nadie le interesa si hay algo o alguien más. Es, transferido el entorno, la misma historia de la economía que nos convirtiera en monoproductores porque para nada otro serviríamos. Paternalismo y colonialismo que los bolivianos aceptamos con beneplácito, porque allí también lo cómodo es la ausencia total de crítica, y lo que un par de pelotudos suelan representar nuestro nos es suficiente. El mundo desea no diez mil bolivianos que hagan cine; exige uno, sólo uno, director. Un líder, un escritor, un futbolista. En el concierto de los roles asumen la suficiencia de esta unicidad para un país que para ellos no vale. Necesitan esa unidad, sin embargo, para jugar a la corrección política, a la liberalidad y el antiracismo. Y nosotros lo aceptamos, caemos como chorlitos, y actuamos como imbéciles reconociendo como propio lo que los de afuera dictaminan.
Luchar en contra es tal vez la tarea mayor a la que podemos enfrentarnos. Parte, y vale la redundancia, del papel de la crítica, en cada campo, que no satisfaga la aparición de un lunar, necesitamos del cuerpo entero. Se debe aprender a valorar pero de igual modo a desechar. ¿O no somos capaces de múltiples expresiones? No ayuda la situación en que estamos, y no me refiero al manido enclaustramiento marítimo, sino a las sombras de la idiosincracia. Cuando alguien se cree poco toma con vértigo los pequeños triunfos individuales, los internaliza como únicos, no cuestiona, y crea y sobrevive el y en el mito. No tiene que continuar. Somos, aun dentro de la fatídica pobreza y la peor fatídica ignorancia, un pueblo lleno de posibilidades, pletórico de pasado, con muchos, no uno, artistas, con cientos, no uno, poetas, con varios, no uno, nativos que puedan representarnos, o blancos, o mestizos. Más que el día de la ira, lo que nos hace falta es el día de la crítica, derribar pedestales, eliminar iconos, acabar con los doctores y los genios. Allí no importará si tenemos o no mar, si idolatramos o no pachamamas o dioses de trapo. Cuando un pueblo desea crecer extirpa a sus ídolos.
3/4/2011
Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 6. abril, 2011
Publicado en Semanario Uno 404 (Santa Cruz de la Sierra), 8/abril/2011
Imagen: Keith Haring, fotografiado por Anne Leibowitz
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