Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Llaman a Sucre ciudad blanca y lo es también Arequipa. Hace muy poco fue reconocida como patrimonio de la humanidad otra ciudad blanca: Tel Aviv. Sucre colonial por sus albos muros; Arequipa, también vetusta, por la clara piedra volcánica de las casas; Tel Aviv por la blancura de sus edificios, construidos bajo los lineamientos arquitectónicos de la Bauhaus, escuela alemana de arquitectura fundada por Walter Gropius. Si bien este color no define la escuela, fue ampliamente utilizado, así como el beige, en sus edificaciones.
Tel Aviv tuvo un notable crecimiento urbano durante la década del 30. El retorno judío a Palestina se incrementó con la inestabilidad europea. La guerra, un desventajoso armisticio para Alemania, el caos revolucionario y la siempre presente represión sumados a una vertiente ideológico-política que predicaba el regreso a la tierra "prometida" crearon una diáspora inversa. Los hebreos volvían con la experiencia internacional de sus extensas ramificaciones. 17 arquitectos, alumnos de la Bauhaus, que, entonces bajo la dirección de Mies van der Rohe, clausuraría sus puertas en 1933 ante la presión nacionalsocialista de un arte puramente alemán, emigraron al Medio Oriente y se dedicaron al diseño en Tel Aviv. A consecuencia de ello esta villa enclavada en un medio extraño daría la impresión de un estrafalario oasis. Tel Aviv cuenta, más que ninguna otra ciudad en el mundo, con una impresionante cantidad de construcciones estilo Bauhaus que la convierten en un vivo museo moderno.
Los lineamientos básicos de la Bauhaus sufrieron alteraciones para adecuarlos a un nuevo entorno. Los grandes ventanales característicos de Europa tuvieron que reducirse en tamaño por el excesivo calor de la región mediterránea. Las edificaciones levantadas sobre pilares -como quería Le Corbusier- dejaban espacio para que los residentes pudiesen cultivar sus propias hortalizas y hacer jardinería. El ideal de tipo socialista de construcciones prácticas, baratas, rápidas e igualitarias que pregonaba la escuela tendrían buen recibimiento en una sociedad judía que comenzaba a afianzar modestamente sus bases, siendo la modernización de Tel Aviv meta y ejemplo de un objetivo concreto: un estado israelí independiente.
Lo que fue moderno hoy se desgasta. Existe una campaña para recuperar esta arquitectura que ha dejado de ser innovadora y quizá hasta llamativa, pero que representa un hito muy importante no sólo en materia arquitectónica sino también histórica. Un pueblo que se anima a levantar de la nada, sobre una tierra materialmente ajena, una ciudad avant-garde, o está perdidamente loco o ha sabido ligar los dos extremos del hilo, la razón y la pasión, para conseguir sus propósitos.
Tel Aviv, que conozco en memoria y camino en ilusión, bien merece ser patrimonio cultural de la humanidad por esta excentricidad de arte, tanto como Potosí y sus conventos fantasmas, o Cartagena de herrumbre y cañón.
17/11/03
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Publicado en
Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), noviembre, 2003
Imagen: Afiche: de la Bauhaus a la ciudad blanca de Tel Aviv
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