Monday, October 10, 2011
Virtudes inglesas/ECLÉCTICA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
A Borges le hubiese gustado ser inglés.
Inglaterra lleva su peso en la historia. ¿Qué hizo de los ingleses amos de un tercio del globo? Cualidades extraordinarias, abyección, frialdad y sensatez; inescrupulosidad, valor y doblez -casi parece una letra de Discépolo- No hay una de tales definiciones, sin embargo, que retrate a esta nación por completo, y ninguna de ellas, tampoco, la diferencia notablemente de cualquier otro pueblo. Pero ahí están los datos, la presencia inglesa, ambigua y descarada, con inmensa angurria de apoderarse de todo. Lo ejemplifica Marlon Brando en la mítica isleta de Queimada arguyendo con unos y otros, corrompiendo, para dejar sólo en pie los intereses del Imperio.
Hoy aparecen notables signos de cambio. La selección inglesa de fútbol se llena de jugadores negros y en un par de décadas, cuando Inglaterra juegue, lo único que la diferenciará de Zaire será el color de la camiseta, igual que a Francia. ¿Una forma de castigo histórico? Quizá. O la ignorancia de los que se consideran superiores de no comprender, evitar, el proceso dinámico del tiempo que ofrece como única alternativa de supervivencia la diversidad. Además que la pureza de estirpe, ganada casi siempre por la expoliación de unos sobre otros, ni siquiera alcanza a la familia real inglesa, ni a ninguna monarquía. Es vano asegurar que hay una familia real, que los Windsor son los Windsor, cuando hay tanto caballerizo y jardinero que se encargó, a pesar de ocultarlo la genealogía, de seducir princesas e inmiscuir dentro de la noble sangre aristocrática, sus pesadas gotas oscuras de trabajador. Y si no que le pregunten a Victoria, reina muerta, voluminoso afán de los gusanos degradadores de títulos.
Peor, pobre Inglaterra, en que su ensimismado príncipe Carlos parece haber optado por el camino que otras culturas sospechan es el usual de los hombres ingleses: la pederastia o la pederastía como mejor les suene... o les guste. A la larga, el mayor ejemplo de aptitudes inglesas ha sido como siempre una mujer, desde Elisabeta, reina "virgen" y embalsamada, pasando por Victoria hasta Diana, activa muchacha injustamente ejecutada en aras de no permitir que la realeza inglesa diera frutos con la irrealeza egipcia; así de dramático y simple.
Esta semana miré dos películas cuyo tema, al menos uno, era el orgullo militar británico. "La carga de la Brigada Ligera" (Gran Bretaña, 1968) y "Four Feathers (Cuatro plumas)" (Estados Unidos, 2002). La última se sitúa durante la ocupación inglesa del Sudán, casi a fines del siglo XIX y puede tener conexiones reminiscentes sobre lo que pasa hoy en Irak. Entonces los ingleses combatían las fuerzas de Mohamed Ahmed, el Mahdi, mientras hoy sus aliados norteamericanos intentan vanamente desalojar de Najaf al ejército de otro nuevo Mahdi: Muqtada al Sadr. La otra se desarrolla en Crimea, en la campaña anglofrancesa contra Rusia de 1853-56. Ambos filmes muestran el "riguroso" código de conducta del ejército inglés, de la elitista caballería. Mientras "Four Feathers" termina con un mediocre mensaje de la inutilidad de la guerra y de la perseverancia del amor, "La Carga de la Brigada Ligera" es más caústica en su epílogo. La teatralidad del universo militar, el inglés aquí, no es más que una burda pantomima donde los personajes juegan a ser importantes sin ser más que payasos. La gloria del imperio británico, de su grupo más selecto de guerreros, no es más que invención de los poderosos y viejos sobrevivientes de la mentira.
25/05/04
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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), mayo, 2004
Imagen: Ben Allen/Union Jack Skull, 2010
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