A veinte años de
la guerra de Bosnia; a menos de la de Ruanda, Siria o Sudán, el gobierno
boliviano parece elegir algo como la “opción africana”: tirar parte del pueblo
contra la otra parte, confiando en que la añagaza baste para disuadir
opositores -que, en el caso nuestro, más bien llamaría desencantados, ya que
indignados se hizo palabra trillada para uso de petimetres y literatos
académicos-; eso no sirve.
Las huestes
cocaleras, pudientes por arte y gracia de delito, tienen que salvaguardar sus
beneficios. Aunque en primera instancia no he oído ataques directos a su
estatus, saben bien sus dirigentes que acá se lo juegan todo. No porque el
cultivo de coca y el negocio mafioso-capitalista asociado con él vayan a
desaparecer, pero sí la capacidad momentánea de sus miembros de imponerse al
resto de la sociedad, aquella que paga impuestos y que esboza al menos un país
con pinceladas de modernidad, lo opuesto a ellos. Ahora o nunca, debe y tiene
que ser su consigna, porque pasado el frenesí nadie sabe cómo va a evaluarse lo
que sucedió en el trópico cochabambino ni que punición tendrán los cabecillas
luego de las inevitables investigaciones y procesos.
Pero esta opción
“africana”, nombre venido del drama de esa región, resulta también la de mayor
riesgo. A lo sumo podrá ganarles tiempo ¿tiempo para qué? No todos podrán huir
y el peso de la fortuna actual será plomo futuro en los bolsillos. Además se
juega con el peligro de que se dispare el primer tiro, golpee el primer
machete. Ya no es el enero negro cochabambino, y si bien la población boliviana
se caracteriza por cierta desidia y desconfianza que pocos han calificado de
cobardía, también su historia muestra que cuando explosiona lo hace con extrema
fortaleza. El hilo es muy tenue, y azuzar los rencores puede cortarlo con solo
el aliento.
La correlación de
fuerzas, de poderes si se quiere, está cambiando en la América del Sur. Un
punto de quiebre será la anunciada muerte de Hugo Chávez. Ido él, el fin de
ALBA es inmediato. Ahora que aparecieron dos magistrados dispuestos a declarar
en contra de miembros del régimen chavista, incluida la cabeza, y que el
segundo de ellos habla de una próxima “desbandada” de jueces y militares que
querrán denunciar para salvarse, el destino del falso socialismo venezolano
está echado. Intentarán la desesperada, la dictadura militar, pero ya con cargos
por narcotráfico en su contra, estarían a la espera de otro noriegazo que dará
con sus inmundos huesos en prisión.
Entonces qué queda
a gobiernos de feble estructura, Bolivia, por ejemplo, desaparecido el sostén
económico e ideológico (aunque esto último suena a burla) del mono mayor.
Inteligencia. Y de ella hay carencia notable en todos los niveles de la
administración. Lo demuestra el necio llamado a la violencia estatal, a la
supuesta defensa de un proceso de cambio que no existió. Al impedimento de
dejar marchar a los indígenas del Tipnis, a la constante manipulación de leyes
y Constitución por intereses personales. Lo menos que necesita el país, y lo
menos favorable para quienes eventualmente están arriba, es sangre. Porque de derramarse
arrastrará con los sueños eternales de más de uno.
Un llamado a la
cordura es eco de palabras hueras. Ya hay un obvio desgaste y un inevitable
cambio de timón. Lo corroborarán las elecciones, a no ser, redundo, que se opte
por la salida menos aconsejable, la amedrentadora, la amenazante. La tortilla,
para que no se queme, dicen los cocineros, hay que volcarla, porque quemada es
festín de basurero.
10/05/12
Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 11/05/2012
Imagen: Klaus Zylia/Geordnetes Chaos, 2010
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