Saturday, July 21, 2012

La santa bomba/MONÓCULO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Malatesta, en un epígrafe que Lina Wertmüller utiliza en Filme de amor y anarquía, califica a aquellos que optaban, a nombre de una causa, por la acción individual, como una especie de “santos”. Y esa imagen presta la cineasta a su personaje, algo confundido, ingenuo, tierno, asustado, decidido al mismo tiempo, valiente y temeroso, mientras acaricia una bala grabada con las iniciales BM, Benito Mussolini, el bocón, que para desgracia del mundo no perece allí; el tiempo le había determinado que después de haberse creído inmortal colgara como aguacate, de cabeza, arrullado por los golpes que le causarían la muerte. Antesala del coronel libio, admirado por sus sosías en el mundo, y cuyo fin hasta ahora no se ha presentado en todas sus terribles facetas. Hará un día que surgió otro video con la mofa, inservible pero lógica, que hacían los rebeldes con su cuerpo. Pingajos somos, vestidos de frac o camiseta…

¿A qué viene este recuerdo de la bomba, que en Oriente Medio ha tomado matices únicos, desasociados de ideario político y cargados de religiosidad? Útiles, sin embargo, considerando que la rebelión palestina compró supervivencia para Saddam Hussein, pospuso la invasión que le haría saborear la cuerda. La inmolación individual carga un peso místico, incluso en gente no apta para creer en habladurías. Elegir muerte a vida tiene que ser un paso fundamental, distinto al suicidio que no tiene connotaciones colectivas. El término “suicide bomber”, acuñado en Estados Unidos, creo que desmerece lo que en cualquier época se habría llamado mártir, fuera de lo que se piense de las circunstancias y los motivos, del absurdo de creer que once mil vírgenes en cueros esperan al héroe para mitigar para siempre el dolor de la desmembración y el alejamiento, o lo heroico en serio de vender la vida, en dinero contante, para beneficio de los otros, los familiares en muchos casos registrados.

La reminiscencia llega a raíz del atentado que cargó con la vida de masacradores sirios del régimen de Bashar al-Assad, el “embaucador”, como cuenta Roula Khalaf le dicen al tirano de cara infantil. Allí, en ese instante, me atengo a Malatesta y pongo un pensamiento por el santo que hizo volar, al fin, varias cabezas de la hidra. Aviva la esperanza de que la hiena mayor pueda pronto ser alcanzada, y que su adorada esposa compre artículos suntuarios en los salones del infierno, porque los de acá de este lado están demasiado bañados en sangre. “Violencia, violencia”, resonarán los grititos de unos columnistas que conozco, que me recuerdan a los jueces que destrozara Sade en La filosofía en el tocador. Como si peor violencia no fuese aquella de tener la lengua larga y suave para lustrar traseros, lengua que de más está decirlo, produce y perpetúa el totalitarismo y la represión del Estado.

Lo de Siria alcanzó límites insoportables. Hasta el socialista presidente francés ya ha hablado de intervención militar. Pero el mundo, manejado por intereses y lucro, se toma el tiempo que tiene para pulir los detalles que no afecten sus virtuales ganancias, de cualquier tipo. Mientras tanto Siria se desangra, y la explosión de una bomba que decapita un sector del poder tiene que ser loada, ensalzada, como acto preciso y urgente para volcar la situación. Jamás hay que dar la otra mejilla, por admiración que suelan causar aquellos que lo hacen. Al tirano darle de su propia medicina; ya la dinastía Assad cumplió su plazo, fracasada en términos de beneficio popular; se excedió en abuso, corrupción y ahora asesina. Esperar la creo inevitable intervención de occidente quizá tarde, y día a día la sangrienta estadística crece. Tal vez, igual que el italiano que acariciaba y soñaba en que el plomo marcado acabaría con la desdicha, algún sirio ajusta las correas de su chaleco explosivo que tiene a Bashar al-Assad como destinatario. Si no sucede, de todos modos, su condena debe ser de muerte, cruel o no es solo un detalle.
19/07/12

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Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 20/07/2012

Imagen: la bomba de Orsini

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