Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Le diría a Percy Fernández que a quienes hay que enterrar no es a los periodistas sino a gente como él: metemanos, preñadores, la indecente cáfila -cada vez peor- que tiene de rehén a este país demudado y desnudo.
Le diría a Percy Fernández que a quienes hay que enterrar no es a los periodistas sino a gente como él: metemanos, preñadores, la indecente cáfila -cada vez peor- que tiene de rehén a este país demudado y desnudo.
Ya basta. Hay que
defenderse y hablar de frente, que la verdad nunca debiese pelear con la ética.
Treinta años de democracia y no hemos logrado comprender que enojarse,
despotricar, declararse en sedición, pedir alejamiento de autoridades, desmentir
su vocación, no significa convocar al “golpe”, desestructurar el falso
esqueleto de lo que llamamos “gobierno elegido”, sino manera en que quizá las
cosas varíen de rumbo. Si para eso se necesita deshacerse de personajes que
simplemente no caben, es imperativo hacerlo por higiene.
Demasiados
remilgos en encarar los tejemanejes de los ladrones, porque otra cosa no son,
que quede claro. Jamás vi en la papeleta de votación un asterisco que dijese
que el voto daba carta blanca para el robo. Entonces, si se desvirtúa el
sufragio, quien resultare elegido será siempre y de entrada impostor. Y el
espejismo termina allí, en la sencilla frase que se repite por las calles: “no
voté para esto”.
Lo del alcalde de
Santa Cruz hablando acerca de algunos periodistas y de la prensa, ejemplifica
la insania de los poderosos. En Bolivia se dice de todo y no de la mejor
manera. Me refiero a que se hablan huevadas y que los “padres de la patria”
batallan con denuedo para demostrar cuál es el más cojudo. Meritocracia del
absurdo, de la suprema imbecilidad, de una putocracia insoportable no por lo
gay sino por su condición feudal, por creerse eterna ama del derecho de
pernada, siendo todos nosotros la jovencita abusada; como colectivo, como país.
Cierto, y se lo
viene diciendo desde hace tiempo, que en el horizonte parecen no existir
perfiles con calidad de reemplazantes. Resulta terrible averiguarlo,
comprenderlo, digerirlo. Muy mal hemos de estar si no contamos con elementos
para suplantar a los actuales, que de inteligentes, diestros, honestos y
transparentes no tienen nada. Difícil creer que no podamos producir un poco de
arena fina para ocupar el lugar del lodo. Tal vez nos equivocamos de profesión,
o de geografía, o este cuento de hadas se ha tornado oscuro, produciendo un
nuevo género literario, la fantasía negra.
En situaciones
semejantes los antiguos hebreos crearon el mito del diluvio, extraído de los
sumerio/acadios y presente a la vez en otras sociedades dispersas y diversas.
Los maderos que eventualmente rescatan del monte Ararat, o detalles que quieren
condicionar el asunto a un hecho histórico, eluden la metáfora del mismo, muy
simple: la de uno o varios acontecimientos que ocurren, y deben ocurrir, para “limpiar”
la escoria que deviene del uso y abuso de oro y dominio. Gigantesco “golpismo”
milenario, que más semeja acto de supervivencia que de sedición.
Agua para diluvio no tenemos. Muy poca a beber, y menos para lavarse. O si la hay, a los que gobiernan no interesa. Miren -para afirmarlo- cómo se desviven por drenar los recursos hídricos del Tipnis para introducir esa plaga que dicen cocaleros, y que hoy por hoy es enemigo principal. Sin embargo, su ausencia no nos priva de producir cataclismos. La metáfora del agua puede intercambiarse por la del fuego, el viento, la sangre.
Así como “ellos”
dicen y hacen lo que les venga en gana, también “nosotros”. Nos asiste el mismo
derecho. A los elegidos los escogieron los electores, y no dimos carta blanca
de prepotencia ni eternidad. Como elegimos, removemos.
Cada uno de estos
señores, señoras… y terceros, jura que vino para quedarse por encima del gusto
popular. Se lo leyeron en la carta astral, que en su caso era la carta asnal.
03/08/12
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Publicado en El Día (Santan Cruz de la Sierra), 04/09/2012
Imagen: Goya/Tú que no puedes
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