Claudio Ferrufino-Coqueugniot
El asunto de los muertos en San Matías es tema de columnas y noticias. Tienen razón en afirmar que se torna en emblemático de lo que pasa hoy en el país, fuera de cualquier historial violento que toda población fronteriza carga consigo.
El asunto de los muertos en San Matías es tema de columnas y noticias. Tienen razón en afirmar que se torna en emblemático de lo que pasa hoy en el país, fuera de cualquier historial violento que toda población fronteriza carga consigo.
El auge del
narcotráfico, de las edificaciones que crecen como hongos, los restaurantes,
negocios automotores y más, se va tomando como si fuese alegre bonanza. A
simple vista hay dinero, y mucho, y cierta democratización que permite
participar a gente que antes hubiera sido relegada. Visité un barrio exclusivo
en Cochabamba, un enclave “blanco” en pasado reciente, y la tendencia racial
era muy diversa: brasileños, burgueses de siempre y antiguo, gente de tez más
oscura que éstos, de obvio origen nativo, viviendo dentro del enrejado que
divide a los que poseen de los que no, tema que poco o nada tiene que ver con
raza. Y no pude dejar de pensar que esta diversidad reunida estaba relacionada
de algún modo con el tráfico de drogas.
No implica que
basta el hecho de ser adinerado para convertirse en cómplice de delito, pero no
hay productividad, no se han creado oficios nuevos, construido empresas,
fábricas. No, nada de eso. Aparte de comercio, que casi en Bolivia significa
contrabando, y de cultivar coca y hacer cocaína, creo que la inventiva y el
emprendimiento por aquí no pasaron. La tenemos fácil; la llevamos mejor. No
todos, pero en apariencia sí, lo que va creando el espejismo de un país que no
es. Porque lo suntuario, automóviles, edificios (pésimamente levantados), buena
comida, ingente bebida, vírgenes y danzas, no pesan; son livianos, no fundan.
Hay la tonta idea
de que somos dueños de nuestro destino, que controlamos el negocio. En una
primera instancia, quizá. La dinámica del capitalismo mafioso encargado de ello
lo permite, mientras vaya asentándose, hasta el momento en que los cárteles
consideren ya maduro el momento de agarrarlo en sus manos, desligándose de los
supuestos amos que les sirvieron de inicio, deshaciéndose de ellos si lo
requiere la coyuntura. El poder que da el negocio en cuestión, cuando no es
manejado por los verdaderos propietarios, es falso.
Esa primera fase
está instalada. Ahora viene la dura, y, en ella, no hay dioses ni semidioses.
Eficiencia y ganancia, solo eso importa. Se debe estudiar la historia de
naciones que pasaron y pasan por este proceso: Colombia, México, Somalia… De
pronto nos daremos cuenta que la tierra que considerábamos nuestra no lo es ya,
y eso va para el poblador común como para la nueva burguesía cocalera, que con
error imagina estar solidificando bases de una larga estadía. El capital
delincuencial no tiene el menor interés en razas, ideologías, colores,
tradiciones. Quiere ganar, y para hacerlo utilizará todos los recursos posibles
y todas las personas y personalidades también, sin hacer valoración individual
ni interesarse –fuera de lo que le convenga- en mantener un status quo,
cualquiera que sea. Es el gran rompedor de mitos, la terrible y violenta realidad.
Ubicuo, puede estar de un lado como del otro, y mal está pensar que exista
alguna lealtad de la mafia a sus sirvientes.
La cosa comienza:
San Matías, las comunidades potosinas, chutos y chuteros, la invasión de los
parques estatales. El narcotráfico tiene hambre y condiciones favorables. Mueve
a sus peones, mientras alfiles, caballos y reyes preparan el minuto en que han
de reclamar posesión. El hecho de que hasta ahora parece haber una lógica
lineal, inamovible, no garantiza nada. Estos señores se mueven por encima de
ejércitos, gobiernos, caudillos. La única seguridad es la suya; para ellos no
hay imprescindibles.
19/08/12
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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 21/08/2012
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